El Hayy al Kabir de 1991

Hayy

Era un domingo del año 1991. La noche anterior habíamos vivido una sesión de sama´a hasta bien entrada la madrugada. Nuestro corazón todavía respiraba en las luces del dhikr y nuestra himma estaba renovada. Cuando sirvieron el café, el Sheij dirigió su atención hacia mi persona. Percibí cómo su mirada y su gesto me habían envuelto, abrió el instante para mí, y todavía, veintidós años después, ese momento continúa presente.

Desconozco ahora, como antes, si estaba informado de mi decisión de aplazar la peregrinación, pero a su pregunta-afirmación: “Sidi Jalid, usted va al Hayy, ¿verdad?, mis células reaccionaron con un “sí, por supuesto, Sheij Abdelqadir”. Arreglé  todos los asuntos y volé al encuentro con mi Señor, con la certeza de que todo iría bien. Bendiciones sean derramadas sobre este wali de Allah que cambió nuestras vidas y nos elevó a lo más sublime. Así comenzó mi viaje, sumándome después a un numeroso grupo de musulmanes españoles que viajaban bajo la protección de Emir Mohammed Faridudin Bermejo.

Ante la Casa de Allah

En estos viajes que nos llevan al centro de nuestro propio corazón, la geografía es un accidente que presta sus medios al propio fin. Madrid, punto de reunión; Amman, de aprovisionamiento; Yeddah, primer contacto con el Hiyaz y el ritmo elevado del dhikr que nos envolvió durante días.

Purificados y envueltos en dos piezas de tela, atentos a toda indicación del mutawif, nuestro pecho hervía cada vez que la Talbía se elevaba a nuestra garganta: “Labbaika allahumma labbaika, labbaika la sharika laka labbaik, innal hamda wa-n-ni´mata laka walmulk, la sharika lak”. (Heme aquí, ¡oh Allah!, heme aquí. Heme aquí, nadie se te puede asociar, heme aquí. Tuya es la bendición, el favor y el reino, nadie se te puede asociar). Y cuando el dhikr se hacía silencio, mi corazón repetía: “Heme aquí, Señor del universo, heme aquí”.

En Meca vivíamos en el barrio del Ribat, a media hora del Haram a pie. Distancia que nos preparaba con el recuerdo de Allah al ir y nos devolvía a este mundo al volver. Entramos en la mezquita y una vez pasado el gigantismo faraónico de la obra saudí, íbamos aproximándonos al elegante círculo otomano que rodeaba la Caaba; en ese momento, con las tenues luces del magrib, el santuario erigido por Sayyidina Ibrahimemergió a nuestros ojos, y solo con su visión, me ausenté de mí mismo con el corazón lleno de agradecimiento y amor por mi Señor. Comprendí que era Su invitado, y mis ojos se ocultaron en sus propias lágrimas.

Los ritos nos bañaban en las aguas proféticas. Realizamos el tawaf al Qudum, circunvalando siete veces la Caaba; besamos la Piedra, reconociéndote único en el instante en que tu cabeza se encaja en el aro de plata, gozando del aroma que se desprende de ella como el éxtasis del momento; oramos en la estación de Sayidina Ibrahim, rogando a Allah que os conceda el corazón del hanif; y bebimos agua del pozo de Zamzam, haciendo du’as por todo aquello que como una marea creciente viene a tu corazón. Después fuimos al S´ai, y nuestro sentir era el de una madre suplicante a su Señor para salvar a su hijo, como Agar, la paz con ella, pidiendo salvar la vida de su hijo corriendo entre la colinas de Safa y Marwa, en aquel desierto de piedras; descubriendo cómo el ruego a Allah se impone sobre otras prácticas de recuerdo.

Pasábamos horas en la Mezquita del Haram contemplando la Caaba y lanzándonos a aquel río de circunvalaciones que nos envolvía. Y surgían las peticiones del fondo de nosotros mismos:

¡Oh Allah, danos dunia hasana y ájira hasana, y líbranos del castigo del Fuego! ¡Oh Allah, ayúdanos en la construcción de la mezquita de Granada! ¡Oh Allah, concédeme desapego de este mundo! ¡Oh Allah, haznos amar el Amor por el Amor mismo!

Y al salir de esos ruegos, reconocías el Rostro adámico en tus hermanos que giraban absortos en sus inspiraciones.

Hacia la estación de Arafa

Dejamos Meca para estar en Mina en el tiempo prescrito. Mina era un lugar arenoso, lleno de tiendas de lona blanca donde resguardarse del tórrido sol de Arabia esperando el día del Hayy. El grupo, en este punto, sufría el desgaste físico de la entrega en los lances del Haram, y los acusados contrastes frío-calor estaban causando bajas que necesitaban compañía y cuidados. Veníamos de una estación de servidumbre e íbamos a una de misericordia y preferencia.

Fuimos a Arafa para hacer duhur y asr y escuchar el jutba del imam. Buscando la musallá, se extravió Sidi Mohammed Abdurrazaq, que vivía absorto en su Señor. Dado que el grupo no pudo detener su marcha, decidí volver a buscarlo entre aquel millón y medio de almas. Anhelé su presencia y la puse fuertemente en mi corazón. Por Allah salí a su encuentro y aquel imposible se hizo realidad. Después del salat nos dirigimos a toda prisa hacia el Yabal Rahma, accedimos y nos situamos en un lugar más o menos estable. Y nos vimos rodeados por la gente más pobre de la Tierra. Alhamdulilah. Allí vivimos el día más largo del año, el 21 de junio, recitando Corán y suplicando al Soberano en el día del Juicio. Cuando el sol se aproximó al horizonte, nadie conocía a nadie; no había grupos, solo hombres y mujeres frente a su Señor, y un clamor se elevaba, una situación de pedir a Allah casi a voz en grito se apoderó del espacio.

Me vi en un precipicio de soledad, y un constante “¡Allah!, ¡Allah!” emergió desde mi estómago; después: “Tú eres el Viviente”; así hasta que mi aliento se fundió con la puesta de sol; encontrando después profunda serenidad y contentamiento. Subhanallah.

La salida de Arafa nos supuso un gran esfuerzo en aquel enjambre de gentes, autobuses y humo. Cuando llegamos a Muzdalifa bien avanzada la noche, el cansancio y la fatigase habían apoderado del grupo; realizamos magrib e isha, y entre guijarros tuvimos un ligero sueño reparador. En medio de la noche y sin saber dónde estábamos, algunos buscamos con éxito algo para reponer fuerzas antes  de partir a los Yamarat. Lanzamos con fuerza nuestras piedras, como lo hizo Sayyidina Ismail, la paz con él, en un espacio imposible, rodeados de seres que vivían apiñados bajo el puente sobre los monolitos de piedra. Nos rapamos la cabeza, fuimos a Meca y limpios, hicimos el tawaf al ifada.

Antes de partir de Meca Muqarrama, nos recibió, rahimullah, Sheij Mohammed Alawi al Máliki. Nos recibió en intimidad y nos confirmó en nuestro camino. Con su bendición, partimos hacia Medina tras el tawaf de despedida.

Medina Al Munawwara

Tras una noche de viaje, sudorosos y cansados, descendimos del autobús en la antigua estación de tren del Hayy. El wofq, destruido por los Banu Saud, esa tribu beduina aliada de los kufar. Tras una corta espera se nos condujo a una diwanía climatizada y se nos ofreció agua fresca de Zamzam, zumos, dátiles y pastelitos. Todos sentimos la bienvenida del Mensajero, la paz y bendiciones sobre él, pero él nos había reservado algo más íntimo.

En Medina, las brisas de la tarde eran una bendición en nuestros paseos. Cada día nos esforzábamos por estar presentes en el Rauda y saludar al Profeta, y a sus amados Compañeros, la paz sobre ellos. Fuimos  a Uhud, a las mezquitas de Quba y Quiblatein, a las de la batalla del Foso, buscando protección y pidiendo guía a Allah, e inundándonos de la báraka de seguir las huellas de Muhammad, el Profeta de la Misericordia, y en  el cementerio del Baqi´a  pedimos por la gente de su casa.

Una tarde después del Magrib, nos quedamos aislados en una sala de la Mezquita, y cuando ya no quedaba nadie excepto la gente de la limpieza, nos aproximamos en la soledad de aquella inmensa mezquita a la casa del Mensajero, y allí cantamos Nahnu fi raudati, una qasida compuesta al mejor anfitrión de la humanidad. Nos sentimos desbordados de honor, y percibimos la elevación de nuestro Sheij y la grandeza de la gente con la que viajábamos.

La visita a Sheij Bujari puso un sello en el corazón de los que le vimos, y regresamos sanos y salvos a nuestros lugares de partida envueltos en significados que se desvelarían con el tiempo. Este Hayy tuvo su cierre con el sacrificio compensatorio por haber pasado el mikat sin el estado de ihram. Y las aperturas se completaron. Allahu Akbar. Allah es el más Grande.

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