El pensamiento único: la “opción” de no pensar en una sociedad “libre”

Hace unos meses en Argentina una joven de 16 años fue brutalmente violada y asesinada por un trío de individuos, cosa que gatilló todo un movimiento de absoluto rechazo; cosa que hasta aquí es inobjetable; a lo cual siguió una ola creciente y furibunda de “feminismo” exacerbado, que tras el slogan de “ni una menos” quiso reducir el incidente a una cuestión “de género”, como si el hecho de que los sujetos que cometieron el crimen fuesen narcotraficantes no los hubiese puesto por ello ya de por sí en una categoría y modo de ser hombres bastante específicos.
Lejos de eso, aquella ola de colérica indignación fue llevada hasta el absurdo, sobre todo por mujeres que obviamente tienen cuestiones no resueltas con lo masculino, por lo que la ocasión pareció propicia para hacer una caza virtual de brujas, cuyo objeto era ahora “el patriarcado”, del mismo modo en que las masacres de Gaza lo fueron para que los neo-nazis echaran a la redes sus proclamas y libelos.
Lo que preocupa de todo esto es que, y a diferencia del otro caso con que se compara, casi la totalidad de las personas supuestamente preparadas intelectualmente cerraron filas con dicho enfoque, lo que induce a preguntarse ¿qué ha pasado que la gente simplemente ha dejado de pensar? Pues sucesos como el ocurrido dan que pensar, y mucho, pero lo que dan que pensar es qué ha sucedido con el tipo de sociedades que tenemos que de ellas brotan seres humanos hasta tal punto desnaturalizados, o sea deshumanizados, que no están a salvo de ellos ni las mujeres ni los niños (ya que justamente, la cantidad de niños abusados en las sociedades actuales es uno de sus vivos museos del horror –y un estudio serio sobre la relación entre ello y las llamadas “opciones sexuales” ridiculizaría las más funestas apelaciones a la “corrección política”).

Y para ver el nivel de degradación humana presente en nuestras sociedades bastaría con echar una mirada a los grupos de hinchadas de las barras de fútbol -entre quienes, por cierto, no faltan mujeres-, aunque -y para quien haya tenido la experiencia-, incluso sería suficiente con entrar a la sala de clases de una escuela pública de hoy en día.
Respecto a este estado, bastante generalizado en nuestro mundo, obviamente la educación es un tema tremendamente urgente, pertinente y digno de abordarse del modo más rotundo, en un esfuerzo primero por pensarla como un asunto que yace indisolublemente anclado a la sociedad de donde brota.
No obstante, no vemos a nadie pensando, solo repitiendo consignas y «entendiendo» el asunto como un «problema de género», y, por supuesto, haciendo llamados a “movilizarse”, como si producir transformaciones sociales y elevar el nivel moral de la gente fuese cosa de atiborrar las calles de gente con pancartas.
La ironía es que la educación había permanecido por años como tema de discusión en nuestras sociedades, justamente hasta el momento en que irrumpieron estos movimientos que la desplazaron como foco de preocupación, y que en su lugar pusieron “el tema de género”.
Por supuesto que, y pese a que la gente parece creer lo contrario, la violencia no termina por arte de magia a través de ‘exigencias’, a menos que sean respaldadas por acciones drásticas articuladas por un poder capaz de hacerlo, como cuando tras una vileza semejante aparecían los responsables ahorcados en la plaza pública al día siguiente.
Por el contrario, en nuestras sociedades democráticas, criminales de esa calaña muchas veces son exculpados por ser víctimas de trastornos mentales (como si actos de esa naturaleza pudiesen ser llevados a cabo por hombres privados de perturbaciones), mientras que otros, inculpados en un juicio, obtienen la excarcelación después de algunos años de “buena conducta” (tras lo cual muchos vuelven a ultrajar a otras mujeres).
Con todo, y en un nivel más profundo que el mero tema de la efectividad de la justicia y el castigo de los crímenes, ciertamente hay en nuestras sociedades una problemática escabrosa relacionada con el sustrato que representa su raíz y fundamento; frente a lo cual prima, no obstante, una ceguera y una incapacidad de vislumbrar su naturaleza y magnitud, incluso por parte de gente que se tiene por experta, lo cual produce estupor; pues si ellos no lo dimensionan ¿qué queda para el resto?
Más bien, mientras casi la totalidad de la gente es arrastrada por una lectura de los hechos que en realidad no lo es, lo que salta a la vista es la bancarrota intelectual de nuestro tiempo y la evidencia de que su educación está simplemente terminada; cosa que yace magníficamente graficada en una de las mejores sagas de animación que se han hecho. En Shrek III, cuando su protagonista, buscando el modo de evitar que lo coronen rey, va en busca del primo de su esposa Fiona -porque es el único heredero legítimo al trono-, y ha de encontrarlo en la universidad, nos topamos con una hilarante representación del alumnado medio de las universidades del mundo actual.

Más adelante, en el mismo film, puede verse otra escena que da cuenta de las razones del estado de dicho alumnado. Cuando Shrek, procurando llevar al muchacho de vuelta al reino, intenta persuadirlo de su valía para el cargo, se topan con Merlín, el mago, quien a petición de Shrek conjura al joven para sondear el estado de su alma, pidiéndole que diga lo que ve en las formas del humo de una hoguera. De lo que el joven responde se desprende una de las carencias que forman parte de la impronta básica del sujeto post-moderno. La familia está rota. Y lo peor es que, lejos de las ilusiones ópticas del progresismo, las cosas no van “mejorando” poco a poco; más bien estamos acercándonos al punto de caída libre, pues, tal y como dice Ernst Jünger, no hay patriarcado que echar abajo pues ya ha sido aniquilado, y lo que está entrando no es un matriarcado sino la organización en desmedro del organismo, un sistema en detrimento de las comunidades, algo que prefigura el estado mundial y que requiere la nivelación entre hombres y mujeres –la atenuación de las características que los diferencian- para reducirlos a una condición de pura disponibilidad. Sin embargo, y tal y como ha dicho también este autor, se subestima la magnitud de los peligros tanto como las reservas que están a disposición del ser humano para hacerles frente.

Salir de la versión móvil