Dice Spengler en su obra La decadencia de Occidente: “La historia nos enseña que la duda de la fe conduce al saber, y la duda del saber –tras un tiempo de análisis crítico– otra vez a la fe”.
El hombre, como ser racional que es, busca constantemente una explicación a los sucesos y fenómenos que ocurren a su alrededor. Esta búsqueda la basa en aquello que conoce a través de sus experiencias, observaciones e investigaciones. En base a las conclusiones que obtiene de este propósito construye su discurso existencial; a través del cual procura entender el tiempo y el espacio que le ha tocado vivir y encontrar su sitio en él.
La variedad de métodos que el hombre ha utilizado a lo largo de la historia va desde la explicación mágica de los fenómenos hasta la experimentación científica, con todo tipo de posibilidades intermedias que, sin duda, han enriquecido la experiencia y el saber humano.
A pesar de esto, el momento actual en el que nos encontramos ha homogeneizado el conocimiento y la información. El conocimiento a través del sistema educativo y la información a través de los medios de comunicación. El resultado es, por lo tanto, un discurso homogéneo.
Este discurso homogéneo lo podemos asimilar a las aguas estancadas de un pantano. En estas aguas los componentes químicos serán los mismos independientemente de donde tomes las muestras, quizás con ligeras variaciones sin importancia que no cambian la composición principal.
Esto se hace patente en las conversaciones y tertulias a muy diferentes niveles culturales y lugares geográficos; desde las que podemos ver televisadas con pretendidos expertos en Nueva York a las que ocurren mientras se desayuna en el bar de la esquina. Tanto que hay ocasiones en las que uno se aburre soberanamente, ya que los argumentos expuestos son repetitivos. Y esto es algo que sucede de igual manera entre la comunidad de musulmanes en general y los que no lo son.
Poner estas aguas en movimiento requiere un esfuerzo enorme. No se trata simplemente de abrir las compuertas y dejar que entre agua nueva, puesto que al poco tiempo esta adquiere características similares a la original, sino de convertir el pantano en río.
La característica del río es que el agua fluye, se renueva. Y tal ha de ser nuestro pensamiento. Hemos de hacerlo fluir, cambiar, transformarse. Decía Goethe que el hombre ha de leer todos los días algo nuevo, mirar una pintura o escuchar música. Y no solo lo decía por el natural impacto positivo que la belleza sutil puede tener en el espíritu humano, sino por la necesidad de enriquecer las aguas de nuestro pensamiento.
Este enriquecimiento lo buscamos en la lectura reflexiva, en el desarrollo de la curiosidad por diversos temas que nos lleva al no-conformismo, en exponernos a situaciones y experiencias que nos conecten con la interioridad innata y en la compañía beneficiosa.
Uno de los propósitos de construir este discurso es el de descubrir nuestra individualidad y, en base a ello, entender nuestra libertad. Una de las mayores tareas a la que se enfrenta el individuo hoy en día, y en la que la mayoría fracasa, es descubrir su individualidad en un contexto tremendamente individualista. Cuando los componentes para esta tarea han sido estandarizados, la individualidad se convierte en superficialidad y la libertad en una idea fácilmente manipulable sin realidad.
Más allá de la situación existencial a la que nos toque enfrentarnos, hemos de ser conscientes de esto, y cada uno, en la medida de sus posibilidades, ponerlo en práctica. Dice Shaij Abdalqadir As Sufi en su libro Carta a un musulmán africano que el musulmán es, por definición, intelectual. Recuperemos pues esta intelectualidad.
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