El dogma del crecimiento económico

El dogma del crecimiento económico

Desde que el ser humano es tal, ha necesitado de unas creencias y sistemas abstractos comunes para organizarse en grandes grupos. Precisamente eso es lo que nos diferencia de los comportamientos de otros animales con comportamientos sociales avanzados.

Así pues, una de las señas de identidad fundamentales de la humanidad es su obligatoria práctica religiosa, expresada de múltiples y diversas formas a lo largo de la historia, desde el animismo hasta el politeísmo hindú, desde la unicidad del Islam hasta el combate contra el sufrimiento del budismo. Los ateos militantes de nuestra sociedad mundial contemporánea son, por mucho que les chirríe, tan religiosos como monjes franciscanos del bajo Medioevo. Obama, quien sigue siendo Premio Nobel de la Paz, es un religioso tan fundamentalista o más que aquellos que pretende exterminar en sus cobardes ataques con drones.

La clave del asunto está en comprender que el capitalismo, el comunismo, el cientifismo o el humanismo son tan religiosos como el zoroastrismo o el judaísmo, pues se basan en principios sobrehumanos (que no necesariamente sobrenaturales) e inalterables, como bien explica el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Dr. Yuval Noah Harari, a cuya Breve historia de la humanidad derivamos para comprender mejor esta definición de “religión” que aquí no podemos desarrollar por falta de espacio.

La religión capitalista sostiene uno de los dogmas más infumables que jamás haya propuesto credo alguno: su dios principal es el crecimiento infinito, soberano de otras deidades menores como la consabida “mano invisible” de Adam Smith. El principio creador oculto, no obstante, es la usura.

Imaginemos a un constructor que acaba de cobrar un millón de euros por levantar un hotel y que ingresa ese dinero en una cuenta corriente. En ese momento, el banco tiene un millón de euros, exactamente la misma cantidad que figura en la cuenta del constructor. Pongamos sobre el escenario a un empresario que quiere construir una fábrica, para lo que pide un préstamo a ese mismo banco por un millón de euros. El banco se lo concede y el empresario le entrega ese millón al mismo constructor, quien lo ingresa en su cuenta. Resultado: el banco dispone de un millón de euros, pero el constructor tiene dos en su cuenta.

Compliquemos un poco más el asunto imaginando que surgen unas complicaciones en la obra y el constructor le pide al empresario otro millón de euros adicional. Éste consigue otro crédito del banco y se lo entrega al constructor, quien lo ingresa en el banco. Así, mientras que el constructor “tiene” tres millones de euros, el banco sólo dispone, en realidad, de uno.

Según la regulación financiera de EE. UU., modelo internacional, el banco puede repetir este proceso de crear dinero de la nada hasta que un total del 90% del dinero que tienen en él sus depositarios no exista realmente. ¿Por qué? Volviendo a nuestro burdo pero ilustrativo ejemplo, porque se espera que el negocio del empresario genere una nueva riqueza que cubra ese vacío. Es decir, que el 90% del dinero mundial está sostenido únicamente por la creencia en el crecimiento continuo e infinito de la riqueza. Si el crecimiento se para, los bancos dejan de ser capaces de poder respaldar el 90% del dinero que manejan. Para paliar esto en parte, el sistema financiero tiene un útil instrumento que le brinda el dinero fíat: la inflación. Aunque eso perjudique gravemente a los “feligreses de base”, forzosos o no, de la religión capitalista.

Todos los estados constitucionales actuales, por más que se definan como laicos, creen en la religión capitalista, y aceptan otros cultos subsidiarios como el del progreso científico (esto no significa que propongamos volver a la Edad Media, sino que la mentalidad cientifista pretende conocer las respuestas a todo de un modo absolutamente religioso). Lo peor es que la inmensa mayoría de sus habitantes, que se cree libre de la “opresión” antigua de la religión, está, en realidad, sufriendo la peor y más fuerte opresión religiosa que el mundo jamás haya conocido.

Entender que existe una Realidad Única de la que parte todo nuestro universo empírico y que el objetivo del ser humano ha de ser vivir en armonía con ella es algo que se puede comprender de un modo simple y natural. Entender que el crecimiento económico a toda costa, aunque implique jornadas laborales de 14 horas y 24.000 muertos por hambre al día, es el fin último de la humanidad resulta mucho más costoso de entender. Sin embargo, la mayor parte de la humanidad cree y aspira a ello. He aquí un gran motivo para reflexionar.

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