Asesinato de palabras por metonimia

metonimia

La metonimia es una figura retórica que consiste en designar una cosa o idea con el nombre de otra con la que tiene alguna relación semántica. Los publicistas sueñan con la metonimia perfecta: designar el producto con el nombre de nuestra marca.

Todos conocemos estas metonimias publicitarias. Pedimos una Aspirina, cuando lo que queremos es Acido Acetilsalicílico; nos gusta desayunar con Pan Bimbo cuando en realidad lo hacemos con pan de molde; envolvemos los alimentos con Papel Albal pero realmente su nombre es papel de aluminio; las mujeres se dan máscara de pestañas de distintas marcas pero a todas las llaman Rimmel; algunos postres mejoran si añadimos Maizena o lo que es lo mismo, harina de maíz, y a nadie se le ocurre pedir una goma de mascar de sabores sino Chicle.

En realidad los creativos publicitarios no se distinguen mucho de los agentes propagandísticos, ya que estos también buscan asociar a determinadas palabras contenidos semánticos prestados de otras, manipulando el modo en el que la sociedad percibe la realidad. La manipulación del lenguaje es quizás la forma más sutil de control mental; algo similar a la publicidad subliminal, ya que se ejecuta de manera inconsciente para el receptor. Pero a diferencia de la primera, que puede afectar a cualquier persona independientemente de su nivel intelectual, la manipulación del lenguaje requiere de un trabajo previo de desinformación y de empobrecimiento cultural, ya que una persona formada no puede verse afectada por ese burdo asesinato de palabras.

La utilización de la palabra fascista es un claro ejemplo de asesinato de palabras por el método de la metonimia. Pero no el único.  Islam, yihad, Sharia, y ahora califato son cuatro ejemplos de asesinatos perpetrados en tiempos recientes, no más allá de las últimas dos décadas. Estas palabras han quedado asociadas semánticamente a barbarie, terror, violencia, retraso y, consecuentemente, son palabras antónimas de civilización, progreso, bienestar y paz.

El hecho de que unos locos reivindiquen el Califato no es algo nuevo en la historia del Islam. Sucede desde los primeros califas. Cada uno es libre de reivindicar lo que quiera, pero finalmente “por sus frutos los conoceréis”. Proclamar un califato es fácil, solo se necesita un auditorio y un buen púlpito. Quién pone en duda que no hay mejor megáfono que cortar unas cuantas cabezas y hacer un bosque de picas con ellas.

Pero instaurar un verdadero califato es harina de otro costal. Destruir es siempre mucho más fácil y rápido que construir.

Ahora bien, si el público no sabe lo que es un califato, lo que fue históricamente, lo que implica el hecho del gobierno personal bajo el amparo de la Sharia, entonces el asesinato por metonimia es tan sencillo como financiar y suministrar armas a unos descerebrados para que hagan la guerra sucia por nosotros.

Tan sencillo como hacer creer al mundo que el Islam es la amenaza, cuando en realidad la Tercera Guerra Mundial se inició en Afganistán hace más de 30 años. La inició la secta financiera-militar desde los Estados Unidos contra la extinta Unión Soviética y continúa hoy en Irak, Siria, Ucrania, Palestina, Libia y seguirá extendiéndose por distintos países y regiones del planeta bajo el nombre de plagas, guerras civiles, insurgencias islamistas, guerras tribales, golpes de estado y demás.

La amenaza hay que buscarla siempre en aquel que puede producir armas y especialmente una: dinero.

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