El grato encuentro con los pehuenches

Una de las experiencias más significativas para quienes hemos crecido en espacios urbanos es el encuentro con gente a la que los musulmanes llamamos gente de fitra, aquellos que están más próximos a la forma natural y original del ser humano que con el transcurso de la civilización se ha ido desdibujando; gente que forma una unidad con su paisaje, entorno y costumbres sencillas; gente amable, hospitalaria, naturalmente abierta y cuya mansedumbre la aleja de segundas intenciones y de la desconfianza, y con un sentido de lo comunitario fuertemente arraigado.

Por eso, una de las experiencias más hermosas que he tenido al regresar a Chile después de vivir dieciséis años en España fue conocer el valle del Queuco, en el Alto Bío-Bío, por encima de la represa de Ralco, construida hace pocos años, y que ahora detiene parte del cauce del río que antaño fuera frontera entre mapuches y españoles por más de trescientos años. Tras la llamada “Independencia” a principios del siglo XIX (que en realidad fue un retroceso del poder monárquico español, fundamentado en la tenencia de tierra, ante el avance del poder fundamentado en la tenencia de dinero asentado en los países anglosajones), y posteriormente a la llamada Guerra del Pacífico, a finales del siglo XIX, en la que el ejército chileno al servicio de las compañías británicas vinculadas a la extracción del salitre diezmó a peruanos y a bolivianos, ese mismo “ejército victorioso” fue utilizado en la llamada “Pacificación de la Araucanía”, por la que fueron despojados de sus tierras comunidades mapuches que aún no habían experimentado una penetración de sus tierras por los colonizadores.

Se hace necesario aclarar que los mapuches poblaban no sólo las tierras que quedaban al sur de la frontera del Bío-Bío, unos quinientos kilómetros al sur de Santiago, sino que, muy por el contrario, habitaban los valles centrales entre la cordillera de Los Andes y la Cordillera de la Costa hasta el río Choapa, por encima del valle del Aconcagua, trescientos kilómetros al norte de Santiago; aunque sólo los mapuches del sur del Bío-Bío conservaran por antonomasia dicha denominación debido a su fiera resistencia a la dominación española, mientras que la historia de los picunches, o mapuches del norte, fue posteriormente diluida en la llamada historia criolla, “nacional” o “chilena”, la de los descendientes de españoles y sus relatos de mestizaje en la que desaparece el mar de gente que habitaba las tierras que ellos ocuparon y dominaron junto con sus habitantes. Bajo estos relatos de mestizaje, quienes hemos nacido en los pujantes conglomerados urbanos hemos crecido con la idea de que los mapuches constituían lo que en el lenguaje “políticamente correcto” yace acuñado con los términos de “pueblos originarios”, es decir, mero aporte sanguíneo de la actual población chilena pero prácticamente desaparecidos culturalmente, pues apenas algunos ancianos recordarían si acaso algunas palabras de su lengua. Por eso fue tan grata la experiencia de conocer uno de esos valles que creía sólo existentes en Perú o Bolivia, en el que, además del paisaje recio y hermoso, se pueden encontrar gentes que hablan su lengua, y en las que el español es tan solo la segunda, hablada con un marcado acento que además lo delata. Se trata de los pehuenches, ‘las gentes del pehuén’ (la llamada “araucaria”, especie conífera que les brinda uno de sus principales medios de subsistencia), comunidades que, tras la persecución tanto por parte del ejército chileno como del argentino desde el otro lado de la cordillera, se refugiaron en los altos valles de montaña. En dichos terrenos agrestes subsistieron desde esos tiempos hasta que en el año 2013 recuperaron en propiedad los títulos de las tierras que hasta entonces habitaban.

La experiencia de ver dichos paisajes y su gente fue para mí semejante a la de haberme topado en mi propio país con gentes del Tíbet o de cualquier otra zona del planeta donde habitan pueblos que traslucen la otredad; habitando un espacio que les permite ser lo que son, lo que sería impensable si vivieran nuestra forma de vida. Es por ello que los mapuches defienden un concepto de libertad vinculado al espacio vital, pues entienden que no les basta el mero reconocimiento si carecen del espacio para desarrollar la forma de vida que han tenido por cientos de generaciones. No obstante, aunque hay comunidades mapuches relacionadas a ciertos incidentes por los que salen a diario en las noticias, existen importantes grupos de ellos que viven tranquilamente en lugares donde ni siquiera llegan las señales de teléfono ni televisión. Que Al-lah les bendiga, les guarde y les haga llegar Su Guía.

 

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