El cambio que viene

Foto titulada ´Retrato de poder`, por Sofía Moro. Dirigentes del Banco Santander
Foto titulada ´Retrato de poder`, por Sofía Moro. Dirigentes del Banco Santander

Y conforme los pueblos extenuados de Europa, absolutamente traicionados por su clase política, contemplan con temor cómo se fragmenta la entidad europea, a duras penas hilvanada con una moneda común que carece de valor intrínseco, cada día es más evidente que la renovación sólo podrá surgir de esa enorme masa de gente desplazada (turcos procedentes del colapso del Dawlet Osmanli, bereberes que han venido desde el norte de África tras el hundimiento del imperio colonial francés, hindúes que proceden del violento desmembramiento del Imperio que desgarró el subcontinente en Pakistán, India y Bangladesh) cuyo factor aglutinante no es la raza ni la moneda, sino la religión.

(Los Mecanismos del universo destrozado. Ian Dallas. 2012)


El que esto escribe se crió en una ciudad del norte de España, industrial, minera y pesquera, en la que todo el mundo trabajaba.

Cuando salía del colegio por la tarde no había espectáculo comparable al de los barcos que regresaban de faenar, rodeados de un enjambre de gaviotas para atracar en el puerto pesquero a partir del cual y en la colina colindante, se había formado la ciudad desde tiempos de los romanos. Las cajas de pescado eran descargadas, llevadas a la lonja donde se subastaban en un extraño rito con una cantinela más o menos sagrada. Luego, de la pequeña fábrica que estaba puerta con puerta, se sacaban a paladas el hielo triturado que iba a cubrir las cajas que, subidas a los camiones que esperaban en cola, se adentrarían en la noche rumbo a ciudades del interior y por supuesto a Madrid, donde los conocedores del tema decían iban las mejores piezas. Un par de horas antes, las lanchas de bajura habían seguido el mismo proceso, esta vez con sardinas y bocartes principalmente, cuyas cajas eran compradas por las mujeres del barrio para a la mañana siguiente vocearlas por la ciudad en ese estilo inigualable que tiene el pregón de la venta ambulante.

Los sábados o domingos iba con mis amigos a coger quisquillas en los roquedales que rodeaban los astilleros, tanto de construcción como de desguace, que estaban junto al puerto. Y más allá, cerca ya del horizonte, las chimeneas de los altos hornos emitían el barniz con que estaban pintadas las fachadas de las casas de esta ciudad, ese tono gris que tan bien iba con el tiempo usualmente nublado. Y a pocos kilómetros del puerto yendo hacia el interior, estaba una de esas minas míticas, un pozo con nombre de mujer borracha y dinamitera, como gustan de describirse los habitantes de esta provincia española. El paraíso mismo del trabajo, la vida cabal, el canto y la cordura.

Por circunstancias me ausenté durante varios años y cuando regresé, no parecía posible tal cambio: el puerto pesquero ya no tenía las lanchas de bajura ni los barcos de madera y alegres colores que faenaban por el Cantábrico. En su lugar, habían crecido unas cosas que llaman pantalanes, de color blanco inmaculado, y en los que estaban atracados veleros, motoras, algún yate de cierta importancia y las famosas lanchas de bajura ahora reconvertidas en objetos de ocio y entretenimiento. La lonja donde se subastaba el pescado era ahora un restaurante de lujo, como sus precios, la fábrica de hielo un Museo del Mar con un calamar gigante y todo, por si acaso, y la zona del astillero de desguaces era una playa artificial con edificios estilo Corrupción en Miami. Las fachadas de las casas estaban ahora pintadas con vivos colores, bancos por doquier, aún más Bancos y Cajas, macetones con flores y papeleras, artilugios para depositar los excrementos de los animales de compañía, que ya no eran patrimonio exclusivo de viudas solitarias sino de parejas jóvenes que preferían esperar, y lo nunca visto en mi juventud: pasos de cebra de rayas blancas fosforescentes en los que, nada más poner el pie, se detenía el mundo como por ensalmo. Y claro, la siderurgia ya no echaba humo, los pescados sólo se vendían en el Mercadona, Carrefour o el Corte Inglés, y la mina altiva y desafiante estaba de negociación con el Gobierno.

Los reyes de España y los príncipes de Asturias en el Palacio Real, en Madrid.

La extenuada Europa

En cuanto me dirigí a mi sobrino, el hijo de papá convertido en comunista: “Y encima es una ciudad de viejos”, sentenció con amargura. A la mañana siguiente salí temprano a ver el Muro, el paseo marítimo de más de 3 Km. que rodea la playa. Y lo vi: decenas de canosos y canosas, con chándales y zapatillas de deporte de marca y auriculares que les aislaban del molesto ruido de las olas, andando e incluso trotando para eludir la muerte que a todos nos acecha. “¿Y los jóvenes?”, pregunté a mi inefable sobrino. Seguí sus instrucciones y ese atardecer le seguí a la colina que había sido el origen de la ciudad. Allí, al pie de la antigua y ahora cerrada Fábrica de Tabacos, que presumía hacer los mejores Farias de España, desperdigados por unas escalinatas de piedra erosionada por la lluvia, rodeados de orines, pescado podrido, litronas y botellas de plástico vacías, la juventud de la ciudad intentaba, con poco éxito, parecer alegre y despreocupada.

Tuve que remitirme a instancias superiores. Pregunté al padre del sobrino, un reyezuelo del ladrillo de la época. Dijo: “Ya, ya; y eso que lo que tú vendes son artículos entre 30 y 60 €, pero fíjate en mí que vendo pisos de doscientos y trescientos mil euros. ¡Y me los compran!” Tampoco él lo podía entender; pero claro, compraban y compraban. Era como el comentario de Eduardo Mendoza citado en un número anterior de este periódico: “Parecía que nos había tocado una lotería que no se sabe quién sorteaba”.

Traicionados por la clase política

El caso es que sí se sabe. En cierta ocasión mi Shayj, el autor de las líneas del encabezado, me llamó para decirme que al día siguiente viese un programa de TV determinado. Era una coproducción franco-italiana en la que se veía a un personaje atildado y amanerado que entraba en un despacho donde esperaban dos funcionarios de la corte de un país centroeuropeo, a finales del siglo XIX más o menos; el petimetre les hablaba de elevar la ciudad a niveles fastuosos: dos nuevos puentes sobre el río, un ancho boulevard pavimentado con losas de granito rosa, un gran teatro de la ópera, museos… “Esto hará que el pueblo se sienta orgulloso de su ciudad, de sus gobernantes, serán Uds. queridos, respetados y por supuesto ─dijo bajando el tono de la voz─ recompensados por las empresas a quienes se encarguen tales trabajos”. La mirada de los altos funcionarios se ensombreció al tiempo que decían: “Pero las arcas del Tesoro no permiten esos gastos, es demasiado para el país”. “¡No amigos míos, no! Eso no debe detenerles. De hecho yo represento a un grupo de personas de medios ilimitados y considerable influencia que, guardando siempre el más absoluto anonimato, estarían dispuestos a prestar los fondos necesarios a devolverse en un tiempo acordado entre ambas partes con un módico interés. Tengan además en cuenta que, en caso de abandonar Uds. sus posiciones actuales, estas personas estarían más que dispuestas a darles puestos de gran responsabilidad en sus propias empresas, además de magníficas recompensas por todos sus esfuerzos”. Poco tiempo después se firmaban los contratos.

En palabras de la escritora americana Joan Didion: “Los políticos, una clase que se ha creado a sí misma, donde sólo se consultan entre ellos, una nueva especie de elite gestora…, ese puñado de enterados que inventan, año tras año, la narrativa de la vida pública”. Pero no sólo eso. En nuestro país, basados en retóricas sobre la lengua, la historia, la geografía o el clima, han inventado sus propias timbas, 17 en total, donde juegan con el dinero público, se aseguran salarios y pensiones vitalicias, colocan a primos, cuñados y sobrinos de estos últimos y emprenden el tipo de obras descritos en la, más que verídica, coproducción televisiva. Y ahora como por ensalmo, se descubre que todo era dinero que no se tenía, que lo que se debe son cantidades inimaginables y que tenemos que pagarlo aunque nos cueste la vida.

En la clase política ha desaparecido todo atisbo de sensatez, hipnotizados por la ambición y la codicia son incapaces de ver más allá de sus propios bolsillos, de sus propias poltronas; inútiles, excesivamente caros, sin honor ni dignidad, mentirosos, lo peor de la sociedad.

La renovación

Alguien dijo al Profeta Muhammad: “Pides protegerte de las deudas con mucha frecuencia”. Y él, a quien Allah bendiga y conceda paz, dijo: “Cuando una persona tiene deudas, hablará y mentirá, prometerá y romperá su promesa”.

Esa religión que aglutina a los pueblos que traerán la renovación es el Islam. Islam es Din al-Fitra, cuyo significado es ‘la forma de vivir basada en la cordura’. La cordura que es el resultado de respetar la ineludible realidad que rige el universo, el ser humano y sus agrupaciones sociales. Cuando se sale de esta realidad viene la locura, el engaño, el espejismo y se cae en las trampas de los que, aunque afirman estar mejorando las cosas en realidad las corrompen.

La realidad más apremiante es que el Creador nos ha traído a la vida para que Lo adoremos, razón de que el Islam especifique de forma clara las reglas y condiciones de esta adoración.

Pero una vez expuestas las normas de la adoración, hay toda otra serie de instrucciones cuyo objetivo es impedir la locura y el engaño mencionados. La más relevante, como demuestra el mundo que ahora vivimos, es la antigua prohibición de la usura, que impide la creación de riqueza a partir de la nada. Sobre el tema de la usura se ha escrito en numerosas ocasiones en este periódico y no considero que pueda aportar nada nuevo. Pero para mostrar otra serie de instrucciones que impiden la locura y las artimañas, permítaseme citar algunos de los titulares de los capítulos de la Mudawwanah al-Kubra, la recopilación de leyes que hicieron los estudiantes del Imam Malik, Imam de Dar al-Hiŷrah, que no tienen que ver con la adoración en sí y que demuestran que, en caso de aplicarse, no queda lugar para los engaños.

Son los siguientes: Cambio de dinero, Herencias, Pagos por adelantado, Ventas con períodos de tiempo diferentes, Ventas deshonestas, Distribución de beneficios, Transacciones engañosas, Árboles frutales cuyo dueño asigna a otra persona, El comercio en territorio enemigo, Ocultar los defectos de los artículos, Acuerdo en las transacciones, Responsabilidades de los fabricantes, Salarios y contratación, Alquiler de cabalgaduras, Alquiler de casas y terrenos, Aparcería, Sociedades, Qirad, Juicios, Reclamaciones, El deudor; Bancarrota, El que tiene permiso para comerciar, Ser fiador y asumir la responsabilidad del cumplimiento de las obligaciones de otra persona, Transferencia de deudas, Los empeños, Propiedades embargadas injustamente, Reivindicación de derechos, Derechos preferentes de adquisición Reparto de las herencias, Establecimiento como waqf de una propiedad inajenable, Sadaqah, Patronatos y depósitos, Préstamos, Robos.

¿No les suena? Sí; la economía, el comercio, las transacciones económicas. Ese mundo cuyas normas se han olvidado para dejar campo libre a los que no quieren norma alguna, a los maestros de las finanzas que quieren liberalizar, desregularizar los mercados, permitir la creación de nuevos productos financieros, mercados de futuros, subprime, activos tóxicos, etc., los magos del engaño que intentan exprimir el mundo hasta que no quede una gota. Recuperemos estas leyes y volverá la cordura, estos parásitos desaparecerán y quizás nos salvemos de las peores desgracias, incluida, Allah no lo permita, la guerra civil.

Postdata

En De republica, Cicerón llegaba a admitir: “En situaciones críticas el único que puede ayudar es un dictador”, aunque luego añadía: “Pero luego debe ocupar su lugar entre los príncipes”.

Lo de un dictador puede ser molesto, especialmente si no se sabe de dónde puede venir. Un militar insubordinado, un clérigo aventolado, un cabalieri desvergonzado… Pero nuestro país cuenta con una gran ventaja que desgraciadamente ha pasado a formar parte del circo político y es objeto de burlas, ataques y desprestigio como si fueran uno más. Me refiero a que España tiene un rey y un príncipe heredero, legitimados y con tradición a sus espaldas. Se les ha convertido en meros burgueses que viven en chalets más o menos grandes, tienen un sueldo que se cuestiona cada año y un mes de vacaciones en Mallorca como cualquier “esforzado” trabajador alemán de clase media baja. Si el rey, por cuestiones de salud, presión mediática o visión de futuro, se viese inadecuado (ya hizo un gran papel cuando lo de los militares insubordinados), bien podría abdicar en su hijo que ha sido preparado desde su nacimiento para servir al país y parece tener un espíritu libre y adecuado a los tiempos modernos. Podría rodearse de personas de ese nuevo calibre tan necesario y mediante el buen consejo, la cordura y con las cuentas claras, comenzar la limpieza que todo el mundo desea y por la que estamos dispuestos a pagar lo que sea. No es más que una idea.


Madrasa Editorial acaba de publicar el libro Los mecanismos del universo destrozado de Ian Dallas. Está disponible en su página web: www.madrasaeditorial.com

Salir de la versión móvil