Crédito y confianza, el capital de la gente

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Hace siete años comencé a construir una casa. Una obra de gran envergadura si partimos de que no poseía los medios económicos para verla finalizada y me había propuesto no pedir dinero al banco. ¿Cómo, se preguntarán, si no hay otro medio que las hipotecas y los préstamos para que la gente con ingresos básicos accedamos a un lugar digno donde vivir?

De pequeño me crié en un ambiente humilde, en el que la vida a veces se hacía difícil, pues la falta de empleo, o la necesidad de llegar a fin de mes la mayor de las veces, nos dotó de la certeza de que lo necesario vendría, que superaba los medios para no abandonar nuestros proyectos aunque sufrieran altibajos. En lo económico, la familia, los vecinos, el tendero e, incluso, los compadres y amigos tejían una red de ayuda mutua que hacía posible la vida. En esos tiempos, y no hablo de siglos atrás, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, cuando la banca todavía no había anidado como un parásito en el tejido social, la gente se concedía microcréditos sin intereses, unos a otros, sin que mediase ninguna institución bancaria, y sin que ello motivase ningún premio Príncipe de Asturias para los que lo hacían posible.

Con mis propios ojos fui testigo de cómo un barrio entero se levantaba con la dignidad y la sabiduría ancestral de construir su propio hogar. Todos colaboraban: los buenos amigos, los familiares, los hijos con potencial de trabajo y la esposa que no descansaba. Los polveros del barrio no daban abasto para suministrar materiales, apuntando en una cuenta que semana a semana los interesados iban rebajando después de recibir el sobre con su paga. Entonces la soberanía del dinero la tenían los trabajadores, que no habían cedido a nadie la administración de su nómina ni la capacidad de embargarle el sueldo por una multa. Y mucho menos hubieran admitido el actual impuesto bancario por apunte. Lo que había era administrado desde el hogar. Esto es economía, sacar mucho de lo poco, y, aunque no lo crean, la gente construyó un futuro para ellos mismos y sus hijos, futuro que hoy los “mercados” nos están robando.

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Pero qué era el crédito en este tiempo en el que la gente solo usaba la caja de ahorros para guardar lo poquito que excedía en la economía familiar. El crédito era la confianza que habías desarrollado en tu vida, siendo fiel a guardar lo que te dejaban como depósito y devolviendo aquello que habías pedido prestado. Tu acción en tu entorno, tu reputación, era tu capital.

¡Qué lejos de la fe ciega en el sistema de dinero-deuda que nos exige el capitalismo financiero!, que se asusta ante la más mínima falta de confianza, esperando que no se traduzca en una disposición masiva de los fondos depositados en los bancos. Cosa que la gente ya comienza a plantearse. Nuestra confianza, el pegamento social de las sociedades sanas, se traduce en ayuda mutua, y esto volverá cuando la gente suprima al banco de su vida y proyecte un vivir cotidiano que llene nuestra existencia con un disfrute que no sea el consumo exagerado, ni la trampa de tenerlo todo a cambio de hipotecar tu propia vida.

No sé si habrán comprendido lo que quiero decir, pero es que la experiencia de construir una casa sin recurrir a los bancos se basa en esa experiencia comunitaria heredada como una riqueza que se transmite de generación en generación, y supone algo más que dinero e hipotecas.

La honradez es la riqueza de la persona, su capital más preciado, un impulso que abre futuro y protección en tu entorno. Y sobre la gente que la ejerce nacen sociedades justas. Sociedades que hay que defender contra los depredadores usureros.

Soy testigo de que la confianza abre las puertas de lo que no posees, de que los préstamos en materiales, trabajo o dinero son posibles sin tener que “confesar” con el director de un banco. De una sociedad en necesidad, ha de surgir una sociedad fuerte, pero para que esto suceda, nosotros hemos de recuperar el discurso que la democracia bancaria nos ha usurpado. Crédito, confianza, honradez son la medicina contra la avaricia sin medida de la clase política, los tecnócratas bancarios y los banqueros.

Que ahora esté viviendo en esta casa con mi familia, desde la que afirmo lo que conocí mientras crecía y he contado, contiene algunos secretos más allá de lo expresado, que forman parte de ese acervo íntimo que nos hace ser agradecidos con el Poseedor de Riqueza en cada instante. Y esta experiencia es aún más rica que la expuesta.

Alhamdullilah wa shukrulilah.

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