Ceuta, llave del estrecho

Breve repaso histórico de Ceuta y su entorno regional como enclave geoestratégico.

Desde la antigüedad más remota, hasta nuestros días, Ceuta ha sido un enclave importantísimo y ha jugado un papel crucial en las relaciones entre Europa y África, a la vez que en las de todo el Mediterráneo, debido a su situación geográfica en el otro lado del Estrecho de Gibraltar.

Ya en época Romana, las comunicaciones entre ambas orillas eran constante, ya que casi todo el territorio que corresponde hoy al norte de Marruecos, incluida Ceuta, pertenecía a la provincia romana de la TINGITANIA, con capital en Tánger (Tingis).

Ceuta, heredera de la antigua Septem romana, ya era un puerto de gran importancia por su posición privilegiada en el Mediterráneo y punto de intercambio y salida de mercaderías del África Occidental.

Pero no es hasta la llegada del Califato Omeya de Córdoba cuando Ceuta adquiere su mayor esplendor. Las sucesivas administraciones Omeyas crearon en Ceuta su principal puerto de comunicación en el estrecho. Esto trajo que Ceuta se convirtiera en el punto de destino de todos los flujos comerciales y de recursos que los Omeyas habían constituido en parte del occidente Africano.

Desde los primeros tiempos del Emirato y sobre todo a partir del Emir Abderrahman II se inicia toda una estrategia de control de las rutas comerciales y de tránsito entre el estrecho y el África subsahariana, estableciéndose como un importante imperio comercial, meticulosamente orquestado en base a tratados con los diferentes pueblos y clanes africanos, pero, sobre todo, a unas rutas caravanera que permitieron que el transito fuera seguro, ya que el principal recurso que el califato tenía en sus manos eran las grandes minas de oro, en la curva del rio Níger (hoy perteneciente a Mali), fuente inagotable de este metal que permitió que el dinar de oro cordobés fuera la divisa principal en el comercio de la época.

Además de esto, una administración y una burocracia perfectamente ensamblada, volcada en la renovación tecnológica y de las ciencias, le permitió constituirse en la principal potencia económica y cultural de su época.

Durante todo este periodo Ceuta fue el principal puerto del Mediterráneo africano y una polis principal en cuanto a influencia económica, cultural, urbanística y tecnológica.

A partir de la caída del Califato Omeya, todo este imperio se desmorona y tanto en la península como en toda su área de influencia se inicia el periodo conocido como de Taifas, esto es, una vez perdida la unidad política y administrativa comienza la disgregación de las diferentes provincias, constituyéndose en estados independientes. Este fenómeno llega también a las provincias africanas y, como en todos, se inicia un periodo de guerras internas y de caos. Todo el entramado de tratados se rompe, las rutas dejan de ser seguras y por tanto el imperio comercial desaparece.

Ceuta, como parte importante de este imperio comercial, entra en decadencia. La inseguridad en las rutas caravaneras que confluían en la ciudad hacen que el flujo sea mínimo y por tanto provocan la ruina en el comercio. Por otro lado, la inseguridad también se instala en todo el Mediterráneo occidental, sobre todo con la aparición de los estados piratas que tantos se dieron en todo el Magreb a partir del siglo xiii.

Quitando los dos periodos de unidad política que trajeron los imperios Almorávide primero y Almohade después, Ceuta vivió en crisis permanente, sujeta a los vaivenes tribales y clánicos de unas u otras facciones en disputa por el control político y militar del Magreb. El resultado de todo esto fue una devastadora crisis económica que arrastró  a Ceuta y a todo el Magreb a un largo periodo de inestabilidad y vulnerabilidad.

A pesar de todo, Ceuta siguió siendo un gran puerto marítimo y mantuvo una acaudalada burguesía comercial y marítima que mantuvo en mayor o menor medida un importante flujo comercial con el Mediterráneo.

Desde el siglo xii hasta finales del xv, la situación en la península Ibérica va cambiando paulatina pero radicalmente hasta la extinción definitiva de todos los estados musulmanes.

Estos tres siglos también influyeron radicalmente en las provincias africanas, sobre todo magrebíes, debido a las incesantes avalanchas migratorias de refugiados andalusíes que huían o eran deportados por la inexorable maquinaria bélica de los reinos cristianos.

Este incesante flujo migratorio fue calando en las ciudades magrebíes ya existentes y en la creación o remodelación radical de ciudades nuevas. Esa influencia andalusí fue determinante y renovó gran parte del acervo cultural y de carácter del pueblo marroquí hasta nuestros días.

El imperio comercial portugués

El reino de Portugal, una vez solventadas sus diferencias con el reino de Castilla primero y con el Imperio Español después, desde mitad del siglo xiv es un reino independiente de pleno derecho.

Tal vez por el hecho de que el cien por cien de sus fronteras terrestres las tuviera con su poderoso vecino español, la única posibilidad de expansión que le quedaba eran sus fronteras atlánticas. En un siglo, desde mediados del xiv, con un sistema parecido al que ya usaron fenicios y púnicos, Portugal crea un sistema de pequeñas ciudades fortificadas a lo largo de toda la costa atlántica de África; son colonias marítimas, enclavadas en lugares escogidos científicamente a lo largo de toda la costa, desde Tánger hasta Angola. Estas ciudades van a permitir la creación de un nuevo imperio comercial, gracias a la organización de una ruta comercial marítima de cabotaje, más o menos segura, que une la metrópolis Lisboa con todas las riquezas del África occidental. Durante más de dos siglos, el Imperio Portugués acaparó todo este comercio, incluido el muy lucrativo de la trata de esclavos africanos para la colonización de las Américas.

La seguridad en esta ruta marítima la garantizaban, por un lado, los grandes avances científicos que Portugal tenía en cartografía y ciencias de la navegación, que les permitía a sus navegantes tener cartas exactas de todo el litoral y, por otro, los grandes avances en el uso de la artillería y de la construcción de fortalezas. Las ciudades portuguesas en África eran inexpugnables tanto por mar como por tierra, con una potencia de fuego muy superiores a la de barcos de guerra en un ataque marítimo y, desde luego, demoledores en un ataque por tierra, ya que incluso los imperios más poderosos africanos desconocían el uso de las armas de fuego. Por lo tanto, todas estas flotas de barcos que mantenían la ruta abierta tenían una continuada red de puertos seguros que le facilitaban el tránsito y les daban abrigo en caso de tempestad o ataque.

Como en todos los tiempos, el talón de Aquiles, de todos los imperios comerciales es el de la seguridad en las rutas y, en el caso Portugués, los problemas vinieron de la mano de la inestabilidad política en todo el Magreb, a partir de principios del siglo xv, que trajo en consecuencia la proliferación de las repúblicas piratas. Éstas eran ciudades costeras con puertos abrigados que se declararon independientes y se dedicaron a asaltar a cualquier nave que pasara por sus aguas para rápidamente ocultarse en su puerto, fuertemente fortificado y con buena potencia de fuego. Pero de todas ellas, las repúblicas de Rabat-Salé y Kenitra fueron las más peligrosas, ya que se encontraban en pleno tránsito de la ruta portuguesa.

Este fue el principal quebradero de cabeza de los reyes portugueses y de las compañías comerciales que explotaban la ruta y que se habían convertido en auténticos emporios comerciales, enormemente ricos e influyentes, preludio de lo que hoy conocemos como multinacionales.

Era tanta la presión a que este problema llevaba Portugal que modeló sustancialmente sus políticas, llevándola incluso a aventuras bélicas nefastas, como la que le costó la vida al rey Sebastián en la batalla de los tres reyes en Alqazar Quebir en un intento de instaurar un orden que le permitiera erradicar las repúblicas piratas y a la vez controlar el rumbo político del Magreb, siendo el preludio de su desaparición como reino independiente, ya que este murió sin descendencia y, siendo como era sobrino del Emperador Felipe II, la sucesión recayó en él, por lo que Portugal fue anexionada al Imperio Español.

La conquista de Ceuta

A principios del siglo xv, en el reinado de Juan I, el proyecto de encontrar una ruta africana por la que conectar con las rutas comerciales que fluyen de China e India, la llamada ruta de las especies, se convierte en la principal prioridad del incipiente reino lusitano. Esta ruta estaba bloqueada y monopolizada por las potencias islámicas, ya que a ellas venían a desembocar la inmensa mayoría de todas estas mercancías, a través de la ruta de la seda, que durante siglos fue el único gran canal de intercambio. De esta forma, la adquisición de estas mercancías, vitales para el comercio y abastecimiento europeo, les suponen un sobrecoste muy perjudicial a las potencias europeas.

El rey Juan de Portugal fue un rey ambicioso y culto. Portugal era un estado pequeño en extensión, que obtuvo su independencia de Castilla después de trágicos enfrentamientos y desavenencias entre miembros de la misma familia real castellana. Ambas familias reinantes estaban emparentadas, por lo que la necesidad de expansión y progreso para los portugueses era esencial para su futuro. Necesitaban desmarcarse de la influencia castellana.

A principios del 1400 la corte portuguesa en Lisboa era un imán para todos los científicos y gentes de ciencia europeos en todas las materias, el rey era uno de los mayores mecenas del momento. Podemos decir que es la primera en inaugurar lo que después se va a llamar El Renacimiento.

Toda la familia real estaba involucrada en el gran proyecto, convencidos de que es la única forma de expansión y todo este esfuerzo centraba todos sus recursos.

Para ello, Juan de Portugal le encargó el proyecto a su hijo, el príncipe Enrique, que iba ser conocido como “el Navegante”, patrocinador de la navegación y la exploración, principal impulsor y arquitecto de la ruta, quien construyó un observatorio y creó la primera escuela para navegantes de Europa.

A lo largo de los siguientes 15 años se iban a preparar lo que posiblemente fuera el pistoletazo de salida de la gran conquista imperial y colonial por parte de Europa y la civilización occidental del resto del mundo.

Para estos ambiciosos planes necesitan un punto para el inicio de su expansión. El punto estratégico elegido por el Rey fue Ceuta, no había mejor ubicación.

Su situación estratégica era la llave del estrecho frente a Gibraltar, con el Mediterráneo y la costa atlántica, su control era vital para asegurar por un lado la costa atlántica a través de la cual se vertebraría la ruta y, de paso, una contención de la piratería berberisca que, desde la gran republica de Orán y, posteriormente, de Tetuán, realizaban asaltos de mayor calado, llegando muchas veces a cruzar el estrecho.

En esa época, Ceuta se hallaba bajo la administración del Imperio meriní. Esta dinastía de sultanes, de origen bereber, expandieron su control en todo Marruecos a costa de los últimos estertores del Imperio almohade, al que combatió y finalmente derrotó, estableciendo su capital en Fez. A diferencia de sus predecesores, los meriníes no tenían un proyecto político definido, lo que les acarreó una continua crisis de identidad. Su principal proyecto fue el de controlar las rutas comerciales de la región y, sobre todo, del Estrecho, por lo que tuvo bajo su control durante mucho tiempo varias ciudades de la costa peninsular. A partir de la segunda mitad del siglo xiv entra en decadencia. Varias tribus árabes fuera del control del gobierno extendieron la anarquía por Marruecos, acelerando la decadencia del imperio, que terminó fracturándose en varios reinos minúsculos y ciudades-estado, entre ellas las de Tetuán, Salé y Kenitra.

Los merinies fueron sin duda, en un principio, el gran enemigo estratégico del Imperio portugués, aunque en realidad, su desaparición, a la larga, fue muy perjudicial para ellos, ya que todo el trapecio norte marroquí quedó sumido en la anarquía y dio pie a que las repúblicas piratas camparan a sus anchas.

Después de años de preparación en absoluto secreto, el 21 de agosto de 1415, el rey Juan, junto a su hijo, el príncipe Enrique, al mando de una poderosa flota, en combinación con su almirante Pedro de Meneses, iniciaron el plan de ataque.

En una estrategia conjunta y orquestando un ardid, que previamente había sido planeado en el consejo de guerra que se celebró en Punta Carnero (España), un grupo pequeño de barcos, debidamente camuflados como mercantes, que se había separado de la flota mientras se dirigía a Algeciras, cambió de rumbo y se dirigió hacia Ceuta. Habían ocultado a sus hombres en cestas de mercancía.

Como en esas fechas seguía vigente un acuerdo comercial que permitía el uso del puerto para fines comerciales, tomaron  por sorpresa el puerto ceutí, dejando libre el paso para la llegada del grueso de la flota compuesta de 45 000 hombres en 242 buques, que aguardaba en Algeciras. En tres días, con la guarnición de Ceuta tomada por sorpresa, conquistan la plaza por completo a sangre y fuego. El ataque, que se inició en la mañana de aquel día de agosto de 1415 terminó  con la vida de más de 8000 ceutíes.

El príncipe Enrique se distinguió en la batalla, siendo herido durante la conquista de la ciudad.

Así, uno de los principales centros de comercio del norte del mundo islámico pasó a estar bajo el dominio de Portugal. Esta conquista en África fue parte de la primera fase de la gran expansión europea que llegaría a todos los continentes del planeta.

A partir de ahí, los supervivientes de entre la población autóctona son una parte esclavizados y la otra deportados. Se inicia así la transformación de Ceuta, de una ciudad cosmopolita, poseedora de un puerto mercantil de nivel, a baluarte fortificado inexpugnable, al más puro estilo portugués. Más tarde, y por razones políticas entre España y Portugal, Ceuta pasó a manos Españolas. Desde entonces, este carácter militar y cabeza de puente europeo y occidental en tierras africanas, va a perdurar hasta nuestros días.

 

La corona portuguesa había puesto grandes esperanzas en esta empresa y no dudó en abastecer convenientemente la presa recién adquirida. Movilizó gran cantidad de recursos, tanto humanos como técnicos, financieros y militares.

Primero se dispuso la reconstrucción integral de las defensas, con las últimas innovaciones técnicas en la construcción de baluartes, con unos diseños totalmente diferentes a los que había hasta entonces, que permitirían una defensa mucho más eficaz respecto a la artillería, envolviendo de este modo la ínsula interior que compone Ceuta, blindándola del resto.

La ciudad al completo quedó vacía de población musulmana exceptuando a los miles que habían quedado como mano de obra esclava, que fueron utilizados para las labores de construcción.

Una vez culminado el blindaje, en 1432 comenzó la lenta y gradual ocupación bajo la fórmula de concesiones de tierras en señorío a todo individuo que se comprometiera a poblar y colonizar sus posesiones bajo la soberanía real de la corona portuguesa.

La pérdida de Ceuta hundió aún más a los meriníes y, para 1513, Portugal controlaba todos los puertos importantes de la costa Atlántica de Marruecos.

Después de 1420, los sultanes meriníes quedaron bajo el control de los wattasíes, que como visires ejercían el poder real en el imperio. Estos finalmente derrocaron a la dinastía meriní en 1465.

Una parte del ejército Portugués desembarcado se quedó de forma permanente e inició toda una campaña militar con el fin de limpiar una amplia franja de territorio a su alrededor. Los meriníes, sumidos en una profunda crisis económica y de liderazgo, abandonaron a su suerte todo el norte y se atrincheraron en Fez, su capital. Esta anarquía fue aprovechada por las huestes portuguesas, de forma que la vecina ciudad de Tetuán, a unos 40 km de Ceuta, quedó arrasada y deshabitada en 1437 y, de igual forma, todo el trapecio norte marroquí, circunscribiéndose el control a las plazas de Ceuta, Alkazarseguer, Tánger y Arcila, todas en manos portuguesas, en una política de tierra quemada.

La reconstrucción de Tetuán y la era del caudillo Al Mandari

Desde la conquista de Ceuta y durante más de 50 años, todo el trapecio marroquí estuvo en manos portuguesas y, una vez fortificada, la colonización de esta avanzó con la instalación de colonos traídos de todos los lugares de Portugal.

A parte de pequeñas escaramuzas con poblaciones autóctonas arrinconadas en las montañas no hubo oposición alguna a los proyectos lusitanos.

El historiador marroquí Az Zayyati nos narra sobre la Tetuán de le época: “la ciudad permaneció 80 años deshabitada, al cabo de las cuales quedó restaurada por un capitán granadino, que realizó proezas durante la guerra de Granada”.

Los portugueses le llamaron Al-Mandari, su nombre Abul Hassan Ali al Manziri al Garnati. Este miembro de la aristocracia granadina, perteneciente al clan de los Abencerrajes, que tomaron partido por Boabdil, fue nombrado alcaide de la importante fortaleza de Piñar.

Hastiado de la fratricida guerra civil entre clanes por el control de Granada y con el enemigo cristiano que, aprovechando esto, avanza inexorable, el último territorio musulmán de la península no para de reducirse. Posiblemente diera por perdida la guerra, de forma que acompañado de unos trescientos caballeros de su mismo clan, antes del 1485 deciden pasar el estrecho y establecerse en la deshabitada Tetuán.

Desde el principio este abigarrado grupo se transforma en un clan militar que comienza a funcionar al otro lado del estrecho con los modelos caballerescos de los linajes de la sociedad granadina. Esta sociedad tenía su fundamento en el dominio de una aristocracia militar, basada a su vez en el poder de unos linajes sobre otros, siendo esta la base de su estructuración social y política. Aunque aquí, lo que va a primar sobre todo será el de la espada, al estar su más inmediato entorno sacudido regularmente por las cabalgadas y razias de las guarniciones portuguesas de Ceuta, aunque no fueron estos los únicos. En un principio tuvieron el apoyo de los autóctonos, ya que eran una fuerza contra el enemigo común, pero en poco tiempo se transformó en oposición y abierta hostilidad, celosos estos de sus tierras y de sus pastos.

Lo primero pues, a que se empeñan, es fortificarse bien, rodeándose de fosos y muros que le dieran un mínimo de seguridad. Seguramente no trasladarían a sus familias a la ciudad hasta que no solo estuviera reconstruida, sino amurallada y bien defendida.

Al Mandari y sus compañeros guerrearon constantemente contra los portugueses de Ceuta y contra las guarniciones de sus enclaves, por lo que cortó con el hasta entonces dominio portugués de la zona. De esta forma su nombre se hizo célebre tanto en el país como en la península.

Aproximadamente en 1490 es cuando se completan las fortificaciones principales de Tetuán, con lo que comienza el traslado de sus familias y clanes vasallos, ampliándose de este modo el grupo de profesionales militares que formaba el núcleo primitivo.

La ciudad va creciendo y por tanto sus necesidades; es necesario una organización más completa. El incipiente sector de servicios se cubrirá también con emigrados. Esto, además del hecho de que el medio rural inmediato es ya abiertamente hostil a la ciudad, hará que la sociedad en desarrollo vaya a tener un carácter básicamente granadino, que va a constituirse como un poderoso imán para que el número de refugiados crezca.

Por otro lado, los sultanes de Fez continúan con sus luchas dinásticas. El desgobierno y el caos es lo común, por lo que Al Mandari logra una práctica independencia del poder central, siendo dueño de la situación en el norte.

En un principio, el núcleo primitivo de los granadinos vivió sobre el país y de la guerra por mucho tiempo pero, al crecer la población, esto se tornó insuficiente. Por otra parte, sobre todo a partir de la caída de Granada en 1492, el número de emigrados fue creciendo y traían consigo un enorme afán de venganza, la mayoría lo habían dejado todo atrás, muchos habían dejado a sus familias en las costas de enfrente y anhelaban traerlas consigo a estas nuevas tierras africanas pertenecientes al Islam.

Tetuán está asentado entre la montaña y el curso del río Martin, este río va a desembocar en el Mediterráneo a escasos kilómetros de la ciudad. En este tramo, el río toma unas características hasta su embocadura que permitían que naves de poco calado lo remontasen y quedaran al abrigo tanto de las tempestades como de las posibles persecuciones de naves de guerra, a las que por su mayor calado les era imposible entrar. Esto permitió que durante épocas anteriores, desde aquí, flotas de Vaheles, pequeños barcos pero muy veloces y ágiles, se dedicaran a lo que se denomina como guerra de corso. En la época de Al Mandari esta actividad había quedado extinguida por lo castigos que le infligieron desde Ceuta, quedando el monopolio en manos de los portugueses, pero con la irrupción de los granadinos, esto iba a cambiar también.

Conviene recordar lo que dijo Ben Jaldún sobre el corso: “Varias personas ponían su capital para fletar, armar y correr con los gastos de una nave en corso, repartiéndose después los beneficios obtenidos”. Esta terrible actividad ha sido practicada desde tiempos inmemoriales y ha marcado de forma muy profunda toda la historia del Mediterráneo.

Precisamente, quienes más han utilizado la guerra de corso han sido los propios Estados en guerra. En ese caso eran ellos los que ponían el capital. Y se han servido de él por dos razones: una económica, ya que los suculentos beneficios del corso les permitían engordar sus arcas, siempre menguadas por los gastos de guerra, y otra estratégica, ya que las presas atacadas eran las de bandera enemiga, otorgándoles a estos barcos piratas la denominada Patente de Corso, con lo que se legalizaba su estatus y les permitía refugio seguro en sus puertos. A este juego se prestaron continuamente todos los países con costa en sus innumerables guerras y, como premio por sus servicios, los capitanes corsarios eran muy bien recompensados, incluso con títulos nobiliarios ya que la desestabilización, tanto económica como de vidas, que les acarreaba al enemigo, muchas veces les llevó a los Estados patrocinadores a la victoria.

En el caso de Al Mandari y sus granadinos, esta guerra de corso, en un principio, se inicia como una forma de dar rienda suelta a ese espíritu de revancha y venganza contra los responsables de su desgracia, por lo que se centran en causar el mayor daño posible a los intereses Españoles.

Todas las poblaciones de la costa española en el estrecho son atacadas. Aparecen sin hacer ruido, atacan sigilosa y rápidamente, incendian y desaparecen con todo cuanto de valor encuentran y sobre todo con cautivos: hombres, mujeres y niños. Remontan el rio Martin y quedan en seguro.

Durante los dos siglos siguientes, la piratería corsaria Tetuaní va a ser el terror de las costas andaluzas, dejando una huella y unas secuelas tan grandes que aún hoy en día perduran, ya que se tuvieron que cambiar las ubicaciones de poblaciones enteras a lugares más fácilmente defendibles.

Se rehabilitó y reforzó el sistema de torres vigía siguiendo el modelo Romano. Estos, en la antigüedad, habían construido un sistema de torres estratégicamente ubicadas a través de todo el litoral hasta la misma Roma. Este sistema, además de servir para la vigilancia de la costa, servía como medio de comunicación, ya que por un sistema de señales se transmitían mensajes de una a otra, de forma que un mensaje concreto tardaba en llegar un solo día desde Algeciras hasta Roma. Posteriormente fue muy utilizado y mantenido por los omeyas, pero quedó en desuso hasta que el Duque de Medina Sidonia, en esa época casi virrey de Andalucía y con importantísimos intereses en la costa, costeó la reconstrucción y modernización del sistema, que les permitió poder repeler y reaccionar de una forma más rápida al ataque de los corsarios.

Desde 1492, con la caída de Granada, hasta 1530, se suceden las paulatinas oleadas de refugiados. Estas oleadas no fueron de golpe, ya que en un comienzo muchos granadinos creyeron en el pacto que se estableció entre los Reyes Católicos y el monarca Nazarí Boabdil, recogido en las Capitulaciones.

Unas capitulaciones bastante benignas para los intereses de los granadinos vencidos, ya que les permitían libertad de culto, mantener las propiedades y muchas más libertades, que a una parte de la población les dio esperanzas en una vida no tan miserable.

Pero poco duró esto, pues el integrismo católico, representado por el gobernador elegido por los reyes, el cardenal Cisneros, dejó en papel mojado los decretos ley que recogían las capitulaciones. Simplemente se ignoraron, ya que nunca se derogaron. Comenzó así una fuerte represión que incrementó la diáspora del pueblo granadino. En cada oleada, el exilio se contaba en miles de refugiados que huían con lo puesto.

Esta tremenda crisis migratoria va a golpear fuerte en Tetuán, ya que va a ser el primer lugar por donde van a pasar los refugiados; incluso una buena parte de las flotillas de bajeles dedicados al corso, que no paran de construirse, van a servir para trasladar a tan ingente número de personas, con sus míseros bagajes y sus familias. Esta ayuda entre compatriotas aligerará bastante esta terrible catástrofe, al menos en el principio de la diáspora. Poco a poco, las riadas de refugiados van inundando todo Marruecos, siendo sobre todo Fez la que va a ubicar a una mayoría, ampliándose así el urbanismo de la ciudad.

Tetuán también va a tener una fuerte transformación urbanística. De entre los miles de refugiados venían de toda clase de profesiones, desde albañiles, carpinteros y toda suerte de oficios, a ingenieros, alarifes, profesores y sabios que con el tiempo transformaron la ciudad en una importante urbe. Pero en la medida que esta crece, va incrementándose la hostilidad de los autóctonos, creándose graves tensiones entre todos ellos.

Durante toda la primera mitad del siglo xv, la Tetuán de Al-Mandari va a ser principal en el desarrollo del trapecio norte. Tanto los barcos portugueses como los españoles, desde sus bases en Ceuta y Algeciras, no van a lograr cortar con la actividad del corso y el ejército profesional de los granadinos mantiene una continua pugna con el de Ceuta. Así las cosas, Tetuán es ya el principal mercado esclavista del Magreb. Al principio, estos esclavos cristianos fueron utilizados para la urgente necesidad de fortificación, pero más adelante van a ser mayoritariamente utilizados para ser vendidos en rescate. De esta forma ,se inicia un incesante ir y venir de monjes trinitarios, que son los encargados de gestionar dichos rescates. Este negocio, llegó a tener tantos beneficios que terminó convirtiéndose en la principal fuente de recursos económicos de la ciudad. Casi toda la actividad de ésta giraba en torno al corso, directa o indirectamente.

Por la otra parte, España, ya enteramente cristiana, ahora se ha convertido en imperio. El Emperador Carlos I y su gobierno, muy ocupados en la reestructuración de un estado por fin unido, pero con un enorme problema de gestión territorial, hasta llegar al célebre “imperio donde nunca se pone el sol”, no presta el suficiente esfuerzo en proteger sus costas sureñas. Así, la sangría económica que el corso representa va a dejar a las poblaciones andaluzas exhaustas y en continuo pavor; de ahí la célebre frase de “no hay moros en la costa”.

Pero a pesar de que, quien le inflige tan severo problema son los mismos granadinos que ellos expulsaron, nunca van a admitirlo y siempre se van a conocer a éstos con el nombre de “piratas berberiscos”, dando por hecho que al ser musulmanes los exiliados, no son españoles.

El desastre de Alkazar-Quebir y la caída del poder portugués

Para la segunda mitad del siglo xv, gran parte de los personajes principales del nuevo Tetuán han desaparecido. Tras la muerte de Al-Mandari, su esposa continuó al frente del gobierno, pero diferentes avatares, como el cambio de dinastía en Fez con los Saadies y una cruenta guerra civil entre dos clanes antagónicos que reprodujeron en tierras Africanas las mismas problemáticas que tuvieron en Granada, exacerbadas sobre todo por el reparto de los grandes beneficios del corso, llevó a Tetuán a la anarquía.

Esta situación es aprovechada por los nuevos sultanes de Fez para recuperar el control de la ciudad mediante la designación de un emir que gobernaría en nombre del sultán. De esta forma, Tetuán perdió la independencia que con tanto esfuerzo logró Al-Mandari.

Estos nuevos sultanes, al contrario de sus antecesores merinies y watasies, no son bereberes sino árabes. Originarios del sur de Marruecos, establecieron un emirato en el valle del Draa, en plena ruta comercial transahariana. El prestigio de los Saadies se fue consolidando gracias a que recuperaron la seguridad en la ruta frente a las tribus del desierto que atacaban continuamente a las caravanas, sobre todo los Tuareg.

Además, hostigaban a las guarniciones portuguesas en sus enclaves atlánticos de Azzemour, Mazagan y Safi, que rivalizaban en el control de la ruta, redirigiéndola a la costa y utilizando sus barcos como una alternativa más segura.

Desde que los portugueses lograron tomar la estratégica plaza de Tánger en 1471, sus intereses en el Magreb se incrementan hasta lograr una posición dominante, posición que, con la llegada de los Saadies, se pone en riesgo.

En 1527, tras una serie de alianzas con sus vecinos del Sous y con la confederación bereber de los Hintata que controlaban la región de Marrakech, gobiernan todo el sur, reconocimiento que queda establecido mediante el tratado de Tadla que firman con los Watasies, estableciendo su capital en Marraquech.

Para 1554, el último sultán Watasí es derrocado tras la conquista de Fez por el Emir Saadí Mohammed As-Sheikh, reunificando así todo Marruecos. A partir de aquí, se va a recrudecer el hostigamiento a los portugueses, logrando el ejército saadí expulsar a los portugueses de Agadir, Azzemour, Safi y Arcila.

Cuando la noticia de este tremendo descalabro llega a Lisboa, produce un auténtico shock en toda la sociedad, sobre todo en la casa real y las compañías comerciales, ya que la pérdida de este eslabón de la ruta pone en peligro en su integridad, dejándose notar con la ralentización del flujo de mercancías del que dependían la economía y el poder del Imperio Portugués.

Años más tarde, con Sebastián I como rey de Portugal, creen que ha llegado el momento de resarcirse y poner fin a esta situación.

A la Muerte del sultán As-Sheikh se desata una guerra civil por su sucesión que enfrenta al hijo de este, Muley Mohammed, el heredero legítimo, con su tío Abdul Malik, que lo expulsa del trono.

El Rey Sebastián ve propicia esta situación para acabar de una vez con el problema marroquí, pergeñando un plan de conquista que pasaba por una alianza con el bando de Muley Mohammed, quien pretendía recuperar el trono usurpado. Pero estos planes no cuentan con el respaldo de nadie. Los esfuerzos realizados por Felipe II para disuadir a su sobrino en una entrevista que llevaron a cabo ambos monarcas en Guadalupe resultaron del todo punto inútiles, al igual que ocurrió con las advertencias de la mayoría de las fuerzas políticas más poderosas del reino: el Consejo de Estado, la reina doña Catalina, el cardenal don Enrique y los embajadores castellanos.

A pesar de todo, “Firme en su determinación por alcanzar la gloria y la fama como soldado de Cristo”, el 24 de junio del año 1578 salió don Sebastián del puerto de Lisboa, al mando de una impresionante armada de 800 navíos y cerca de 18 000 hombres, entre los que se encontraban la flor y nata de la nobleza portuguesa.

Los barcos tomaron tierra en lo que hoy es el puerto de Arcila, a pocas millas de Tánger, donde el ejército debía reunirse con los aliados musulmanes.

Pero mientras, el resto de emires musulmanes proclamaron una yihad contra las fuerzas invasoras, logrando unificarse en un gran ejército, cohesionado gracias a los esfuerzos que llevaron a cabo las innumerables tarikas sufíes en todo el territorio, a las que la historiografía portuguesa va a nombrar como “los morabitos” y que, a partir de entonces, va a tener una importancia muy notable como fuerza de cohesión en la historia del Reino de Marruecos.

El contingente portugués sale hacia Larache con determinación, seguros de su victoria, ya que desconocen la situación real de las huestes enemigas.

Pero el 4 de agosto fueron sorprendidos por las tropas de Abd el-Malik, enfrentándose ambos ejércitos en las llanuras de Alcazarquivir, en la que se ha conocido como la batalla de los Tres reyes.

La práctica totalidad de las tropas portuguesas fueron literalmente destrozadas por el ímpetu guerrero que mostraron las tropas musulmanas, resultando muerto en la refriega el propio rey, cuyo cuerpo desfigurado fue conducido a Portugal para ser enterrado en el monasterio de Belem.

La muerte del rey sin dejar descendencia acarreó serios problemas sucesorios y dinásticos a Portugal. Tras dos años de breve reinado por parte del cardenal Enrique, en el año 1580 el país pasó a formar parte de la Corona española de Felipe II, como un reino más dentro de su enorme Imperio territorial.

De esta manera, Ceuta deja de ser portuguesa, aunque el cambio de bandera va a ser gradual en el tiempo. Pero desde el comienzo, va a adquirir una nueva notoriedad, resultado del trágico desastre de Alcazarquivir y del enorme número de cautivos cristianos.

El ejército portugués, incrementado por un buen número de mercenarios europeos e integristas religiosos que acudieron a la cruzada contra el infiel, fueron muertos o hechos prisioneros, ya que quedaron aislados de sus territorios, muy lejos de sus bases y sin posibilidad de ayuda o refugio.

Durante mucho tiempo, no se supo a ciencia cierta qué había ocurrido, ya que el número de supervivientes fue muy escaso y las noticias que llegaban eran equivocadas y contradictorias. Una de las preguntas que más se hacían en todas las cancillerías europeas era qué había pasado con el rey Sebastián. El futuro del Imperio portugués estaba en grave peligro, con todos sus monopolios y flujos de riqueza y se desató un terremoto político cuya virulencia aumentaba ante la falta de noticias contrastadas.

Era necesario saber qué había pasado con el rey para obrar en consecuencia. Por otra parte, no había interlocutores acreditados para establecer contacto diplomático con Fez, pues su aislamiento con occidente era total a no ser que mediara la espada.

No se sabe con exactitud cómo lograron entablar contacto con los vencedores para tratar el asunto del estado del rey, pero todo apunta a que las gestiones importantes fueron a través de la oligarquía esclavista tetuaní, ya que la gran fama de Tetuán como mercado de esclavos y sus contactos y tratos con los trinitarios, intermediarios con los europeos para gestionar los rescates, gracias a esta relación entre Ceuta y Tetuán, hizo que recayera en ellos la puesta en venta de tan inmenso botín.

Después de muchas gestiones entre Ceuta, Tetuán y Fez, por fin hubo respuesta del sultán, confirmando que el rey había muerto en la batalla y que accedía a que se repatriase el cadáver, pero los restos que llegaron a Ceuta fueron inidentificables por el estado de descomposición y porque estaba machacada su cabeza. Aun así, se dio como prueba válida de muerte y se lo llevaron a Lisboa, donde se celebraron los funerales de estado, siendo enterrado con todo boato en el monasterio de Belem.

Aunque esto dio carpetazo al asunto del rey, iniciándose el difícil proceso de sucesión que finalmente recayó en su imperial tío, Felipe II, poco tardó en que se supiera que los restos que se habían enterrado en Belem no eran prueba válida de su muerte. Este misterio que nunca se ha desvelado, sin lugar a dudas, sirvió como ideal místico-patriótico para un pueblo portugués que veía impotente cómo su imperio y su misma existencia de diluían en la historia, creándose el mito y la leyenda de que el rey Sebastián era el esperado de las profecías y que estaba vivo y oculto, para recuperar de nuevo a Portugal en la historia. A esto se conoce como “Sebastianismo”.

El sebastianismo, que había sido en vida de Don Sebastián, la mística de África, pasó a ser, a su muerte, la mística de la independencia de Portugal. Las razones y argumentos que fueron consolidando el sebastianismo son muchos y han ido cambiando a lo largo del tiempo, aunque su base siempre han sido toda una serie de profecías, algunas muy antiguas, que anunciaban el final de Portugal hasta que apareciera un caballero, oculto hasta entonces, que devolvería a Portugal su independencia e imperio. Cuando ya Portugal logró su independencia y subió al trono lusitano Juan IV, este sentimiento se desvió hacia la interpretación de las profecías, haciendo ver que, tanto en el tiempo como en la persona, el anhelado “esperado” era el nuevo Monarca.

Aun así, la idea del Sebastianismo sobrevivió en el tiempo y hoy es recogida en una logia, a caballo entre el misticismo y el nacionalismo, que la define como: “El anhelo siempre insatisfecho de una patria mejor, de realizar los auténticos ideales nacionales, de darlo todo por ellos con igual generosidad con que lo diera en plena juventud el Rey Don Sebastián”.

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