Abu Muhammad Abdellah, el sufí de Morón de la Cal

Morón de la Cal

Cada tiempo tiene un corazón, y la gente de ese tiempo navega por el mundo, sabiéndolo o no, con ese decreto que marca las vidas y el pensamiento.

Desde mediados del siglo XII al XIII vivió en Morón de la Frontera un sufí  llamado Al-Maururi, de nombre Abdellah y conocido como Abu Muhammad. Este hombre tuvo un lugar en el corazón de su tiempo y derramó su barakah por Al-Ándalus y el norte de África. Tomó la mano del gran sheij nacido en Cantillana, Sevilla, Sidi Abu Madyan Al-Gawz, el cual le llamaba con el sobrenombre cariñoso de “El peregrino piadoso”, lo que nos indica ese carácter viajero que la Gente de Allah posee.

Hizo su peregrinación a la Meca con Abdar-Razzaq Al-Mughawir, gran jurista tunecino, también discípulo de Abu Madyan, y allí conoció y acompañó a Abu Abdellah B. Hasan. Estuvo entre los muridún más queridos de Sidi Abu Madyan, que un día le dijo: “Estoy cansado de llamar a la gente hacia Allah sin que uno solo responda a mi llamada; quiero tomarte para mí mismo, sígueme a alguna cueva en la montaña para que me acompañes hasta mi muerte”. Contó Al-Maururi que ese día supo que tenía un sitio junto a Allah. Fue uno de los enlaces entre Sidi Abu Madyan y el Sheij Al-Akbar, Muhyidin Ibn Árabi.

Andalucía en ese tiempo era un hervidero de gente iluminada. Hombres y mujeres conocidos que se visitaban por Allah, beneficiando a los lugares y las gentes por donde pasaban con su presencia y recuerdo.

Al-Maururi era uno de estos hombres de Allah que bajo su influencia los espíritus se elevaban y se enriquecían con expansión en conocimiento. Cuenta Ibn Árabi: “Cuando visité la casa del Sheij Abu Muhammad Al-Maururi hallé un libro llamado El secreto de los secretos, escrito por Hakim (Aristóteles), el instructor de Dhurkarnain (Alejandro Magno). El libro contenía instrucciones de cómo gobernar el mundo. Abu Muhammad me dijo: ‘Este libro trata de cómo gobernar al mundo. Lo que quiero que hagas es escribir un libro acerca del gobierno humano, de cómo gobernarnos a nosotros mismos, en dónde se halla nuestra salvación’. Atendiendo a su petición, escribí el libro en la ciudad de Maurur en menos de cuatro días. La obra de Hakim es en extensión un cuarto o un tercio de mi libro”. El libro se tituló El divino gobierno del reino humano, y esto debió ocurrir en los años próximos a 1200, antes de que Ibn Árabi iniciara su viaje a Oriente del mundo islámico.

Las noticias que tenemos de Abu Muhammad nos la ha transmitido el propio Sheij Al-Akbar. Tenía Al-Maururi una esposa joven de enorme belleza que poseía todavía más gracia y fuerza que él. Cuando los fuqará se reunían para el Dhikr, formando un gran círculo, una hija pequeña que tenía saltaba al centro desde las rodillas de su madre, mostrando con su actitud que Allah había colocado en su corazón una luz que le comunicaba un conocimiento espiritual. La pequeña murió antes de ser destetada.

Abu Muhammad fue único en su tiempo por la perfecta estación del abandono divino (tawakkul) y su gran sinceridad (sidq). Su estado espiritual era de expansión (bast). Era persona de natural alegría, buen trato, amabilidad y gran consideración hacia los demás. Volviendo de Bujía por encargo de Sidi Bumadyan, debía parar en Almería para visitar a Sheij Abu Abdellah, un hombre de edad conocido como Al-Gazzal (el hilandero). Se presentó en su casa y encontró a sus muridún en la puerta. Les pidió que informaran al sheij de su llegada, pero estos le ignoraron diciendo que el sheij dormía, y él dijo: “Si he venido por asuntos de Allah, Allah le despertará inmediatamente”, y al instante se abrió la puerta y apareció el sheij, todavía soñoliento, preguntando dónde estaba el visitante. Le saludó y honró su llegada. Al despedirse, los discípulos del sheij le dijeron: “Ojalá que la  expansión en la que te encuentras pudiera contraerse”. Él les preguntó qué entendían por expansión. Contestaron que “una misericordia”, y por contracción respondieron que “un castigo”. Y Maururi dijo. “Oh Allah, no me hagas pasar de tu misericordia a tu castigo”. Ante estas palabras se avergonzaron. Y partió hacia Granada.

En el ánimo de los musulmanes andaluces de finales del siglo XII ya pesaba la pérdida de gran parte del territorio norte de Al-Ándalus. Y en el pensamiento general se sentía la proximidad de un final. Allah pone a su Gente como montañas entre los musulmanes para elevar y sostener la fe de la población, hombres y mujeres de gran carisma. Al Maururi estaba entre ellos. Allah le había dotado de una gran himma que le permitía realizar algunos prodigios para bien del estado de los que le acompañaban. En una reunión de sufís, él mismo contó que a su vuelta de Almería a Granada se alojó en la casa de Sheij Abu Marwan, quien le había conocido en casa de Sidi Abu Madyan. Por haber intervenido en la curación de uno de sus acompañantes, Abu Marwan alertó a los suyos de la llegada de Al-Maururi. La gente vino a verlo y se preparó una mesa con requesón y miel. Sin embargo, la gente se lamentó de la ausencia del hijo del sheij, que había salido temprano hacia un pueblo lejano. Después de haber comido todos, dijo Al-Maururi: “Si queréis, yo comeré aquí y él se saciará allí”. “Por Allah, oh  Abu Muhammad, hazlo”, dijo el sheij. Entonces dijo “Bismillah” y comenzó a tomar alimentos como si no hubiera comido. Llegó un momento que dijo: “Ya está saciado; si sigo, moriría”. La gente no abandonó la casa hasta la vuelta del hijo del sheij, ya bastante tarde. A su regreso, le saludaron y percibieron que todavía tenía sus provisiones intactas. El comentó: “Hermanos, hoy me ha sucedido algo sorprendente: cuando llegué al pueblo y me senté, comencé a sentir bajar de mi garganta al estómago requesón y miel, tanto que si hubiera durado más habría muerto”. La gente se  maravilló y se fue dichosa de haber oído el relato de lo que fueron testigos por la barakah de Al-Maururi.

Otro día, en Marchena de los Olivos, se encontraba de visita en casa de Shams Umm Al Fuqará. La anciana mujer le dijo: “Me gustaría ver a Abu Hasan B. Qaitun de Carmona. Escríbele para que venga”. Al-Maururi le dijo a Shams: “Esa es la manera de actuar de la gente corriente. Le haré venir con mi himma”. Entonces dirigió los pensamientos de Abu Hasan a la idea de venir a Marchena. Pero por la mañana no vino a causa de un olvido de Al-Maururi. Volvió a poner su himma, y al medio día se presentó ante ellos. Abu Hasan tomó mucho amor por Al-Maururi y dejó algún tiempo su madraza coránica para conocer a la gente del camino. Visitó a Sheij Al- Gazzal en Almería y obtuvo mucho provecho, volviendo después a Carmona.

Pasado un tiempo, dejó Carmona y se fue a vivir a Sevilla, comenzando a estudiar con juristas y teólogos y abandonando su proyecto de enseñar el Corán en la ciudad. Esas gentes le incitaron a acusar de ignorancia a los sufís y a hablar mal de los estados espirituales de los fuqará sinceros. Actitud que oscureció su corazón, negándose incluso a recibir al propio Al-Maururi en su casa. Los tiempos cambian pero la singularidad de los seres humanos permanece. Dijo Ibn Árabi al final de esta historia: “Que Allah nos proteja de cualquiera que desee separarnos de Él, de su Gente o de su Élite”. Como si fuese un tema de nuestro propio tiempo.

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