Unas palabras en honor de un Gran Maestro

Sheij Abdelkabir, que Allah lo tenga en su misericordia, dejó esta vida para encontrarse con su Señor el pasado Yumu’a, 2 de marzo, debido al avance de la enfermedad que padecía desde hacía tiempo, en el hospital donde se encontraba ingresado en Rabat.

Desde que comencé mis estudios en Fez, mi relación con el Sheij fue cada vez más estrecha. Su natural simpatía, la alegría que emanaba de él, su gran amor a los demás, la gran cantidad de conocimiento que albergaba en su interior y su enorme generosidad fueron motivos para que mi amor por su persona fuese en incremento.

Mis visitas a su casa, aunque fugaces, acababan fascinándome, pues nuestro querido Sheij siempre que enseñaba algo lo hacía con una sonrisa enorme y con un montón de gestos que daban vida a sus explicaciones, y no me quedaba más remedio que planear, aun antes de partir, cuándo podría volver a saborear su dulzura.

Me encontraba en Tánger, en un congreso sobre el Fiqh Máliki en Marruecos y Al-Ándalus, cuando me llegó la noticia por medio de de Bashir Castiñeira, a quien yo acompañaba en estas conferencias, de que Sheij Abdelkabir había fallecido. Decidí entonces que debía viajar a Casablanca, al menos para estar presente en la cena en honor del Sheij que esa noche se celebraba, porque al entierro no me daba tiempo. Cuando llegué, la casa del Sheij estaba llena de familiares y cercanos, dolidos por la pérdida; sus apenados rostros y sus llorosos ojos daban fe de ello. Entre los hombres que se encontraban allí aquella noche pude reconocer, además de los familiares, fuqará de la tariqah que habían llegado de la zawiya de Meknès y altas personalidades  de la ciudad, que, aunque tan diferentes unos de otros a nuestros ojos, les unía la misma causa: la pérdida de un gran Maestro. Pero ¿cómo deberíamos considerar este suceso?, ¿una pena o una alegría? Desde mi punto de vista, para nosotros, significa la pérdida de una persona inigualable, llena de sabiduría, cortesía, simpatía y paciencia; cualidades que, unidas en una misma persona,  hacían de él un alim único en su don. En cambio, para nuestro querido Sheij, es el cumplimiento de la promesa que a todos se nos ha hecho, y el anhelo de la recompensa que Allah tiene reservada para Sus awliya’.

La última vez que tuve el honor de visitarlo, hizo mucho hincapié en el estudio de la lengua árabe como herramienta básica para el entendimiento de las ciencias del Din. Nos explicó −habíamos viajado un grupo− el significado de la primeras aleyas del Surat Ar-Rahman, en las que Allah dice, exaltado sea: »El Misericordioso, ha enseñado el Corán. Ha creado al hombre, le ha enseñado la clarividencia». Decía el Sheij, en relación a esta aleya, que Allah había depositado el Corán en todas la almas que había creado antes de darles vida y hacerlas hombres. Cuando los creó como hombres, les enseñó a hablar. El Sheij interpretaba que este habla se refiere a la lengua árabe, con la que se puede extraer la esencia del Corán que anteriormente les había sido otorgada a todas las almas.

Le pregunté en este último viaje −teníamos muy cercana aún la historia que Sheij Abdelqadir As-Sufi narra en El Libro de los Extraños− cómo había conocido a Sheij Muhammad Ibn Al-Habib. Nos sorprendió que su relato fuese tan parecido a lo contado en el libro. Y es que realmente fue Sheij Muhammad Ibn Al-Habib quien lo encontró a él, y no al contrario.

 

Quisiera aprovechar esta ocasión para agradecer a la familia de Sheij Abdelkabir la hospitalidad con la que siempre nos han recibido, y recordarles la aleya en la que Allah dice: »Y da las buenas nuevas a los pacientes, aquellos que cuando una desgracia les sobreviene dicen: ‘Realmente somos de Allah y a Él hemos de Volver’».

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