Bienvenido sea el mes que nos purifica

Ramadán

Se ha transmitido de ‘Umar, que Allah esté complacido con él, que cuando entraba el mes de Ramadán, solía decir: «Bienvenido sea nuestro purificador, pues Ramadán es bien todo él: el ayuno del día y la oración de sus noches. Dar en él es como dar en el camino de Allah».

El mes de Ramadán posee dos aspectos que se complementan y definen su carácter exclusivo: uno es el ayuno diurno y el otro la oración nocturna.

El ayuno del día consiste, como todo musulmán sabe, en abstenerse de comer, beber y mantener relaciones sexuales desde el despuntar el alba hasta la puesta del sol. Esto Allah lo ha hecho obligatorio, a partir de la pubertad, para todo musulmán, varón o hembra, que pueda físicamente llevarlo a cabo. Como una extensión de este ayuno, se incluye también el ayuno de la vista, el oído y la lengua, que consiste obviamente en tener cuidado con lo que miras, lo que escuchas y lo que hablas. Esto no tiene el carácter obligatorio de lo primero en el sentido de que el lapsus en ello es una probabilidad considerable y es más difícil de controlar, de hecho el Ẓakat al-Fiṭr que se paga al final de Ramadán sirve para compensar los deslices en este sentido. Sin embargo, su importancia es de enorme transcendencia, baste con recordar el conocido hadiz en el que el Mensajero de Allah, al que Allah le dé Su gracia y paz, le dice a Mu’adh que guarde su lengua y, ante su extrañeza, le responde: «¿Acaso hay algo que arroje a la gente de cara al Fuego sino lo que cosechan sus lenguas?». Y afecta necesariamente a los pensamientos, por lo que el ayunante ha de procurar evitar malos pensamientos sobre los demás o sobre sí mismo y tener la mejor opinión de Allah y de Su creación, ayunando de todo lo que lo distraiga de Allah y Su recuerdo.

El otro aspecto es la oración nocturna. La oración nocturna, que es esencial en Ramadán, no tiene el carácter obligatorio del ayuno, pero es una sunna establecida que completa el sentido del ayuno diurno.

Lo que ahora conocemos como tarawiḥ, que alude al descanso que se hace cada cuatro rak’ats, y cuya raíz es la misma que la de ruḥ, ‘espíritu’, fue establecido por ‘Umar Ibn al-Jaṭṭab, que Allah esté complacido con él.

Dijo ‘Aisha, que Allah esté complacido con ella, que el Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz, salió al principio del seno de la noche en Ramadán y rezó en la mezquita, y la gente rezó siguiendo su oración. Por la mañana, la gente habló de ello, y la noche siguiente se multiplicó el número de gente y rezó, y rezaron siguiendo su oración. Cuando llegó la tercera noche, la gente era tanta que no cabía en la mezquita, pero no salió ante ellos hasta la oración de la aurora. Y cuando hubo rezado la oración de la aurora se volvió a los presentes y dijo: «No se me esconde lo que os pasó esta noche, pero temí imponeros la oración de la noche y que no pudierais».

Y de ‘Aisha también, que Allah esté complacido con ella, que el Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz, los estimulaba a hacer oración nocturna en Ramadán sin imponérselo, y cuando el Mensajero de Allah, al que Allah le dé Su gracia y paz, murió, el asunto continuó sin cambios durante el califato de Abu Bakr y al principio del califato de ‘Umar, hasta que ‘Umar Ibn al-Jaṭṭab los reunió detrás de Ubayy Ibn Ka’b, que Allah esté complacido con ambos.

Dice Abul-Laiz as-Samarqandi: «Me relató mi padre, con su cadena de transmisión, de ‘Ali Ibn Abi Ṭalib, que Allah esté complacido con él, que dijo: “‘Umar Ibn al-Jaṭṭab no hizo sino tomar este tarawiḥ de un relato que oyó de mí”. Dijeron: “¿Y cuál es, emir de los creyentes?”. Dijo: “Escuché al Mensajero de Allah, al que Allah le dé Su gracia y paz, decir: ‘En verdad Allah, sea ensalzado, tiene alrededor del Trono un lugar llamado El recinto de la pureza, que es de luz, en él hay ángeles cuyo número no conoce sino Allah. Ellos adoran a Allah, sea honrado y enaltecido, sin parar un instante y cuando llegan las noches de Ramaḍan, le piden permiso a su Señor para bajar a la tierra y rezar con los hijos de Adam. Entonces bajan cada noche a la Tierra y todo el que los toca o es tocado por ellos es feliz con una felicidad tras la cual nunca será desgraciado’.

Y dijo ‘Umar, que Allah esté complacido con él, en ese momento: ‘Nosotros tenemos más derecho a eso’. Y reunió a la gente para el tarawiḥ y lo estableció”».

Y se ha transmitido de ‘Ali Ibn Abi Ṭalib, que Allah esté complacido con él, que salió una noche de Ramadán y oyó la recitación en las mezquitas y vio los candiles encendidos en las mezquitas y dijo: «¡Que Allah ilumine la tumba de ‘Umar como ha iluminado nuestras mezquitas con el Corán!».

Y se ha transmitido algo similar de ‘Uzmán Ibn ‘Affán, que Allah esté complacido con él.

Dice el Shaij Aḥmad Ibn ‘Aṭáillah en sus Hikam: «Él ha hecho la morada de la Otra Vida  como lugar de la recompensa de Sus siervos porque esta morada no contiene lo que quiere darles y porque los tiene en demasiada estima como para recompensarlos en una morada en la que no hay permanencia».

El ayuno de Ramadán con su oración nocturna es una evidencia de esta sabia y hermosa afirmación del gran maestro. La paciencia que exige el ayuno durante el día, que externamente implica cerrar ventanas que normalmente están abiertas, a veces de par en par, y la oración nocturna, que viene justo cuando el nafs desea expansión tras la constricción del día, esconden esa recompensa que no cabe en este mundo y que no queda interrumpida, como todos los placeres de este mundo.

El deseo de expansión es genuino y es en realidad el deseo primordial por el bienestar completo y el placer máximo. La enseñanza de Ramadán es que si bien una parte, o un anticipo, podríamos decir, de ese bienestar total y felicidad duradera, se puede degustar y atisbar en este mundo, como el placer de romper el ayuno y el gusto por estar relajado después disfrutando de la compañía de los cercanos, la realidad no deja de ser que la recompensa que es interesante, la que de verdad busca el inteligente, no cabe en este mundo y por supuesto no dura. De manera que el rigor de Ramadán no es sino para abrir una puerta a los aspectos sutiles de esta vida, que son aquellos que se perfeccionan y perduran en la próxima vida.

Se ha dicho en una transmisión antigua: «Si esta vida fuera de oro efímero y la otra vida de oropel permanente, el inteligente elegiría lo que permanece sobre lo que se extingue».

Pero el caso es que la otra vida es, en realidad, el oro que permanece, mientras que esta vida es el oropel que se extingue. Y más aún que eso, como dijo el Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz: «Dice Allah, sea ensalzado: “He preparado para Mis siervos rectos lo que ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado ni el corazón de ningún ser humano ha podido concebir”». Y luego recitó: «Y no sabe nadie lo que le está reservado de frescura de ojos como recompensa por lo que hicieron» (Sura de la Postración, aleya 17).

También se dice en otra transmisión del Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz, que Ramadán es el mes de la paciencia, y la recompensa de la paciencia es el Jardín. Por eso tenemos que ver el asunto desde esta perspectiva: si Allah ha hecho obligatorio ayunar el mes de Ramadán es porque ha hecho obligatorio para nosotros el Jardín. ¡Qué buenas noticias!

Transmitió Abu Huraira, que Allah esté complacido con él, del Profeta, al que Allah le dé Su gracia y paz, que dijo: «Allah, sea ensalzado, dice: “Toda buena acción que hace el hijo de Adam, se le multiplica desde diez hasta setecientas veces, pero el ayuno Me pertenece y Yo recompenso por él. Deja su apetito y su comida y su bebida por Mí. El ayuno es un escudo y el ayunante tiene dos alegrías: una alegría en el momento de romper el ayuno y otra cuando se encuentre con su Señor el día del Levantamiento”».

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