El auge de Islam en Latinoamérica

En Latinoamérica no existe respecto a Islam el rechazo a priori que es ostensible en muchos lugares de Europa, y ello, entre otros motivos, porque no hay un rechazo visceral hacia los grupos de inmigrantes como en el viejo continente, quizás porque por acá con el europeo ya se contaba del mismo modo que en la mayor parte del continente con la gente de ascendencia africana que llegó como mano de obra esclava junto con aquel a sumarse a la población autóctona. De manera que como América Latina cuenta con una asentada mixtura de gentes (aunque Europa es una antigua encrucijada de pueblos y superposiciones culturales, la última ola migratoria tiene apenas unas décadas), las tensiones que en Europa o EE. UU. se producen debido a la xenofobia (término elegante para expresar lo que siempre hemos llamado racismo), aquí no constituyen, salvo excepciones –relacionadas al clasismo de las élites europeizantes-, un ingrediente significativo para el rechazo o los prejuicios.

Sin embargo, si Islam hubiese llegado a América como un asunto puramente acotado a los emigrantes musulmanes, lo asumiríamos como algo obvio y una cuestión cultural, pero el caso es que hasta una parte considerable de los musulmanes de ascendencia árabe está constituida por conversos provenientes de familias de tradición cristiana que, explorando los orígenes de la nobleza y la riqueza de la cultura de sus antepasados, desembocaron en Islam. No obstante, a ellos se añade además un goteo creciente e incesante de personas naturales de los países de la región, que no tienen ninguna ascendencia árabe, sino que en muchos casos más bien indígena.

Por otro lado, resulta paradójico que mientras peor se presenta a los musulmanes en los mass media, más gente se interesa en averiguar por su cuenta qué es este asunto de Islam. Debe ser que para la gente no es muy difícil hoy en día darse cuenta de lo burda que es la manipulación de la información por los medios, y lejos de ser efectiva la (des)información que de ese modo deviene en propaganda, su resultado viene siendo poner ante los ojos de muchos algo que, de extraño, a más de alguno motiva a indagar.

De esa manera han ido llegando a Islam gentes de toda Latinoamérica, por lo que ya no queda país en el continente que no cuente en sus ciudades con alguna comunidad, aunque sea incipiente, de musulmanes no emigrantes. Incluso en EE. UU., donde el número de musulmanes alcanza actualmente la cifra de cinco millones, el crecimiento de Islam, que se dio primeramente a través de las comunidades afroamericanas, ha pasado el testigo a la comunidad latina, de manera que siendo la comunidad que más crece en aquel territorio -hasta el punto de que pronto constituirá la población mayoritaria del país-, el crecimiento de Islam en su interior -por ahora un seis por ciento del total- le es correlativo.

Brasil, uno de los países católicos más grandes del mundo, es el segundo país del continente en cuanto a presencia musulmana y el primero del ámbito latinoamericano, con un millón y medio de musulmanes, cifra que se estima podría cuadruplicarse en menos de diez años, con mezquitas, como alguna de Sao Paulo, en las que hay una docena de conversos cada mes; crecimiento que no deja de sorprender a muchos, aunque lo que más sorprende es que -y esto es extensivo a toda Latinoamérica- aunque los medios presentan a Islam como una religión “machista” y opresiva para las mujeres, sean justamente ellas las que llevan la delantera en las conversiones. Entre las razones que en parte lo explican está el que muchas mujeres se cuestionan la situación a que las empuja el economicismo de la sociedad moderna, en contra de su legítimo anhelo de vivir la maternidad de la manera más plena posible. A ello se añade por supuesto lo que es común a hombres y mujeres, una búsqueda existencial relativa al sentido de la vida, como así mismo la búsqueda de valores y referentes claros en una sociedad globalizada que los tiene cada vez más deteriorados.

Argentina es el tercer país del continente, con una comunidad de unos setecientos mil musulmanes, crecida en torno a una exuberante comunidad de emigrantes de Oriente Medio; pero se pueden encontrar allí situaciones semejantes a la de todos y cada uno del resto de los países latinoamericanos, donde el crecimiento de las comunidades ha comenzado a darse significativamente a través de gentes que, sin tener ninguna vinculación con los países de tradición islámica, se han adherido a la práctica de Islam, como en México, Colombia, Perú o Venezuela, o hasta en la República Dominicana, en cuya capital existen no una o dos sino varias tariqas de tasawuf. Todo ello señala una realidad incontenible y al mismo tiempo inimaginable hace tan sólo veinte años.

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