Amigos y enemigos en Oriente Medio

El origen de las desgracias y las derrotas de los musulmanes de Oriente Medio, como ocurrió en Al Ándalus, está en haber tomado por aliados a sus enemigos

Los musulmanes de Oriente Medio parecen atrapados en luchas perdidas de antemano, con modalidades de pensamiento arcaicas, ideologías en desuso y formas de organizar su lucha completamente desfasadas. Nacionalismos caducos, revueltas y algaradas callejeras, enfrentamientos desiguales de civiles desarmados contra fuerzas policiales y militares perfectamente adiestradas y equipadas, no son pruebas de desesperación e insensatez, sino de un nihilismo completamente ajeno a la sabiduría del Islam. Ni en Palestina, ni en Siria ni en ninguno de los territorios musulmanes de Oriente Medio la victoria parece inminente porque una y otra vez los dirigentes de esos movimientos confunden a sus enemigos con sus amigos.

La victoria anhelada es segura, y le pertenece al Din de Allah, no a un partido, ni a una política ni a una ideología. Dice Allah: “Él es quien envió a Su Mensajero con la guía y la verdadera práctica de Adoración para hacerla prevalecer sobre todas las demás, por mucho que les pese a los asociadores”  (Surat al-Saff. 61:9).

La mayoría de los conflictos en Oriente Medio tienen su origen en el periodo anterior a la Primera Guerra Mundial. Los intereses estratégicos de Francia y Gran Bretaña chocaban con la presencia del Califato Otomano y su flota marítima. En el Tratado de Sykes-Picot, en 1916, ambas planearon dividirse la región entre ellas. El plan se puso en práctica en la Primera Guerra Mundial. En el proceso de división y reparto de los territorios otomanos hubo muchas promesas incumplidas y más de una escandalosa traición. Gran Bretaña hizo saber que veía con buenos ojos la creación de un  hogar nacional para los judíos en la tierra de Palestina, en la Declaración Balfour de 1917, mientras que, por otro lado, seguía apoyando las aspiraciones nacionalistas de los árabes de Palestina y fomentando su rebelión contra la autoridad otomana.

Los británicos, aliados de los gobernantes del Hiyaz, la dinastía Hashemi,  habían alentado la revuelta árabe contra el Califato Otomano, prometiendo un estado árabe desde Iraq hasta Yemen. En 1925, también con apoyo británico, la tribu de los Banu Saud emprendió una campaña militar que culminó con la conquista del Hiyaz, arrebatándole su gobierno a la dinastía Hashemi y sentando la base de la moderna Arabia Saudita. Gran Bretaña, a modo de compensación, dio a los Hashemitas dos reinos nuevos: un nuevo país al este del río Jordán (Jordania), dividiendo Palestina por la mitad, y el reino de Iraq.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el éxodo judío se intensificó y el proyecto sionista se aceleró. Simultáneamente, la ideología nacionalista llegó también a los pueblos árabes, que consideraban la integridad territorial de Siria violada por el acuerdo de Sykes-Picot, y se opusieron a la independencia de Jordania, de Líbano y a la creación de un Estado judío en Palestina.

El nacionalismo como ideología influyó en la política de Jordania. Jordania recelaba de la creación de un Estado palestino y veía al Estado judío como una garantía y una  protección de su reino contra los palestinos. En 1970, Jordania desencadenó una guerra sangrienta contra los palestinos, el Septiembre Negro, expulsando al FLP al Líbano.

Egipto tampoco quiso reconocer a la nación Palestina y en 1948 el ejército egipcio invadió Gaza. Egipto veía Gaza como una extensión natural del Sinaí. En 1952, se hizo con el poder Gamal Abdelnasser. Sus ambiciones eran aún más extensas: una república árabe socialista, laica y unificada.  Ese ideal se hizo realidad en 1958 con la creación de la República Árabe Unida, que incluía a Siria. Yaser Arafat aparece como aliado de los nacionalistas árabes, con Palestina como parte integral de la Unión de Naciones Árabes alentada por Abdelnasser. El socialismo árabe de Egipto, Siria e Iraq recibió el apoyo de la Unión Soviética y las monarquías árabes de Arabia Saudita y Jordania el apoyo de los EE UU durante la llamada guerra fría árabe.

A principios de 2013 el poder de los Asad en Siria se resquebraja. Es solo una cuestión de tiempo hasta que el régimen caiga. Cuatro millones de personas dentro del país y medio millón de refugiados en Líbano y en Turquía están necesitadas de ayuda humanitaria. Se estiman en 44.000 las víctimas mortales desde el inicio del conflicto en marzo de 2011. El principal apoyo militar y económico al régimen procede de Irán. La minoría nuseirita, que se hace llamar alauita (seguidores de Ali) y se arrima a los chiíes para ser más reconocible para los musulmanes, constituye el 12% de la población de Siria y controlan todos los resortes del poder militar, económico y político, con mano de hierro, sobre la población musulmana. La fe nuseirita cree en la divinidad de Ali, rechaza los pilares del Islam, desprecia las mezquitas, celebra rituales en cuevas sagradas y practica la taqiya o disimulación. El clérigo libanés Musa Al Sadr emitió una fatua en 1973 declarando a los nuseiritas legítimos shi’as duodécimos, certificando así su alianza con Irán. Las masacres de su población civil han hecho perder al régimen toda legitimidad.

En Egipto, el movimiento de los Hermanos Musulmanes, en el poder después de las elecciones de junio del 2012, no ha derrocado al ejército, que retiene su poder intacto, y ha entrado a formar parte de la escenificación de la nueva dictadura. Egipto permanece bien  amarrado como colonia del capitalismo bancario usurero.

Después de la fragmentación del Califato, los modelos ideológicos modernos han impregnado el cuerpo de las sociedades musulmanas. La incapacidad de distinguir entre amigo y enemigo ha multiplicado las adversidades. En El concepto de lo político, Carl Scmitt afirma que la esencia del criterio político es saber distinguir entre el amigo y el enemigo.

En el Corán está claramente expuesto y repetido: “Aquellos que toman a los que no creen como amigos protectores, en lugar de los creyentes, ¿acaso esperan conseguir poder gracias a ellos? Ciertamente que todo el poder y la fuerza le pertenecen a Allah”  (4: 139). Imam al Qurtubi afirma que esos son los hipócritas. Se definen como musulmanes, pero piensan que su Señor no tiene verdadero poder, que el poder verdadero lo tienen los enemigos. No sólo toman como amigos protectores a sus propios enemigos naturales, sino que les siguen servilmente. Dijo el Mensajero de Allah: “Seguiréis las prácticas de los que os han precedido palmo a palmo, brazo a brazo, hasta tal punto que si ellos se meten en la hura del lagarto, vosotros los seguiréis entrando también en ella”.

Esta es la descripción de los Hermanos Musulmanes, con sus llamamientos a la democracia y su obsesión con los cambios constitucionales, en un país necesitado de oportunidades de empleo, sediento de justicia social y cansado de poderes opresivos.

Los Ijwan, con su política de madriguera de lagarto, son parte del problema y no de la solución.

Los musulmanes del Sham, los de Egipto y los de los países surgidos del desmoronamiento del Califato deben levantar la bandera del Islam, dejar de mirar a otros y encontrar su fuerza en sí mismos, en su sumisión a su Creador y en su estricta obediencia a Su Mensajero, que Allah le bendiga y le conceda paz.

“Vuestro amigo es Allah y Su Mensajero y los que creen, los que establecen el Salat, pagan el Zakat y se postran”  (5:55).

Salir de la versión móvil