EL JUEGO DE LAS URNAS

El día que vi en las portadas de los periódicos al líder del movimiento surgido en Madrid en el 2011 -como una marea de imparable y saludable indignación, ocupando la Puerta del Sol, y que después se extendió por todo el mundo ocupando también plazas y calles céntricas de las grandes y pequeñas ciudades para denunciar la corrupción de un sistema anquilosado, hipócrita e injusto-, el día que vi a Pablo Iglesias participando en el ridículo ritual de encolar carteles ante las cámaras para marcar el inicio de la campaña electoral, pensé: “Ya están derrotados, ya se ha arruinado cualquier posibilidad de cambio real. Pegadas con cola en las paredes, se quedan la inteligencia y la valentía, convertidas en eslóganes, logotipos y gestos sin poder transformador”.

La política democrática, con su mecánica de acceso a las instituciones, así como el espectáculo de los debates, las interminables sagas de acusaciones y reproches mutuos en los medios de comunicación, es un terreno pantanoso en el que es fácil perderse y quedar atrapado, desviando la atención de las verdaderas cuestiones que nos afectan a todos gravemente, un pantano cenagoso en el que yo personalmente prefiero no meterme, porque en él se dispersan las energías creativas y positivas que realmente pueden cambiar algo para mejor. La responsabilidad cívica y la participación en la vida social que realmente cuentan son las que ocurren de un modo orgánico, las que surgen entre gente comprometida, unida, perseverante y generosa, que transforman su propia vida y la de su comunidad.

Las campañas y los programas electorales, las trifulcas entre partidos, con sus posibles alianzas, potenciales pactos, exclusiones, líneas rojas y rendiciones condicionadas, para ocupar asientos de gallinero o de butaca en el hemiciclo y puestos en las instituciones, no cambian nada, sólo mantienen distraídas a las masas, que han asumido la pasiva posición de espectadores del juego de las urnas.

Como el Stratego, el Monopoly y el Risk, el juego de las urnas tiene sus reglas, que los jugadores deben conocer y respetar. El juego de las urnas combina un poco de cada unos de ellos: la especulación capitalista del Monopoly, las maniobras de conquista y dominio del Risk y las maquinaciones de poder del Stratego. Incluso tiene algo de la LFP, sus clasificaciones y eliminatorias, y España tiene Talento, con sus ganadores emocionados y sus perdedores deprimidos. Hablando de juegos, un clásico (1971) de los juegos de mesa es LIE, CHEAT & STEAL (Miente, estafa y roba), que se presenta en su promoción con el siguiente texto: «El juego de la política sin escrúpulos, en el que tú, con un grupo de tres a cinco amigos, puedes sumirte de lleno en los contratos deshonestos, la puñalada por la espalda y el robo apenas disimulado, que constituyen el mundo de la política real: compras y vendes votos, robas fondos públicos, difamas y haces pactos por debajo de la mesa para llegar a puestos en la administración».

La responsabilidad cívica del musulmán que vive en una sociedad como la española, en la que se respeta su libertad de adorar a Allah, es participar en la equidad, promover activamente y predicar con el ejemplo el civismo y la buena vecindad y procurar no solamente el beneficio, la prosperidad y la felicidad propios, sino también los de los demás. Esto no significa entrar en el juego, ni salirse de él. Cada uno debe saber dónde es más útil, sin ser utilizado, y cómo contribuir al bien de los demás buscando la faz de Allah, sin convertirse en una víctima de Matrix ni en un elemento marginal o antisocial. Igual que en tiempos antiguos, lo que realmente cambia el entorno inmediato, y por extensión, los asuntos de gravedad que conciernen a nuestra época, es la integridad personal, la coherencia y la conducta honesta de cada individuo.

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