Jordania se dispone a construir en Azraq un nuevo campamento donde albergar los refugiados provenientes de Siria. La instalación costaría 63,5 millones de dólares y acogería 130 000 personas, parte de las cuales vendrían de Zaatari.
En un momento en el que el campo de refugiados de Za’atri, en Jordania, cumple ya su segundo año de existencia, los vínculos sociales, desgastados por el terror de la guerra, están empezando a recomponerse.
La tienda de bodas local está haciendo más negocio que nunca: al menos 10 novias buscan un vestido de alquiler cada semana por 45 dólares al día, de modo que puedan celebrar su boda con dignidad.
Mientras que hace seis meses la sociedad civil del campo estaba formada sobre todo por traficantes y otras mafias, ahora las normas sociales del campo están cada vez más dirigidas por grupos de personas mayores que han asumido el rol de guiar Za’atri, como hubieran hecho en Siria. “Somos de distintos pueblos pero ahora estamos empezando a unirnos”, dice Abu Shaker, un líder comunitario en Za’atri de 47 años.
Cuando llegó Abu Shaker a Za’atri hace 11 meses, hubiera descrito el campo como una “cárcel”. Ahora lo ve como una sociedad embrionaria. “No es que seamos de este pueblo o de aquel”, añade. “Es que ahora somos de un único pueblo. Nuestro pueblo de Za’atri”.
Za’atri, que acoge a unos 120.000 refugiados, siempre ha sido un centro de actividad commercial. La sección del campo llamada Campos Elíseos es el lugar donde se levantan más de 1.000 negocios callejeros, desde casas de empeño hasta barberías. Pero ahora el sentimiento de comunidad se extiende también más allá de los puestos callejeros.
Con la ayuda del socio de ACNUR, IRD, los miembros de la comunidad, muchos de los cuales eran profesores en Siria, han montado una biblioteca en ciernes. “No queremos que la gente aquí se olvide de lo importante que es leer”, dice Abdul Karim Hariri, de 23 años. “Hay mucha gente que tiene tiempo libre en Za’atri. Vienen y leen un libro. Leer es bueno”.
Killian Kleinschmidt, un alemán de 51 años que ejerce de coordinador de campo de ACNUR en Za’atri, está feliz por el progreso. Hace sólo unos meses, él y otros trabajadores eran sitiados por residentes de Za’atri casi a diario.
La situación llegó a su límite cuando un incendio destruyó cuatro tiendas y mató a cuatro hermanos. En aquel momento, durante la ira y el dolor, la comunidad de residentes y los trabajadores de Naciones Unidas se unieron. “Teníamos que hablar” dice Kleinschmidt. “Las cosas no podían seguir así”.
Aunque las agencias de la ONU y las ONGs estaban ofreciendo servicios imprescindibles como hospitales, agua y saneamiento, entre otros, estaba claro que se necesitaba una relación más cercana y un mejor gobierno. En respuesta, el campo se subdividió en 12 vecindarios para poder ofrecer espacios comunitarios y crear vínculos más estrechos. Muy pronto, cada vecindario estará gestionado por ocho comités encargados de atender todo, desde la matriculación en las escuelas hasta los temas de salud. Después de meses de arduas conversaciones, el campo empezó a florecer.
Los éxitos iniciales han hecho que aumente el consenso. A comienzos de este mes, el ministro de desarrollo alemán vino a visitar el campo y ya se están haciendo preparativos para que la ciudad de Ámsterdam ofrezca asesoramiento técnico para Za’atri. Durante el mismo periodo, un empresario alemán propuso instalar molinos de viento por el campo para generar electricidad para los residentes.
Se construirán unos 10 kilómetros de nuevas carreteras para los residentes durante los próximos meses. Entrenadores de taekwondo de Corea del Sur enseñarán a los niños artes marciales. Y un equipo de la UEFA (Unión de Federaciones de Fútbol Europeas) ha venido a formar a residentes del campo como entrenadores de fútbol gracias al apoyo de su presidente, Michele Platini, y del Príncipe jordano Ali Bin Al-Hussein,. El campo tiene ya cinco instalaciones deportivas y 10 equipos de fútbol.
Sin embargo, es difícil definir algo como normal cuando miles de refugiados deben hacer frente a los recuerdos de la guerra y de los seres queridos que han perdido. Y cada noche la tormenta de fuego de mortero y artillería se puede oír al otro lado de la frontera, en Siria.
«Es un testimonio de los refugiados que han logrado crear tanto y tan rápido en estas condiciones», dice Kleinschmidt. “Todos estamos empezando a ver los frutos de nuestro duro trabajo. Las cosas están realmente despegando”.