Una señora mayor, encorvada, se acerca al montón de frutas que se amontonan en los pasillos de un céntrico mercado de Madrid. Son las que se van a tirar porque están pasadas y ya no se pueden vender. No importa, la mujer, con una bolsa colgada del brazo y las manos enfundadas en unos guantes de plástico, inspecciona el género y selecciona las piezas que se llevará a casa. A la bolsa.
La imagen no es nueva, pero en los últimos años se ha convertido en una estampa cada vez más frecuente. Los cubos en los que los supermercados tiran los productos a punto de caducar son un punto de encuentro en la madrugada para aquellas personas que no tienen recursos, y cada vez son más.
En los países industrializados, una gruesa parte de la pérdida de alimentos —hasta un 40%— se produce en la venta minorista y en el consumo, según detalla la FAO. La agencia de la ONU calcula que el derroche de comida propiciado por los ciudadanos europeos llega a rebosar los 220 millones de toneladas por año, casi la misma cantidad de alimentos producida por África subsahariana. La situación es tan alarmante que la Unión Europea decidió declarar 2014 como Año contra el desperdicio de alimentos y programar una hoja de ruta para poner un freno a esta sangría constante de comestibles y reducirla a la mitad para 2025.
La pérdida de alimentos se produce en todas las fases de la cadena alimentaria, desde la producción hasta la manipulación, distribución y consumo. Tanto a nivel nacional como internacional y para frenarla han nacido diferentes iniciativas dirigidas a reducir el desperdicio de comestibles y construir un mundo más sostenible.
Entre estas medidas cabe destacar iniciativas como el movimiento bautizado ugly food(comida fea) o ugly veggies (vegetales feos) intenta propiciar el consumo de frutas y hortalizas que, de otra manera, acabarían desperdiciándose por no respetar los “cánones estéticos” exigidos por los establecimientos comerciales.
Aunque en España el movimiento de la comida fea no haya despegado todavía, sí que en Europa —en particular en Alemania, Francia y Reino Unido—, han nacido varias iniciativas relacionadas con esta corriente para sensibilizar al consumidor. Desde la cooperativa portuguesa Frutafeia, que opera desde finales de 2013 para salvar toneladas de frutas y hortalizas que no respetan la estética “común”, hasta la campaña Inglorious fruit and vegetables lanzada por los supermercados franceses Intermarché, que ofrecen productos “imperfectos” con un 30% de descuento. En Alemania, Culinary Misfits —cuyo eslogan es Come toda la cosecha— recupera y revende los productos que no serían aprovechados por presentar características “anómalas”, mientras Ugly Fruits persuade a los consumidores para que los vegetales con formas no convencionales entren a formar parte de su dieta. Hasta uno de los cocineros más mediáticos de Reino Unido, Jamie Oliver, se ha sumado a la campaña a favor de los “vegetales torcidos”, iniciativa que ha sido recogida por la segunda cadena de supermercados británicos.
En otra linea de desarrollo el Gobierno francés quiere reducir a la mitad el despilfarro de alimentos para el año 2025 y para ello ha obtenido el apoyo unánime de la Asamblea Nacional. Mediante una enmienda a la Ley de Transición Energética, a partir del 1 de julio del año próximo, los supermercados de más de 400 metros cuadrados no podrán tirar a la basura los productos perecederos. Deberán donarlos a organizaciones dedicadas a la alimentación animal o a la fabricación de abonos agrícolas.
En un ámbito algo más local no son pocas las empresas, que conscientes del drama del hambre, han optado por donar sus excedentes en vez de tirarlos. La red de Bancos de Alimentos de España no dan abasto para gestionar la gran cantidad de alimentos que les llega: más de 90 millones de kilos en 2011, según la federación que los agrupa. “No estamos preparados para recoger todo, necesitamos más infraestructuras, camiones, cámaras de frío”, afirma el presidente del Banco de Alimentos de Madrid.
Si bien todas estas medidas afrontan la situación con medidas eficaces para frenar el desperdicio en áreas y países con exceso de producción, se hace evidente que a largo plazo es necesario buscar soluciones que impliquen un cambio en la manera de producir y de entender el comercio de alimentos, y el comercio en general, para repartir entre todos los que somos todo lo que disponemos.