A propósito del último Premio Cervantes: Juan Goytisolo

Juan Goytisolo es un intelectual independiente y honesto, capaz de mirar el mundo actual libre de clichés injustos y conocedor como pocos del alma hispana

“La situación degradada e injusta en la que viven actualmente la mayoría de los pueblos musulmanes no debe llevarnos a confundir rasgos meramente accidentales con los principios religiosos y éticos que articulan la vida de aquéllos. El Islam es también la arquitectura de Sinán, la palabra profética de Ibn Arabi, la poesía sufí, (…) una admirable sutileza espiritual y el ideal impregnador de Al-Ándalus”.

Empezaré por confesar que pocas veces me he visto tan satisfecho por la entrega de un premio de la importancia del Cervantes como en esta ocasión en que el premiado ha sido Juan Goytisolo. Este catalán (Barcelona, 1931), hombre inquieto y excelente escritor ha demostrado con creces su apertura de mente, su visión amplia y equilibrada y su capacidad para ahondar en los entresijos de nuestro momento actual como civilización. En una de sus últimas entrevistas dejaba claro, por ejemplo, hasta qué punto la cultura hispana está marcada por lo mudéjar y la influencia de lo árabe y la presencia del Islam, así como de la lucha larvada y continua entre los conceptos de “cristiano nuevo” y “cristiano viejo”, que subyacen en el subconsciente de los artistas e intelectuales españoles, a menudo sin ellos mismos darse cuenta.

Aunque no es musulmán, su mirada hacia el mundo islámico siempre ha sido de respeto, cuando no declarada simpatía. Dice bastante de ello el que hace mucho que se quedó a vivir en Marruecos. Pero, sobre todo, es un hombre capaz de mirar por encima de clichés y de tópicos injustos, y hasta de entrar en la causa de ellos. Así, en su libro De la Ceca a la Meca, escribe cosas como esta: “En razón de la amenaza que el Islam (árabe o turco) significó para el orbe cristiano entre los siglos VIII y XVII, el mundo musulmán ocupa frente a aquél un puesto central, cualitativamente distinto del de las demás civilizaciones no europeas (budista, brahamánica, etcétera). Ello explica, como ha visto muy bien el historiador tunecino Hichem Djait, la persistencia de una aguda y tenaz ‘sensibilidad antiislámica en todos los niveles del subconsciente europeo’”.

Y dice esto: “Basta en verdad con abrir cualquier libro de historia para comprobar el uso sistemático de una doble terminología: valorizadora cuando se aplica al orbe occidental, despreciativa de cara a los musulmanes. Por un lado, se habla de “expansión”, “vocación ecuménica”, “misión civilizadora”; por otro, de “invasión”, “avalancha”, “brusca irrupción de hordas”. El mismo manual que pinta con lujo de detalles la crueldad de los sultanes otomanos, cubre con un velo de discreción los autos de fe de la Inquisición o el terror blanco o rojo de nuestras revoluciones. Inútilmente buscaremos la expresión “fanatismo cristiano””.

Y en otra ocasión dijo también: “La situación degradada e injusta en la que viven actualmente la mayoría de los pueblos musulmanes no debe llevarnos a confundir rasgos meramente accidentales con los principios religiosos y éticos que articulan la vida de aquéllos. El Islam es también la arquitectura de Sinán, la palabra profética de Ibn Arabi, la poesía sufí, (…) una admirable sutileza espiritual y el ideal impregnador de Al-Ándalus”.

De su pluma han salido múltiples obras en las que el Islam es, de una u otra forma, protagonista: Crónicas sarracenas, Reivindicación del conde Don Julián, Makbara, En los reinos de taifas, Las virtudes del pájaro solitario, La cuarentena, Estambul otomano, Argelia en el vendaval, El bosque de las letras, El sitio de los sitios, lo que, en un autor no musulmán es bien de agradecer; sobre todo si mira con imparcialidad y libre de los clichés y prejuicios con que lo hacen multitud de escritores e historiadores supuestamente “científicos”.

Y no son pocos los artículos que Goytisolo ha publicado en El País analizando precisamente algunos de esos injustos clichés más propios de la ignorancia y el odio al otro que de una actitud equilibrada y transparente. Así, por citar solo dos de ellos, en el titulado De la sibila de Delfos a la Virgen de Covadonga”, comenta cómo investigadores recientes han encontrado sospechosos paralelismos entre los relatos “históricos” de la Batalla de Covadonga (Crónica de Alfonso III de Asturias, 866-910), en la que supuestamente comienza la “Reconquista” y, de alguna manera, el origen de lo que luego será España, y los de la derrota de los invasores persas al pie del Monte Parnaso y el templo de Apolo en Delfos que data del siglo V antes de la era cristiana. Y hasta, después, también será muy similar el contenido y los detalles de los inspiradores literarios de Milosevic, Karadzic y los suyos: acá, la España sagrada y allá, la Serbia Celeste; en un caso invasores árabes y en otro turcos; derrota del Guadalete y del campo de los Mirlos; rey don Rodrigo y príncipe Lazar; traidor don Julián y yerno del desdichado príncipe; romancero y pesme… Para los portavoces de dicho relato, la moral y el pensamiento nacionales son producto en ambos casos de una tradición ancestral y determinan de forma imperativa la conducta gloriosa y unánime del pueblo entero. Lo que, a pesar de ser tomados como material científico por muchos historiadores de renombre, para cualquier observador neutral le hace sospechar de que tienen más de leyenda que de historia.

El otro artículo del que quiero hacer referencia es el titulado “El caldo de cultivo del fanatismo”, en el que analiza el origen del wahabismo, su evolución histórica, socio-cultural y económica y los difíciles equilibrios en los que se ve envuelto entre su rigorismo y algunos de los movimientos que han surgido de él de una extremada e incontrolada violencia, y la cercanía a los poderes económicos del mundo occidental con los que quiere estar bien. Su mirada neutral y no islamofóbica, pero sí preocupada por un tipo de Islam que no comprende, puede servirnos también a los musulmanes para entender mejor nuestros propios problemas en el mundo actual. Y cerraré mi artículo con las palabras con las que Goytisolo cierra este último suyo que menciono, a propósito de una invitación que le hicieron para dar una charla sobre cultura islámica en Riad a la que no se decidió a ir: en un país en donde Ibn Rush (Averroes) está prohibido por ser racionalista, Ibn Arabi por místico y Las mil y una noches por “licenciosa”, me dije para mis adentros, ¿de qué clase de cultura estarían hablando?

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