De Erzurum a Estambul

Mezquita del Sultán Ahmed, Estambul.
Mezquita del Sultán Ahmed, Estambul.

Los viajes son como la vida misma. El destino no tiene por qué ser lo más importante, y el porqué es algo a descubrir a cuenta propia. A menudo es en el cómo y con quién donde se encuentra el secreto. Y cuando estos dos últimos son buenos, los resultados suelen ser buenos.

Hace poco estuve en Yedda. Era mi primera visita a Arabia Saudita. Dejaré las experiencias de Medina y Meca para otro momento. Este país es un lugar extraordinario por muchas razones. Una de sus facetas, con consecuencias buenas y malas, es que está fuera de lo que llamamos el mundo modernizado y globalizado. En Yedda, ciudad en la que pasé algún tiempo, la sensación era la de estar como en una isla. La ciudad antigua es preciosa, de calles pequeñas y callejones peatonales, con una mezcla de arquitectura singular entre andalusí y otomana. Sin embargo, esto no impide que tanto particulares como el Ayuntamiento tengan el casco antiguo en lo que podría definirse como “ruina oficial”. Aun así la ciudad está llena de vida. Corriendo, una de mis actividades favoritas, observé cómo los vendedores ambulantes comercializan verduras frescas, los niños juegan al futbol, los vecinos comparten tardes en sillones y sillas que colocan en la misma calle o acera, y en cada esquina y barrio de la ciudad; pero todo este bullicio se paraliza cuando la llamada a la oración inunda, desde todas las direcciones a la vez, el aire caluroso del desierto.

Fue en estas circunstancias donde conocí a Abdul Karim. Habíamos hablado por teléfono y fijado un lugar de encuentro. Estaba solo, sentado en una mesa, en una pequeña cafetería de empresa dentro de un edificio. Lo reconocí al instante. No sé si realmente no había nadie más en la sala o si su presencia inundaba todo con su energía. Abdul Karim se llamó en su día Kevin y es de los Estados Unidos. Antes de terminar sus estudios universitarios decidió emprender el viaje de su vida. Llenó su mochila con lo mínimo y viajó por meses desde Europa hasta Asia Central.

Fue en Pakistán, allá por 1971, donde, por casualidad o destino, se encontró con un amigo de la universidad con el que había compartido habitación durante dos años. La familia de su amigo tenía tiendas de antigüedades en Irlanda y en Boston; por aquellos años todavía se encontraban piezas maravillosas a buenos precios, y le ofrecía la posibilidad de doblar su dinero si quería invertir. Pero Abdul Karim no estaba muy interesado y al poco tiempo sus caminos se separaron.

Poco después Abdul Karim tomó el tren de Erzurum a Estambul. Sus compañeros de viaje eran dos afroamericanos musulmanes que había conocido en el tren y por el camino le hablaron acerca del Islam y del Profeta Muhammad (SAWS). El viaje fue largo y  el tren tuvo ciertas complicaciones que hicieron que el trayecto durase más de lo planeado. Pero al grupo de tres no le importó demasiado. Abdul Karim estaba asombrado porque no sabía nada del Islam, nunca nadie le había contado nada, todo era nuevo para él pero le atraía lo que escuchaba. En aquel trayecto de tren, del mismo modo que el paisaje mudaba sus formas, algo fue cambiando en su interior.

Cuando llegaron a Estambul se quedó maravillado de la ciudad, por sus edificios y la arquitectura majestuosa y sutil.  Estuvo en estado de shock por algún tiempo, contemplándolo todo a su alrededor. Él era de Nueva York; y, dado que tenía  algunas nociones de arquitectura, sabía que edificios como la Mezquita Azul o el Topkapi solo podían ser el resultado de una civilización increíble. Así que se zambulló por completo, buscó, contempló… Y así, acompañado de sus compañeros de viaje exploró la ciudad y sus gentes. En cada paso y en cada encuentro parecía obtener las confirmaciones que buscaba, encontrando una nueva visión del mundo y de su propia existencia.

Fue allí, después de unos días de estancia y en compañía de sus compatriotas afroamericanos y algunos turcos que habían conocido, donde Abdel Karim tomó shahada.

Abdul Karim me contó muchas historias aquella tarde, en la mesa pequeña de aquella cafetería, pero esta fue la que más me impactó. Después de cuarenta años había vuelto a Estados Unidos solo una vez. El viaje continúa.

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