El rapto de Europa

El rapto de Europa de Valentin Serov, 1910.
El rapto de Europa de Valentin Serov, 1910.

En la mitología griega, es famoso el episodio en el que Europa, hija de Ágenor, es raptada por un Zeus metamorfoseado en toro blanco. El simbolismo de este relato está hoy en día más patente que nunca, en una Europa secuestrada por los poderes financieros y que, además, sufre una especie de síndrome de Estocolmo.

Sin embargo, este secuestro, que tan terribles consecuencias está trayendo a millones de ciudadanos europeos (por ejemplo, en toda la Unión hay 27 millones de niños en riesgo de pobreza, según Save the Children) no es sino la última consecuencia de un rapto milenario que hunde sus raíces hasta la Alta Edad Media y que fue perpetrado, en última instancia, por la conveniencia de la Iglesia romana.

El pontificado, para ello, se amparó en un documento falso, la Donación de Constantino, mediante la cual el emperador supuestamente había entregado al papado la posesión del Imperio de Occidente. Fue esta autoridad basada en una falsedad histórica la que legitimó a León III el día de Navidad del año 800 a coronar Emperador a Carlomagno. Es este punto el que tomamos como referencia para señalar la usurpación de la identidad europea.

Usurpación, porque, a partir de aquí, Europa quedará asociada, en el imaginario de la cristiandad romana, luego descompuesta a comienzos de la Edad Moderna, al Sacro Imperio. En el cual no se integran ni los recién nacidos reinos cristianos de España ni Inglaterra. Y al que, por supuesto, permanecen ajenos Bizancio y un ámbito mediterráneo que poseía unas raíces culturales netamente europeas.

Si Roma había sido la capital imperial de Occidente y Bizancio la de Oriente, ahora el referente quedaba en tierras del norte, en manos de pueblos y dinastías poseedoras de una cultura que no era más que una pobre imitación, mal que le pese a algunos medievalistas, de la del esplendor clásico. Y de aquellos barros, estos lodos. Hoy en día, los terrenos de decisión de Europa se sitúan en las tierras de aquel viejo imperio, y su posición dominante es heredera directa de una falsedad documental, como ya hemos visto.

La Unión Europea reconoce, de una forma más o menos implícita, al Imperio Carolingio como su antecesor. Y, para el desastroso modelo que ha venido consolidando tratado tras tratado, lo es innegablemente. Con la boca pequeña se reconoce, anteriormente, el papel desempeñado por el Imperio Romano en la difusión cultural o el de la democracia ateniense, aunque sin entrar en detalles, porque cualquier semejanza entre el modelo de la asamblea ática y el del Parlamento Europeo es pura coincidencia. Más bien, los mecanismos de designación de los presidentes de la Comisión y el Consejo, amén de casi todos los restantes cargos de importancia, recuerdan a aquellos de las dietas imperiales destinadas a elegir qué cabeza llevaría la corona.

Así, como hemos dicho, se ha venido configurando un panorama geopolítico histórico, aún vigente, en el que el núcleo gobernante de Europa se sitúa entre Francia, el Benelux y Alemania, que no son sino evoluciones de la tripartición del Imperio que los nietos de Carlomagno acuerdan en Verdún en el 843.

Esto es lo que se reclama cuando se hace referencia al origen cristiano (aunque realmente se deje fuera de ello a la Iglesia Oriental) de Europa. Se rapta su historia diversa y se la entiende conceptualmente en un esquema en el que hay unos poderes geográficos que someten a otros.

Se dejan como secundarios el peso del Imperio bizantino, la influencia musulmana andalusí y otomana, las ricas tradiciones eslavas, las diversas culturas propias de las minorías étnicas y los pueblos periféricos.

Sólo si comprendemos que la historia de Europa va mucho más allá de la construcción de un dominio político por parte de algunas dinastías (como la borbónica) con el apoyo voluntario o forzado del papado, luego refrendado por otras castas económicas, podremos liberar a nuestro Viejo Continente del secuestro de su identidad. Y una vez que Europa sepa realmente qué es, tendrá mucho camino ganado para escapar del rapto al que los poderes financieros, con la complicidad de las instituciones políticas, la tienen sometida.

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