‘Defensa contra el desastre’

 “Aunque hubieras gastado todo lo que hay en la Tierra no habrías logrado unir sus corazones”

(Sura de los Botines de Guerra, 64)

Este libro luminoso como una estrella comienza con unas palabras de Anas, compañero del Profeta, que Allah bendiga al Profeta y le conceda la paz, palabras estremecedoras: “No nos habíamos acabado de sacudir la tierra de la tumba del Mensajero de Allah de las manos que ya dudábamos en nuestros corazones”. El cuerpo del hombre más cercano a Allah, exquisito, guerrero, compasivo, justo, no se había enfriado, ni el eco de sus palabras y de sus acciones habían dejado de resonar por las calles de Medina, por los mercados de Medina, por las llanuras, montañas y desiertos de Arabia, y ya la certeza que su presencia había proporcionado a los que le rodeaban, a los que habían bebido la luz de sus ojos, la convicción que les había dado empezaba a tambalearse, porque “el día que vino a Medina, ésta quedó iluminada, y el día que murió, se cubrió de oscuridad”.

Ali y Fátima se encerraron en su casa, la situación se volvió inestable, los Compañeros de Muhammad se agitaban como cabras una noche de tormenta, una situación que conocen algunos de los que se ven separados de la presencia del amigo de Allah, de la certeza que proporciona su presencia. El Islam comenzó a desviarse inmediatamente hasta que Allah corrigió aquella desviación del Islam con el juramento de fidelidad califal que los hombres y las mujeres de Medina prestaron a Abu Bakr; esto no ocurrió semanas después, meses después, años después de la muerte del Mensajero de Allah, ocurrió el mismo día, cuando sus Compañeros no se habían sacudido todavía la tierra de la tumba en la que le habían dado sepultura.

¿Por qué Ali y Fátima se encerraban en su casa? Porque Fátima, la hija del Profeta, estaba encolerizada con Abu Bakr, ya que éste decidía ajustarse escrupulosamente a las palabras del mismo padre de ella: “No dejamos herencia. Lo que dejamos es limosna”. No había, por lo tanto, herencia para Fátima, Abu Bakr no le entregaba ninguna herencia de su padre, Fátima permanecía durante seis meses enfadada, encerrada en su casa, hasta que el ángel de la muerte se la llevaba consigo; su marido Ali, por el contrario, rezaba cada día tras Abu Bakr, ponía su espada desnuda a disposición de Abu Bakr en la guerra que tuvo que entablar contra las tribus que se negaron a pagar el zakat, los primeros que se desviaron en la situación de inestabilidad y de oscuridad que se produjo tras la muerte del Mensajero de Allah, Allah le dé paz; la situación de duda que se produjo en los corazones de estos desviados les llevó precisamente a negarse a pagar el zakat, decían: “Hacemos el salat pero no pagamos el zakat”. ¿No es significativo que la primera pieza del Islam que la duda desmontó sea precisamente la pieza de la que el Islam carece hoy? Abu Bakr les hizo la guerra, Allah corrigió a través de él aquella desviación tan significativa del Islam, la corrigió por medio de Abu Bakr, puesto que Abu Bakr dijo: “Lucharé contra los que distinguen lo más mínimo la oración del zakat”.

Conmueve y admira que Ali tuviera tanta prisa −aquel día de duda, inestabilidad y oscuridad−, en prestar juramento de fidelidad califal a Abu Bakr, que Ali saliera de su casa a medio vestir, para no retrasar ni un minuto su aceptación del nombramiento como califa de Abu Bakr; después de hacerlo, se sentó con él y fue sólo entonces cuando pidió que le trajeran la ropa de su casa; también conmueve y admira que Ali, cuando fue nombrado califa, no entregara ninguna herencia del Profeta a los herederos de su mujer Fátima, precisamente por la misma razón que Abu Bakr, las palabras del Profeta: “Mis herederos no se repartirán ni un dinar, lo que dejo después de restar el mantenimiento y la provisión de mi familia es sadaqa, esto de acuerdo con la costumbre de los Profetas de no dejar ninguna herencia para que nadie pudiera envolver su trabajo de Profetas con la sospecha de que lo hacían para obtener riqueza y dejársela en herencia a su familia.

Conmueve y admira que Abu Bakr, a causa de estas palabras del Profeta, tampoco entregara ninguna herencia a su hija Aisha, mujer del Profeta, que Allah bendiga, ni le hizo caso a su hija Aisha cuando ésta le pidió que entregase a Fátima su herencia como esposa del Mensajero; conmueven y admiran las palabras que Abu Bakr dirigió a la gente cuando la duda se apoderaba ya de sus corazones: “Si rendís culto a Muhammad, Muhammad está muerto. Si rendís culto a Allah, Allah está vivo y nunca muere”. Por medio de la firmeza y persuasión de Abu Bakr, Allah ayudó a los musulmanes, la tristeza de aquellos días que siguieron a la desaparición del Mensajero se disipó como se disipan las nubes. Por eso Abu Huraira decía: “Si Abu Bakr no hubiera sido nombrado, Allah habría dejado de ser adorado”.

En Abu Bakr, y luego en ‘Umar, se cumplía la promesa de Allah en la Sura de La Luz 55: “Allah les ha prometido a los que de vosotros crean y practiquen las acciones rectas que les nombrará califas en la Tierra como ya hiciera con sus antepasados y que les reafirmará la práctica de la Adoración que tienen, que es la que Él ha querido para ellos, y que cambiará su miedo por seguridad. Me adorarán sin asociarme nada. Quien reniegue después de eso, ésos son los descarriados”. 

La comunidad musulmana, bajo la dirección de sus califas, nos dice Qadi Abu Bakr Ibn al-Arabi, era la comunidad más feliz conocida en la historia porque, siguiendo el ejemplo de sus gobernantes, los musulmanes, la gente común musulmana, actuaba poniendo a los otros por delante, preferían el bien de los otros antes que el beneficio propio; un hombre de aquellos se encontraba con alguien que le odiaba, que le deseaba el mal, y permanecía junto a este hombre que le odiaba hasta que anestesiaba aquel odio que le tenía el otro, hasta que despertaba sentimientos contrarios que existían en el otro, sentimientos que se hallaban ocultos bajo los sentimientos de odio, no se separaba del otro hasta que éste en vez de desearle el mal, le deseaba el bien.

Esta partícula nuclear será difícil encontrarla en los tratados de sociología, en los estudios de ingeniería social, en las utopías sociales. ¿Por qué la comunidad musulmana, según Qadi Abu Bakr, era la más feliz que se ha conocido en la historia, que “se ha conocido”, no que se ha añorado o se ha idealizado o se ha prometido que llegará un día? Porque, según afirma Qadi Abu Bakr Ibn Al-Árabi en su libro radiante, siguiendo el ejemplo de sus  gobernantes que ponían a sus gobernados por delante, los musulmanes preferían el bien de los otros antes que el beneficio propio. No trataban a los demás “como a sí mismos”, sino que “los preferían a sí mismos”. Claro que esta partícula nuclear sólo la tienen los hombres y las mujeres cuando Allah se la concede: “Él es Quien te ha sostenido con Su ayuda y con los creyentes y ha unido sus corazones. Aunque hubieras gastado todo lo que hay en la Tierra no habrías logrado unir sus corazones” (Sura de los Botines de Guerra, 64). Esta realidad atemporal es parte de la defensa contra el desastre que se halla en el libro luminoso como una estrella de Qadi Abu Bakr Ibn Al-‘Árabi de Sevilla.

Hajj Abdalbasir ha sido profesor de Literatura Española y Universal en la Universidad del País Vasco y Premio Café Gijón. Ha publicado tres novelas: Ismael, Guerrita y Bajo la noche; dos libros de poemas: Traje de luces y Sueños; y cuentos en revistas españolas y americanas. En la actualidad es profesor de Literatura Universal en el Dallas College, Ciudad del Cabo.

El libro referido es “Al-Awasim Min al-Qawasim” de Qadi Abu Bakr Ibn Al-‘Árabi. Traducción al inglés editada por Shaykh Abdalqadir As-Sufi, Madinah Press, 1995.

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