De la tabla de ‘skate’ a la más noble, la tabla de Corán

Palabras de agradecimiento por haber podido completar la memorización del Libro de Allah

Alabanzas a Allah, que es en Sí mismo alabado y es alabado por todas las cosas, aunque no nos percatemos de sus alabanzas. Aquel que nos ha bendecido y honrado con el mejor de la Creación, el digno de confianza, cuyas cualidades eran las del Libro que poseía en su interior, sello y culmen de los profetas y enviados y cuyo nombre deriva de la alabanza: Muhammad, que Allah le bendiga y conceda paz, portador del último Libro, la Noble Recitación, que es continente de todo el pasado, del juicio de nuestro presente y de lo que ha de ocurrir; dejado en herencia a un círculo específico de entre su gente, cuando dijo en el Corán: »Y después dejamos en herencia el Libro a quien elegimos de entre nuestros siervos», y al mismo tiempo a disposición de todo el mundo.

Exaltado sea Aquel que puso en mi corazón la guía hacia el estudio de Su Noble Libro, pues me hallaba en un momento tan singular como trascendental en la vida de una persona, la adolescencia, que es esa etapa delicada que en una sociedad musulmana suele acontecer de la noche a la mañana con la mayor naturalidad y sin la difícil transición de niño a hombre que en este sistema actual puede llegar a durar años, cuando no toda una vida.

Patinaba, por aquel entonces, por las calles granadinas con mi skateboarding junto a un grupo de jóvenes convencidos de que la felicidad podía alcanzarse fuera del alcohol y el cannabis. Pero un año después ninguno de ellos podía prescindir de estas dos drogas. Y fue entonces cuando puse todo el peso de mi cuerpo sobre la parte trasera de la tabla, levantando así la delantera y frenando en seco. Estaba totalmente convencido de que no era ese mi camino, y al año siguiente había sustituido la tabla de skate por una más noble: la de Corán. Dio mi vida un vuelco y ahora me encontraba en un lugar de gran renombre entre los eruditos, cuna del conocimiento del Magreb: la cuidad de Fez. Pero aun así no era lo que buscaba. La tradición había sido sustituida por una tendencia hacia la modernidad que rompía la imagen que tenía de esta ciudad.

De todas maneras, me aferré al propósito por el que había venido, que no era otro que memorizar el Libro de Allah. Nunca antes se me había ocurrido hacerlo, pues no había nada que menos me agradase que estudiar con mis padres, o en la mezquita, tanto árabe como Corán. Pero en el mejor momento de mi vida, junto a la mejor gente, en el mejor sitio comencé a hacer, dedicando para ello todo el tiempo y esfuerzo posible, lo mejor que podía haber hecho nunca.

El primer año fue el más especial y divertido, pues era para todos los estudiantes algo nuevo en nuestras vidas y comenzábamos desde cero, aunque era ahí en realidad donde residía la dificultad del asunto. Nuestras mentes debían moldearse al régimen de la madraza. Las interminables horas de estudio junto a la restricción del contacto con la calle hacían que vivir como internos fuese extremadamente difícil. Pero Allah puso en ello facilidad y en nosotros paciencia y completamos ese curso, el más bonito de recordar.

Fue en el segundo año cuando se decidió hacer un cambio por el bien de nuestra situación: dejábamos de ser internos para ser externos, viviendo en un piso muy cerca de la madraza. Pero la dificultad de vivir como internos fue sustituida por la responsabilidad de vivir de manera independiente. Por primera vez éramos responsables de un alquiler, de pagar la luz y el agua, de cocinar nuestra comida, etcétera. Pero la felicidad que nos producía la libertad de ser externos y el amor por el Corán que esa buena vida nos producía nos hacía fácil de superar cualquier obstáculo.

Quiso Allah que en ese curso completase la memorización de la primera mitad del Corán, pero aún me acompañaba la dificultad de mantenerlo grabado en la mente. No había forma de que se fijase en la memoria y cada tabla que me aprendía desaparecía al cabo de pocos días. Desesperé con este asunto, pues no era por falta de esfuerzo; por el contrario, dedicaba para ello todo mi esfuerzo. Finalmente quiso dárseme a entender: no debía ser otra cosa más que una prueba de Allah para aquellos que buscan el conocimiento supremo, y con ello se probaba mi paciencia, cualidades de carácter y perseverancia por el estudio de la Noble Recitación, pues lo que almacenaba en mi corazón era de una gran magnitud y peso.

Fue un Favor de Allah que consiguiese completar la memorización de todo el Corán en este mi tercer curso, siendo esto el mayor regalo que recibía de Allah hasta el momento, y por ser un presente de Allah no me atribuyo ningún mérito. Ya desde el comienzo supe que no era yo quien lo almacenaba en mi interior. “¡Qué poder tengo yo para guardarlo en mi mente!”, me decía mí mismo. “¿Qué capacidad puede hacerlo salir al exterior y alentar a mi voz a recitarlo?”. Mi razonamiento no daba cabida a que yo tuviese algo que ver en este suceso. Me di cuenta entonces de que Allah no necesitaba de nosotros para proteger Su Libro. Dice Allah en el Corán, Exaltado sea: »Verdaderamente Nosotros hemos hecho descender el Recuerdo y Nosotros nos encargamos de protegerlo». Es más, somos nosotros los que necesitamos el Corán por nuestro propio bien y Allah nos lo da para poder responder a las dudas originales con las que nos creó.

Pero lo más sorprendente es el favor de Allah con el ser humano cuando le da un corazón capaz de soportar la inmensa magnitud del Corán. Y es que dice, Alabado sea: »Y quiso Allah quitaros un peso. Creó al ser humano débil». Partiendo de esta debilidad con la que nos creó quiso dotarnos de un corazón capaz de abarcar todo el peso de Su Libro. Dice, Exaltado sea: »De haber hecho descender este Corán sobre una montaña la habrías visto humillada y partida en dos por el temor a Allah». “¿Qué es la fuerza de los corazones comparada con la fuerza de las montañas? Sin embargo, Allah, el Altísimo, ha provisto a sus siervos de la fuerza necesaria para llevar el Corán en la medida que ha querido proveerles, por Su favor y misericordia”, dice respecto a estas aleyas Al-Qurtubi en su Tafsir.

Y como sabemos que quien no es agradecido con la gente no es agradecido con Allah, quisiera presentar mi agradecimiento a todos aquellos que hayan sido motivo en este gran favor, comenzando por mis padres, que soportaron mi agitada adolescencia hasta que Allah dio apertura; a mis compañeros, que pacientemente me soportan; a Sidi Bashir Castiñeira, por su gran labor cuidando a este grupo; a Emir Malik y a Sidi Abdelhasib Castiñeira, de la Comunidad Islámica en España, por ser ellos, con el permiso de Allah, quienes abrieron esta puerta, y a todos aquellos que me apoyan, infunden ánimo y se alegran por mí.

Quisiera sellar este artículo con el más puro almizcle procedente del Magreb, los últimos versos del Duâ Násiri, en los que el autor dice: »Y alabanzas a Allah, por Cuya alabanza consigue el que algo procura su entero propósito».

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