De la brevedad de la vida

Cuando empezó todo esto de la informática en nuestras vidas con unos ordenadores enormes de la marca Amstrand y unos disquetes cuadraditos y anchos (¿de cinco pulgadas?), recuerdo que me esmeré en procesar y pasar a disquetes las obras que tenía escritas y consideraba importantes. Confiado en el poderío de la técnica, guardé los disquetes con mis obras en una cajita y sentí la tranquilizadora sensación de que las tenía ahí seguras “para siempre”. Los años fueron pasando tan rápidos que cuando me quise acordar ni esos ordenadores existían ya ni esos disquetes podían ser leídos por los nuevos. Entonces me acordé de mis viejas obras en los disquetes antiguos y, entre tanta mudanza, la cajita que los contenía había desaparecido Dios sabe dónde. Como, confiado en que teniéndolos guardados en los disquetes, los papeles en que las escribí no me hacían falta, me había desecho de los originales manuscritos. Y encontrar la cajita con los disquetes tampoco me hubiera ayudado mucho, pues a ver a estas alturas dónde encuentra uno un lugar en que todavía puedan leer aquel tipo de disquetes.

En definitiva, lo que para mí, cuando lo guardé, era una de las cosas más importantes de mi vida, había desaparecido de ella, esta vez sí, para siempre. En otro tiempo mi reacción hubiera sido de desesperación y rabia; y, sin embargo, por suerte para mí, eso me ocurrió en un tiempo en que ya valoraba de forma muy distinta las cosas y lo supe encajar con serenidad. Había aprendido que todo lo material, y hasta lo que parece inmaterial pero está ligado a la vanidad, el ego…, “el mundo”, en fin, vale bien poco en comparación con la profundidad del sí mismo, la aceptación del Destino y la serenidad ante la existencia y la sumisión a Aquel que la creó.

Al-Gazzali dice en su Alquimia de la felicidad:

Quien quiera que contemple seriamente la eternidad pasada, durante la cual el mundo no existía, y la eternidad futura, durante la cual no existirá, verá que se trata esencialmente de un viaje en el cual las jornadas está representadas por años, las leguas por meses, las millas por días y los pasos por momentos. ¡Con qué palabras podríamos describir, entonces, la locura del hombre que pretende convertirlo en su residencia permanente, y hace planes para diez años más adelante que afectan a cosas que puede que nunca necesite, ya que es muy posible que esté enterrado en diez días!

Algunos siglos antes, fue el cordobés Séneca el que dejó escrito:

Más dificultosamente alcanzan los hombres de sí mismos el descanso que de la ley; y mientras que son llevados o llevan a otros, y unos a otros se roban la quietud, haciendo los unos a los otros alternadamente miserables, pasan una vida sin fruto, sin gusto y sin ningún aprovechamiento del ánimo. Ninguno pone los ojos en la muerte; todos alargan las esperanzas, y algunos disponen también lo que es para después de la vida grandes máquinas de sepulcros, epitafios en obras públicas, ambiciosas dotaciones para sus exequias. Ten por cierto que las muertes de éstos se pueden reducir a hachas y cirios, como entierro de niños.

No hace mucho, murió un conocido mío que había pasado toda su vida bregando por un poco de prestigio y otro tanto de poder; algo de eso había conseguido, pero a cambio, su vida en lo personal había sido un entero desastre. Pensando en él, al que le tenía en vida afecto y así lo recuerdo, escribí este poema con el que cierro mi artículo de hoy:

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