Cambio climático

Una perspectiva islámica

Fazlun Khalid es el fundador/director de la Fundación Islámica para la Ecología y las Ciencias Medioambientales en Birmingham, Reino Unido.

Cuando una persona lleva a cabo el simple acto de apretar un interruptor para encender la luz, o de enchufar un pequeño electrodoméstico o de girar una llave para encender un vehículo o una máquina, esa persona se convierte en un contribuyente del calentamiento global. Multiplicado por millones de actos iguales a este por todo el mundo, todos los días, todos tienen algo en común, es que además de contribuir al calentamiento global contribuyen al rápido agotamiento de energías y recursos no renovables, tales como el petróleo, el carbón o el gas. El registro histórico de concentraciones de carbono en la atmósfera, en las muestras de núcleos de hielo extraídos de las capas de hielo polares, nos dice que después de millones de años de estabilidad hubo un incremento abrupto de estas concentraciones desde que dio comienzo la Revolución industrial. Cuando permitimos que se diga que el cambio climático es también un fenómeno de ocurrencia natural, tenemos que tener en cuenta otros factores que están perjudicando al ecosistema del planeta, tales como la deforestación, la extinción de especies, la contaminación y otros. Teniendo esto en cuenta podemos llegar a dos posibles conclusiones: la primera, que estos son todos fenómenos de ocurrencia natural que están sucediendo al mismo tiempo por un acto cruel de coincidencia o, a lo mejor, por un castigo de Dios; la segunda, que estos eventos son la consecuencia directa de la actividad humana.

Las muestras de núcleos de hielo nos dicen que la concentración pre-industrial de dióxido de carbono −el mayor contribuyente al calentamiento global− era de 280 partes por millón (ppm). La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera de la Tierra llegó a 391 ppm en octubre de 2012; esto es considerado por los científicos climáticos como insostenible. Y si seguimos igual que hemos estado haciendo desde la Revolución industrial, es posible que lleguemos a las 500 ppm a mediados del siglo. Los activistas civiles de la sociedad han puesto en marcha una campaña para mantener las emisiones de carbón por debajo de las 350 ppm, (www.350.org), y esto depende de que las temperaturas medias globales no aumenten más de dos grados. De cualquier manera, el Banco Mundial, en el informe Turn Down the Heat (Bajemos la temperatura), descrito como un “nuevo informe preocupante”, nos advierte de que estamos en línea de llegar a los cuatro grados y que esto traerá olas de calor extremas, declive en los alimentos en el mundo, la perdida de ecosistemas y biodiversidad y un amenazante aumento de los niveles del mar.

Las Naciones Unidas reúnen a representantes de alto nivel gubernamental en una conferencia multilateral sobre el cambio climático al final de cada año. En los últimos años estas conferencias han tenido dificultades para encontrar un acuerdo que suceda al Protocolo de Kyoto, el acuerdo internacional que limita las emisiones de carbono, y cuyo primer compromiso concluía a finales del 2012. Después de que la última reunión se llevase a cabo en Doha, Qatar, en diciembre del año pasado, Syed Mujtaba Hussain, experto en cambio climático y negociador, escribía en el periódico The Nation, un influyente periódico pakistaní publicado en inglés: “En términos de acciones reales para parar la crisis del cambio climático, la conferencia de Doha fue una inadecuada oportunidad más perdida”.

El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) nos ha confirmado lo que nosotros intuíamos desde hace años: el cambio climático está aquí para quedarse y “va a continuar por siglos”, incrementando así la posibilidad de que la maldición para las generaciones futuras se quede para siempre en esta predatoria civilización nuestra. Se ha dicho que la especie humana es una “anormalidad ambiental”, ya que racionalizamos la destrucción del planeta como si viviéramos en otro sitio –¿en la luna, por ejemplo?–; no nos ha entrado en la conciencia que si el planeta sufre, nosotros sufrimos, y que no tenemos ningún otro sitio a donde ir. Hemos perdido la conciencia de nosotros mismos como parte de la naturaleza y de que destruir el mundo natural significa destruirnos a nosotros mismos. Hemos reducido la naturaleza, y, por consiguiente, a nosotros mismos, a un recurso explotable. Nuestra civilización global parece artificial, basada en un sistema industrial y financiero con el único propósito de obtener beneficio.

A pesar de los informes del IPCC, la industria se seguirá expandiendo; los bancos continuarán prestando dinero creado de la nada; los países en vías de desarrollo continuarán intentando emular las rampantes economías china e india; las naciones desarrolladas, especialmente en Occidente, proseguirán codiciando los recursos naturales del mundo; los políticos nos seguirán prometiendo niveles cada vez más altos de vida y, mientras tanto, nosotros nos iremos de compras. Este estado de cosas ha asegurado el colapso de la ecología humana. La sabiduría antigua es despreciada y reemplazada por una modernidad icónica basada en la esclavitud del hombre a la máquina.

Aquellos que son incapaces de hacer frente a los cambios de la sociedad, que suceden a una velocidad vertiginosa, ven un declive continuo de control en sus vidas, una tendencia hacia el gigantismo, la lejanía de los gobernantes de aquellos a quienes gobiernan. Los signos externos de esto son: las ciudades crecientes y su naturaleza de hormiguero; despoblación rural que succiona el alma de la tierra; la destrucción de comunidades unidas y el surgimiento de la familia nuclear como un pobre substitutivo; las seductivas tendencias del culto al individuo y el creciente número de personas aisladas que esto parece crear, aislamiento sedado por un consumismo rampante. En nuestro afán por “progresar” y “desarrollarnos” hemos perdido de vista la naturaleza finita y delicada del planeta Tierra y del lugar de la humanidad en él.

Parece que la búsqueda del progreso y la prosperidad estuviese basada en crear descontento: consumidores inducidos a competir por la posesión del último gadget; la televisión y la publicidad haciendo constantemente que uno se sienta inadecuado; los medios de comunicación, empleados como instrumentos de manipulación.

Hasta hace poco la humanidad funcionaba, inconscientemente, entre unos límites naturales no escritos. Tenía una disposición intuitiva a vivir en el estado natural (fitra); esto era posible por un reconocimiento consciente de la existencia de una fuerza superior: lo divino. Esto era una realidad existencial, no idílica ni utópica.

Claramente no seguimos funcionando dentro de estos límites. Dos eventos en la Europa de los siglos XVI y XVII permitieron a la especie humana romper con el patrón natural del que siempre había sido parte. El primero de estos fue la aparición de la forma cartesiana de ver el mundo, momento desde el cual el hombre empezó a adorarse a sí mismo. El segundo evento fue cuando los primeros banqueros desarrollaron un sistema por el cual podían prestar a otros un dinero que habían creado de la nada. En términos islámicos: sabotearon el equilibrio (mizan) del mundo natural.

La explosión de la riqueza artificial produce la ilusión de dinamismo económico; pero, en realidad, es parasitaria –el crédito sin fin devora la naturaleza que es finita−. Si se mantiene esto, finalmente la Tierra terminará pareciendo la superficie de la Luna, como ya lo parece en algunos sitios.

La gente que vivió en los tiempos pre-cartesianos y pre-bancos, antes de que se nos dijera que la naturaleza estaba ahí para saquearla, no era, en el fondo, diferente a nosotros. Tenían los mismos atributos positivos y negativos, pero el resultado del libertinaje humano era contenido por el orden natural de las cosas, que trascendía más allá de la sofisticación política y tecnológica, e incluso de la disposición religiosa.

El exceso en el orden natural era reversible porque era biodegradable. Cuando las civilizaciones antiguas, no importa cuán opulentas, libertinas, avariciosas o brutales fuesen, morían, el bosque simplemente crecía por encima o la arena cubría sus trazos. No dejaban contaminantes, venenos dañinos o residuos nucleares. Por el contrario, y asumiendo que sobrevivimos como especie, los arqueólogos que excaven nuestra desenfrenada civilización presente, digamos dentro de mil años, tendrán que vestir trajes anti-radiación para protegerse.

El Corán dice:

La corrupción se ha hecho patente en la tierra y en el mar

a causa de lo que las manos de los hombres han adquirido,

para hacerles probar parte de lo que hicieron

y para que puedan echarse atrás. (30: 41)  

   ¿Pero lo haremos?

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