Centros de poder

“Si los tomara en cuenta por lo que adquirieron

les habría acelerado el castigo; sin embargo

tienen una cita y no encontrarán fuera de Él ningún refugio.”

Sura de la Carverna, 58.

En el capítulo cuarto de la segunda parte de su libro sobre la política del poder, La hora del beduino¹ , Ian Dallas nos ofrece un estudio fenomenológico de los castillos, palacios y grandes mansiones de Europa como epicentros de poder político, del que se pueden tomar algunas reflexiones generales que no pueden sustituir por supuesto a la lectura del libro.

La investigación de Ian Dallas pone de relieve que el castillo era no sólo un lugar en el que se hacía público el poder de la realeza, sino también una fuente de hospitalidad y de generosidad que se desparramaba sobre la gente en forma de alimentos, fiestas y la distribución de dineros. El palacio real era también centro de cultura literaria y científica.

La residencia real desplegaba a continuación su naturaleza política al convertirse en modelo social para la aristocracia y para el pueblo, expresado de diferentes maneras en las distintas lenguas europeas por el dicho: “mi casa es mi castillo.”

La red de castillos y de grandes mansiones, indica Ian Dallas, como centros de habitación y gobierno, de relaciones sociales, de hospitalidad, de cultura, constituían un Estado orgánico unificado, la base de una civilización que se derrumbó y vació los edificios de su función, aunque continuaran en pie.

Las grandes residencias pasaron a ser ocupadas progresivamente por una nueva clase poderosa de ricos que vinieron a sustituir a la antigua realeza y a la aristocracia, pero que, distanciándose de toda obligación social y toda preocupación cívica, actuaban paulatinamente de un modo opuesto al modo de operar de aquéllas.

Durante los últimos cincuenta o sesenta años, una nueva clase de propietarios de industrias y de banqueros toma posesión de los castillos, los yates, las viñas, las obras de arte y el coto de caza. Su actividad principal es hacer dinero. Con cierta frecuencia, “ex nihilo,” de la nada. Y su contribución principal a la sociedad es también “nihilo,” nada.

Ian Dallas distingue tres etapas en este trasvase de las grandes mansiones:

En una primera etapa, el Castellano Legítimo posee el castillo, las fincas y un título nobiliario histórico. La responsabilidad social, como parte integrante de este título, desaparece cuando la etapa llega a su término. Chateaubriand resume el ciclo histórico de esta etapa en su famosa clasificación: “La aristocracia  pasa por tres fases sucesivas. La fase de la las superioridades, la fase de los privilegios, la fase de las vanidades. Nace en la primera, degenera en la segunda y se apaga en al última.”

En la segunda etapa del trasvase de las grandes mansiones, aparece una Nueva Legitimidad basada en la adquisición del título nobiliario y en la compra del castillo y sus propiedades o simplemente del edificio de un palacio.  Esta es la época dominada por los Rothschild. Puede ser definida como la época de la llegada de la Secta financiera y al mismo tiempo de un fenómeno significativo: la desaparición progresiva de las grandes familias aristocráticas, sustituidas por los que son capaces de comprar un título y un castillo histórico. Estos nuevos ricos poseedores de palacios y grandes casas se consideran exentos de los deberes y obligaciones de la nobleza genuina. El lema clásico “Noblesse oblige” deja de ser operante.

La tercera etapa es la del Nuevo Orden. Ahora, el modelo social dominante y los castillos y palacios están en manos de un grupo de multimillonarios que controlan un sistema monetario “ex nihilo,” sin legitimidad.

Los poseedores de las grandes moradas son siempre los dueños del baile por definición, pero los nuevos propietarios, rompiendo con el pasado, se han adjudicado un papel distinto al de los antiguos señores, o más bien, han abrogado ilegítimamente la función particular de los antiguos dueños del baile que aseguraba la cohesión de todo el cuerpo político. En consecuencia, no tienen la misma relación con su castillo que tenían las familias hereditarias.

En el pasado, poseer un castillo significaba regentar un dominio que producía beneficio. Llevaba consigo una responsabilidad social hacia la comunidad. Para los nuevos propietarios, el castillo es meramente una residencia campestre. En el momento en que el mercado inmobiliario les ofrece la ocasión de obtener un beneficio, las venden.

Los antiguos señores colocaban junto a los grandes derechos que su posición les otorgaba, grandes obligaciones. Sin embargo, como indica Hilaire Belloc en la cita que Ian Dallas hace de él: “Cuando la actitud hacia la riqueza se transforma en una cosa principal, en una cosa aislada, se transforma también en la prueba y en la causa de la desintegración de la clase gobernante.”

La ruina de esta nueva clase de señores y del nuevo orden social que representan, indica Ian Dallas, queda asegurada precisamente por su incapacidad de cumplir con sus grandes obligaciones.  Por su falta de articulación con el resto de los miembros de su especie que les rodean, ya que el aristócrata legítimo actúa de un modo que el hombre menos afortunado le respeta y le considera como una especie de ejemplo elevado de sí mismo. Comulga escrupulosamente con la comunidad de la que es jefe. Obedece a la tradición, las costumbres y la voluntad real de la comunidad a la que pertenece y en la que ejerce su función.

Lo que en un principio fue básicamente un compartir de la provisión se ha transformado en un rechazo a participar en el nexo social. La accesión ilegítima a los centros residenciales del poder funciona también sin legitimidad.

El talón de Aquiles de esta nueva clase de señores es precisamente esta inadecuación espiritual, social y genética de la que hacen gala. Sin embargo, así como las dinastías y las aristocracias legítimas desparecen y mueren, por el mismo principio activo, se vuelven a constituir por la accesión al poder de una figura gobernante que establece el orden y la paz tras la anarquía y la guerra. Los castillos, los palacios, como residencias de los gobernantes legítimos, pueden recuperar entonces el sentido para el que fueron construidos.

¹La Hora del Beduino, Madrasa Editorial, 2008.

Hajj Abdalbasir ha sido profesor de literatura española y universal en la Universidad del País Vasco y Premio Café Gijón. Ha publicado tres novelas, “Ismael,” “Guerrita,” y “Bajo la noche,” dos libros de poemas, “Traje de luces,” y “Sueños,” y cuentos en revistas españolas y americanas. En la actualidad es profesor de literatura universal en el Dallas College de Ciudad del Cabo.

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