De Berlusconi a Kurosawa
Luqman Nieto
Granada
Berlusconi era a veces llamado Il Cavaliere. No es de extrañar, puesto que hasta hace poco Berlusconi controlaba la mayoría de medios de comunicación italianos, públicos y privados, y algunos extranjeros, y por lo tanto tenía la capacidad de influenciar la forma en que la gente entendía los sucesos que estaban ocurriendo a su alrededor y su forma de pensar. El apodo Il Cavaliere denota honestidad, compromiso y buen hacer, adjetivos todos dignos de un buen político. Al llamarlo así, los medios de comunicación crean una imagen en la consciencia del lector, el cual al oír el nombre de Berlusconi ser mencionado, inmediatamente lo relaciona con Il Cavaliere. Esta era la imagen creada por los medios de comunicación que nosotros debíamos creer sobre Berlusconi.
No me malinterpreten, no estoy escribiendo una crítica sobre el ex primer ministro italiano en la que demonizar su horrenda gestión de gobierno durante ocho años, en la que se le culpa de la situación actual de la economía de Italia; de esas, sobran. Al contrario, Berlusconi ha sido el mejor ejemplo del éxito individual en una sociedad capitalista, de alguna manera el modelo a seguir de todo buen capitalista, por eso fue elegido democráticamente. Una crítica real de Berlusconi implicaría la necesidad de enfocarla desde un conjunto de valores completamente diferente. Desde el punto de vista de la sociedad actual, Berlusconi representaba el pináculo del éxito. Déjenme elucidar un poco este punto.
Berlusconi empezó su carrera como cantante animando las veladas en un crucero. Viendo poco futuro en su vocación artística decidió estudiar derecho y poco después de licenciarse trabajó como gerente de una inmobiliaria y montó su propia constructora. Le fue bien vendiendo casas y pronto estuvo listo para construir su propia urbanización. Siendo hombre de astucia financiera, Berlusconi decidió crear un canal privado de TV para esa nueva urbanización. Pronto y con el favor de ciertos políticos, Berlusconi consiguió la licencia para hacer su canal de difusión nacional. Y ahí es cuando realmente empezó a hacer dinero. Poco a poco su imperio mediático fue creciendo con la adquisición de periódicos y revistas y la expansión y creación de nuevos canales televisivos en Italia y el extranjero. Evidentemente esto no hubiese sido posible sin la ayuda política de ciertos individuos (una parte del parlamento era conocida como los ‘defensores de Berlusconi’) y saltándose ciertas normas. Cuando el previo primer ministro Italiano, Adreotti, tuvo que abandonar el cargo tras un escándalo público, Berlusconi intuyó correctamente que por qué debería estar pagando a alguien por un trabajo que él podía hacer mejor, y se presentó a las elecciones. No es de extrañar que ganase, puesto que controlaba muchos de los medios de comunicación privados, y se presentó como el ejemplo de la nueva Italia, el hombre cuyo éxito había sido forjado por sí mismo y como estandarte del posible éxito individual de la sociedad capitalista. Más allá de razones abstractas sobre mejora social, lo que intuimos es que Berlusconi se metió en política no por que quisiese mejorar la situación socio-económica-cultural de Italia, sino para proteger sus negocios. Desde este punto de vista, Berlusconi representa el máximo éxito individual y la conclusión lógica de una carrera exitosa en la sociedad actual. Lejos de consideraciones morales, Berlusconi llegó a ser lo que hoy se llama un triunfador.
No hubo tormenta política que este caimán no sobrenadase. Finalmente no fue derrotado por otros políticos ni por elección democrática, sino por los banqueros. El BCE, advirtió a los banqueros italianos en palabras simples, que o se quitaban a Berlusconi de encima o no había rescate financiero. De ahí toda la campaña de ataque a Berlusconi, justificada o no. En lugar de Berlusconi se nombró primer ministro a un ex empleado de Goldman Sachs, un ‘tecnócrata’, que es otro término para definir un empleado bancario y fiel seguidor de la religión de los mercados. No ha sido elegido por nadie y ha sido impuesto a los italianos por la necesidad económica, es decir, los bancos. La lógica detrás del nombramiento fue: dado que los políticos son incapaces de manejar la crisis actual, que es puramente económica y no política (aunque política separada de economía es una aberración que despoja de sentido a la primera), quién mejor que un experto financiero para sacar adelante a Italia. Lo siento, pero a mí todo esto: supuesto estado de bonanza; política mala; crisis económica; sustitución de malos políticos por buenos economistas; estado de bonanza otra vez, suena a un guión Hollywood con final feliz.
Y es en el cine donde encontramos un ejemplo de ser humano, de forma de liderazgo y de concepción del éxito diametralmente opuesta a la sugerida por Berlusconi y sus colegas banqueros (no hemos de olvidar que al fin y al cabo la riqueza de Berlusconi depende de ellos). Akira Kurosawa en su película Barba Roja presenta una forma de liderazgo en la que la nobleza de carácter, el servicio y el éxito más allá de lo puramente material no solo es posible, sino deseable y envidiable.
Sería inútil pretender explicar la película en un par de líneas, puesto que el genio cinematográfico de Kurosawa y la belleza visual son partes fundamentales, pero me gustaría dedicar algunas palabras a Barba Roja. Un médico tosco, de semblante ancho y ojos pequeños, enseña a un novato con mucha ambición que la medicina no es una ciencia y un camino para obtener una posición social y riqueza, sino para servir a la gente. Director de un hospital en un pueblo, a base de conocimiento y misericordia, pero sin renunciar a dar un par de tortazos si se tercia, disciplinado en su comportamiento, Barba Roja es respetado y querido por el pueblo; los ricos pagan, los pobres se atienden de forma gratuita. De esta forma Barba Roja es capaz de mantener el equilibrio interno y externo del pueblo, proporcionándoles una salud de hierro. Sobran más metáforas.