Dubái – Irán

El día 16 de enero de 2016 marcó la fecha en que se activó el Plan de Acción Integral Conjunto y, por consiguiente, el levantamiento de las sanciones impuestas a Irán con relación a su programa nuclear. Este era el corolario final de las conclusiones a las que había llegado el Organismo Internacional de la Energía Atómica en el sentido de que Irán había cumplido con las medidas exigidas con respecto a su programa de desarrollo nuclear. Esas sanciones habían provocado un hundimiento del comercio con Dubái desde un máximo de 10 000 millones de dólares en 2009 a un mínimo de 6800 millones de dólares en el 2012. Aun así, Irán seguía siendo el cuarto socio comercial de los Emiratos Árabes Unidos en el 2014.

Con el levantamiento de las sanciones, los lazos antiguos, casi ancestrales, económicos y sociales que ligan a Irán con los Emiratos, especialmente con el Emirato de Dubái -en el cual se concentran la inmensa mayoría de los intereses y conexiones de Irán con los EAU-, parece que van a florecer de nuevo. ¿Seguro? Desde hace unos años los EE UU podían congelar los activos financieros de cualquier ciudadano o empresa de cualquier país, incluidos los EAU, o bloquear la actividad comercial de cualquiera de ellos, simplemente incluyendo su nombre en una “lista seleccionada”. Estar en esa lista suponía, como mínimo, un impedimento para realizar cualquier tipo de negocio con entidades de los EE UU y, habitualmente, con prácticamente cualquier entidad que estuviera de algún modo aliada o controlada por los EE UU. En el peor de los casos podía ser la antesala que llevara a los individuos o entidades de la lista a ser acusados de asociación con el terrorismo y la pesadilla de situaciones que tal acusación conlleva.

Las relaciones comerciales de Irán con lo que ahora son los estados del Golfo Pérsico es anterior a la creación de los propios EE UU. Por consiguiente, el reciente periodo de sanciones, incluso el periodo más extenso de relaciones restringidas desde que en 1979 triunfó la revolución iraní, es poco más que un suspiro en la historia de la región. Muchas familias de los Emiratos, en particular de los emiratos del norte, que incluyen al de Dubái, tienen sus orígenes en Irán; algunas familias quizá se remontan incluso a los tiempos del Imperio persa. No es nada raro encontrarse con ciudadanos de los EAU con apellidos que denotan origen persa; muchos siguen hablando farsi en casa, con preferencia sobre el árabe como lengua doméstica. Además de esos ciudadanos que ya están más o menos asimilados, los Emiratos Árabes Unidos cuentan con la comunidad de nacionales iraníes fuera de Irán más grande del mundo. Esas familias y las empresas de las que son propietarios han sufrido mucho durante el periodo de las sanciones porque su actividad dependía en gran medida del comercio tradicional con Irán, tanto de mercancías como de transacciones financieras. Dubái es más que nada un punto de encuentro y un cruce de redes comerciales. El petróleo nunca ha supuesto una porción demasiado significativa en la fortuna de esta emprendedora ciudad. La actividad económica y la fuente de su enorme riqueza ha sido siempre el comercio (con excepción de alguna especialización, como la recolección de perlas naturales en los fondos marinos, práctica completamente abandonada desde que se desarrollaran las alternativas cultivadas y sintéticas en el siglo pasado). La actividad comercial manifiesta muchos otros rasgos importantes, como el hecho de que Dubái estaba en una posición aventajada en la ruta a la India y al Lejano Oriente, y que era punto de avituallamiento para los poderes europeos, especialmente para el Imperio británico. Pero, aparte quizá de su comercio con el subcontinente indio, ha sido la proximidad con Irán lo que ha marcado la influencia dominante de los negocios locales, si se excluyen los enormes volúmenes de mercancía que es recibida y re-enviada entre Occidente y Oriente pasando por los puertos de los EAU y que, como norma, no son transacciones controladas por comerciantes de los Emiratos. Mucha gente compara el papel de Dubái como portal de acceso a Irán con la posición que Hong Kong tiene con respecto a China, y no están desacertados.

Para los bancos de los EAU, sobre todo los llamados bancos islámicos o que presentan un perfil de “cumplimiento de la Sharia”, la reapertura de los mercados iraníes es el retorno de lucrativas oportunidades y la normalización de las cuentas de los clientes iraníes. Se estima que el montante de las importaciones anuales de Irán pronto alcanzará los 200 000 millones de dólares, y una importante tajada de ese montante puede canalizarse a través de los EAU, ya sea por conductos ya existentes gracias a relaciones comerciales individuales, o bien gracias a las impresionantes facilidades logísticas de los Emiratos, que incluyen algunos de los mejores puertos marítimos y aeropuertos del mundo.

Otro sector que espera beneficiarse es el de la propiedad inmobiliaria. Los EAU, con criterio selectivo pero en magnitud muy significativa, abrieron el derecho de adquirir propiedades a los extranjeros en su mercado inmobiliario a partir del año 2002. Consecuentemente, muchos iraníes, cansados de las restricciones a su estilo de vida y de la continua vigilancia de sus actividades comerciales por parte de las autoridades conservadoras de su país, se vinieron en bandada a invertir aquí. En el 2010 los iraníes eran el cuarto grupo extranjero más numeroso de compradores en el mercado inmobiliario de Dubái.

Los controles del flujo de dinero para financiar estas adquisiciones atragantaron algo estas inversiones, pero ahora el flujo está llamado a volver, favorecido además por el hecho de que los precios de las propiedades se han suavizado en los dos últimos años, haciendo que una residencia en los Emiratos sea una opción no sólo económica sino también segura y placentera.

Pero hay otro factor en las relaciones recíprocas entre ambas orillas del Golfo, y no está relacionada con la economía. El apoyo directo e indirecto de Irán a las poblaciones shi’as, a veces intranquilas, de los Estados árabes del Golfo y sus actividades militares por mediación de otros en Líbano, Palestina, Iraq, Siria y Yemen están resultando una fuente de irritación permanente. El levantamiento de las sanciones no ha cambiado ese hecho. Muchos hombres de negocios de los Emiratos desean implicarse sin duda en actividades comerciales legítimas y pacíficas con sus análogos iraníes, pero mientras los soldados de Emiratos están combatiendo y muriendo en Yemen, donde los houtis obtienen su mayor asistencia del Estado iraní, la dicotomía que se les presenta es muy acuciante.

Los EAU han reducido recientemente su presencia diplomática en Irán, aduciendo la intromisión de Teherán en los asuntos internos de los Estados del Golfo. El mes pasado, el General Dahi Khalfan, Director de Seguridad General del Emirato de Dubái, dio a conocer su opinión de que los Emiratos deberían cortar toda relación comercial con Irán. Aun cuando esa declaración no representa la política oficial, ilustra claramente el calado y los sentimientos encontrados que se dan a los más altos niveles y pone de manifiesto que el futuro inmediato no puede ser cómodamente pronosticado.

La relación entre los dos vecinos tiene una historia larga y compleja. En el terreno de los negocios es profunda y pragmática. A nivel social de los individuos abarca un entrelazado histórico que no es fácil desenredar, pues tiene tantas facetas que no se puede tipificar con un ejemplo que yo pudiera aportar. Podría describir al vendedor de alfombras iraní cuya familia llegó hace un siglo (o hace tres) o a un millonario que compró una casa en New Dubái el año pasado, o al abogado “americano” cuya familia lo envió desde Teherán a los EE UU a estudiar y que ahora se encuentra en Dubái, donde sus raíces y su lengua materna le ayudan a posicionarse en el mundo de los negocios. Todos son diferentes pero forman parte de un complejo entramado.

A nivel cultural se pueden apreciar el prestigioso y próspero Club Iraní, el enorme y respetado Hospital Iraní y los muchos restaurantes y negocios con nombre iraní. En la otra cara de la moneda, en 2012, el cambio de nombre al encantador distrito de Bastakiya en Dur Dubai –cuyo nombre derivaba de la ciudad persa de Bastak, de donde procedían los habitantes del barrio llegados en el siglo XIX– por el más indígena de Al Fahidi fue interpretado por la mayoría como una señal a Irán de que no debe acostumbrarse a tener un pie puesto en la otra orilla del Golfo Árabe. Por cierto que así es como lo llaman aquí, mientras que los iraníes –y curiosamente también los americanos– lo llaman el Golfo Pérsico. Otro elemento de discordancia en las relaciones recíprocas es la ocupación por la fuerza desde 1971 que Irán hizo de unas islas en las aguas de Ras Al Khaimah, llamadas Thumb y Abu Musa. Aunque no ostentan un valor estratégico especial, el incidente nos recuerda el poder latente de un formidable país vecino, cuyas actitudes e intenciones nunca pueden darse por seguras.

En resumen, los beneficios comerciales de unas relaciones activas con Irán están de sobra probados y son cuantiosos, no obstante este factor puede dejar de ser el dominante y es improbable que las complejidades históricas se desvanezcan.

 

 


Traducido por AbdulHasib Castiñeira

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