Aceptémoslo de una vez; estamos en medio de una marea creciente de profundos cambios que trastocarán gradual aunque radicalmente, en las próximas dos o tres décadas, los cimientos de unas decadentes y maltrechas sociedades estatal-nacionales, terminalmente extenuadas tanto por el histérico consumismo de masas y el individualismo extremo, como por el degradante aburguesamiento de las grandes urbes; unas sociedades que están cada vez más globalizadas, ergo crecientemente desarraigadas/disgregadas económica, étnica y culturalmente, y que como colofón son víctimas del colapso progresivo del modelo sociocultural, económico, ecológico, laboral y geopolítico en el cual el sistema capitalista se viene manifestando desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, empezando por el creciente descrédito tanto de la democracia parlamentaria como de los distintos patriotismos/nacionalismos, ya sean éstos constitucionales, federalistas, liberal-conservadores o totalitarios. Era inevitable; las sociedades y los modelos económicos son cambiantes, así como lo son casi todos los grupos humanos, ya sean éstos lingüístico-culturales, étnicos, nacionales o tribales, debido a que la interconexión de innumerables causas y efectos que se suceden y se multiplican a lo largo de los siglos, afectan y metamorfosean decisivamente a las sociedades humanas y a la percepción que dichas sociedades tienen de su entorno. A lo sumo, la época en que vivimos nos ofrece una perspectiva de futuro, en especial a los más jóvenes, ciertamente dramática y en extremo desesperanzadora en lo que respecta tanto a la posibilidad de hallar un empleo estable y a tiempo completo, al amparo de un modelo laboral y económico cada vez más cercano a su desaparición, como en consecuencia a la posibilidad de poder disfrutar de una libertad vital, que hasta hace poco estaba garantizada por la adquisición de propiedad privada en el marco del trabajo asalariado y de una serie de derechos ciudadanos dentro del estado-nación democrático. En consecuencia, del mismo modo en que, a partir de mediados del siglo pasado, el consumismo de masas y el colapso de la espiritualidad y sistema de valores tradicionales de Occidente -espiritualidad y sistema de valores que, por lo demás, ya venían siendo socavados desde tiempos del humanismo renacentista, la Reforma protestante, y la Contra-Reforma católica, entre los siglos XV y XVII- llevaron a la propagación masiva de la incredulidad total, entre la mayoría de población, en los referentes religiosos, culturales, ideológicos e institucionales de nuestros bisabuelos y abuelos, en pos todo ello de la ‘buena nueva’ que significaron entonces la democracia parlamentaria y burguesa, el estado del bienestar consumista, y el continuo crecimiento económico; a día de hoy, con una clase política en no pocos casos corrupta e incompetente, y con la cada vez más ‘vox populi’ realidad según la cual los cargos electos tienen cada vez menos poder real de decisión, una parte inexorablemente creciente de la población -exceptuando a aquellos/as que, ya sea por fanatismo o por mera inercia psicoemocional, siguen yendo religiosamente a votar en todas las elecciones que se celebren o incluso militen en algún partido político- empieza a experimentar un enorme cansancio respecto a toda una situación de tensión social a cuenta de la pugna entre facciones de poder político-económico, que lleva a una creciente parte de esa población (lo que se conoce como la ‘mayoría silenciosa’) a centrarse en sus cada vez más preocupantes problemas vitales -si se podrá llegar a fin de mes, si se podrá pagar el alquiler, si se podrá o no encontrar empleo, si un padre o madre divorciado/a podrá pagar la quimioterapia de su hija, etc.-, a ignorar completamente las trivialidades de los deportes de masas y a las distintas mafias corporativas que se enriquecen con dichos espectáculos, y por supuesto a tender evitar siquiera escuchar hablar sobre las mil y una cuitas sobre las que debaten unos medios de comunicación cuya propaganda y programación, a lo sumo, tienden a ser ignoradas por un también creciente número de la población de a pie. Es por lo tanto inexorable que una situación de desengaño tal, propicie la adecuada aceleración del colapso terminal de un modelo geopolítico, cultural, social y económico que ya no da más de sí. Así pues, aquellos/as que nos preocupamos por informarnos de la situación de nuestras respectivas sociedades, inevitablemente nos preguntamos: ¿Cómo prepararnos para sobrevivir a los cambios que se avecinan?
Ciertamente, tal pregunta se puede responder desde muy distintas perspectivas ideológico-culturales, así como por supuesto desde los innumerables puntos de vista personales de cada uno; pero lo que realmente interesa en el presente artículo, es hacer un pequeño boceto de lo que, a medio-largo plazo, pudiera dar lugar a un plan de reflexión, concienciación, coordinación y preparación de un proyecto de construcción social-cultural, espiritual, y de fuerte cohesión como comunidad, para nosotros/as, es decir, para la creciente población musulmana peninsular. Lo que pretendo aquí y en lo que se refiere a tan ambicioso proyecto, es ofrecer mi punto de vista y mi opinión, basándome en especial en el modelo tradicional islámico andalusí y mudéjar medievales; ofrecer pues mi perspectiva respecto a como cohesionar nuestra comunidad islámica de manera autónoma y en todos los campos (espiritual, cultural, social, económico, etc.), trascendiendo por supuesto las barreras que suponen las diferentes perspectivas ideológicas de entrada, así como el origen racial, étnico, lingüístico-cultural, y geográfico, y las diferencias de clase social. Considero necesario también que se debe preparar un adecuado marco de convivencia para con el resto de la sociedad no-musulmana, que rehuya tanto la ‘guetización’ como la asimilación forzosa de nuestros hermanos y hermanas en la sociedad mayoritaria. Por todo ello urge que pensemos como musulmanes en primer lugar, y en segundo lugar como habitantes de ésta península -especialmente en lo que se refiere al estado nacional español, incluyendo a todas y cada de sus regiones autónomas; pero también al estado nacional portugués, si bien la presencia de musulmanes allí es, por el momento, mucho menor- en convivencia pacífica y respetuosa con el resto de la población, independientemente de su religión, ideología, creencias, procedencia geográfica, etnia, raza, lengua, cultura y clase social. Una vez podamos lograr todos los musulmanes de la península ibérica pensar como una comunidad cohesionada sin tener en cuenta si somos de origen no-musulmán o musulmán, o cual sea nuestro color de piel, lengua vernácula, lugar de origen o clase social, entonces podremos pasar al segundo paso, es decir, construir una comunidad que nos cohesione como grupo y que nos permita sobrevivir de manera autónoma en los campos identitario, cultural, social y económico, para poder al mismo tiempo coexistir con naturalidad y en paz con el resto de la población, sin mutuos deseos de imposición, ni recelos, ni mutuo rechazo alguno.
Para lograr todo ello, considero que el modelo de las comunidades o aljamas (del árabe clásico al-ŷāma’aʻ; ‘ayuntamiento’ o ‘reunión de gente’) mudéjares, compuestas éstas en el medioevo por aquellos musulmanes andalusíes o mudéjares (del árabe andalusí مدجّن, transcrito como mudaŷŷan; ‘aquel a quien se ha permitido quedarse’) que permanecían en sus ciudades y campos tras la conquista cristiana de Al-Ándalus; puede y debe ser el principal referente para nuestra organización como comunidad cohesionada, recordando las palabras del Segundo Califa Rectamente Guiado, ‘Umar ibn al-Jaṭṭāb (Raḍiya’llāhu ‘anhu): “En verdad, no hay Islām a no ser que haya ŷāma’aʻ; y no hay ŷāma’aʻ a no ser que haya Amīr (emir; comandante [de la comunidad de creyentes o ŷāma’aʻ]); y no hay Amīr a no ser que sea con (la) obediencia (debida a él)…” (Narrado por el Imam Ibn ‘Abdi’l-Barr en “Ŷāmi’ Bayān Al-‘Ilm”, 1/63)
Así pues, al tiempo que nos conformamos en aljamas o comunidades autónomas (no confundir con las regiones del sistema estatal-nacional autonómico español), debemos prestar atención a cómo poder desarrollar dichas aljamas económica, social y culturalmente, para poder subsistir de manera autónoma en todos los aspectos. Una aljama mudéjar medieval se componía de un barrio, llamado en esa época ‘morería’ -en el cual a los musulmanes se nos permitía habitar en comunidad; si bien en los primeros tiempos, algo posteriores a la conquista cristiana de Al-Ándalus, habitar en las llamadas morerías no implicaba que no hubiera musulmanes habitando fuera de dichos barrios, mezclados con el resto de la población-, éste barrio disponía a su vez de una mezquita (quedan todavía hoy mezquitas mudéjares en pie; tales como la de Tórtoles en Tarazona, Aragón) con una madraza o escuela coránica adjunta (no confundir en absoluto con la nefasta imagen que el radicalismo wahabí da de las madrazas, en lugares como Pakistán; sino madrazas basadas en modelos como el argelino tradicional, previo a la conquista colonial francesa), baños públicos (حمام, romanizado como ḥammām), carnicería ḥalāl, zoco o mercado, horno, y cementerio islámico o maqbara, situado éste último a las afueras del recinto urbano. Asimismo, debemos dotar a nuestras aljamas de alfaquíes (del árabe الفقيه, romanizado como al-faqīh, pl. فقهاء, fuqahā) o ulemas, expertos en Fiqh (‘Derecho Islámico’) por antonomasia, y pertenecientes preferentemente a la escuela jurídica o maḏhab malikí, que es la tradicional de la península ibérica, así como también, preferentemente, al credo (‘aqīda) ‘Aš’arī Sanūssī; alcadíes (del árabe قاضي, qāḍī o juez islámico); muftíes (del árabe مفتي, muftī o jurisconsulto; único oficial encargado en la aljama de emitir veredictos religiosos vinculantes o fetuas [una vez más, no confundir en absoluto con la nefasta imagen que de ellas da el terrorismo takfirí]); y jeques sufíes (encargados de la enseñanza y transmisión del Taṣawwuf). Éste cuerpo de élite propia nos permitiría a los musulmanes peninsulares unificar el criterio de enseñanza islámica para nuestros hijos e hijas, así como para los nuevos miembros de la comunidad, de acuerdo a la tradición, además de evitar desviaciones ideológicas que rompan tanto la cohesión de la comunidad, como su convivencia interna y con el resto de la sociedad. De éste modo, asimismo, se podría aplicar la ley islámica o Sharī’ah de manera consensuada con las autoridades de los territorios donde los musulmanes vivamos, sin que ello afecte a nuestra convivencia interna o con el resto de la sociedad no-musulmana, y naturalmente aplicándose la Sharī’ah en las aljamas de manera adaptada a los derechos humanos comúnmente establecidos en la actualidad; conservando, no obstante, nuestro statu quo de comunidad diferenciada y semi-autónoma, regida por reglas específicas en todos los ámbitos (político, jurídico, fiscal, religioso, etc.).
En el ámbito del trabajo, debemos establecer gremios laborales autónomos en nuestras comunidades, basados éstos en los distintos oficios, y que por supuesto sean totalmente libres e independientes del sistema corporativo-empresarial; excluyendo completamente, en consecuencia, tanto la masificación/mecanización de la producción (grandes talleres, fábricas) como la venta en grandes superficies (cadenas de supermercados, grandes almacenes), y rehabilitándose asimismo la relación tradicional, cualitativa y no-mecanizada de maestro/aprendiz, para que ésta substituya a una deshumanizada y totalmente colapsada relación de empresario/empleado asalariado. A lo sumo, los oficios y ocupaciones de cada persona deben basarse en sus aptitudes y adecuarse a sus roles sociales y situación personal; las madres deben recuperar su papel de madres y amas de casa, cuidando de los miembros más ancianos de la familia así como de aquellos/as que sufran algún tipo de discapacidad, y educando a sus hijos e hijas en tierna infancia, proporcionándoles todo el amor y calor que éstos necesitan en sus primeros años de vida, ello al tiempo que los maridos/padres trabajan en el taller familiar (adjunto a la vivienda, la cual debiera ser unifamiliar y concebida con sencillez en su papel tradicional) o en el campo, de modo que cuando los niños/as crezcan, puedan aprender el oficio familiar (exceptuando a aquellas jóvenes que puedan encontrar un buen marido con el que formar una nueva familia), y en caso de no ser aptos para el mismo, aprender otro oficio que se adecúe a sus aptitudes. Los productos resultantes tanto del trabajo en el campo como del trabajo en cada taller se comercializarían (pequeño comercio) en el zoco o mercado del barrio; tanto los mercados como los talleres serían inspeccionados por almotacenes (del árabe andalusí al-muḥtasāb), quienes operarían a las ordenes de sus superiores en rango, los zabazoques (del árabe ṣāḥib as-sūq), con tal de hacer cumplir la Sharī’ah en dichos establecimientos, especialmente en lo que se refiere a pesos y medidas.
En cuanto a la ocupación, debemos organizarnos en distintas castas ocupacionales, ya sea por nacimiento o por aptitudes demostradas por cada uno/a al llegar a la pubertad; dichas castas serían: la de los alfaquíes, alcadíes, muftíes, morabitos/jeques sufíes y zabazalas (del árabe ṣāḥibu’ṣ-ṣalāh, ‘jefe de la oración’; i.e., imanes de las mezquitas); la de los almotacenes, zabazoques, alamines (funcionarios de la ŷāma’aʻ encargados de verificar pesos y medidas) y escribas de la aljama; la de los artesanos y comerciantes; y finalmente la de los labriegos y campesinos. En lo que respecta concretamente a la artesanía, debieran nuestros artesanos recuperar la arquitectura, técnicas (taracea, fabricación de azulejos, cerámica, etc.), y en definitiva, el arte mudéjar e hispano-musulmán medieval para encauzar su trabajo de acuerdo a nuestra rica tradición; de acuerdo a dicho arte debiéramos pues construir nuestros edificios, mezquitas, etc.
Se deben disponer también de fundaciones piadosas o habices/awqāf (sing.waqf), financiados éstos a través de la limosna y la caridad (sadaqah) por parte de los miembros y familias/hogares de la comunidad; para que cubran necesidades tales como la financiación de hospitales, comedores para pobres, albergues, mantenimiento de mezquitas, tratamientos médicos y psiquiátricos, etc. Así como de los terrenos en los cuales se deban construir dichos hospitales, albergues, bibliotecas, etc.
Por supuesto, el zakāh o azaque (depositado en el بيت المال, Bayt al-mal ; i.e., ‘casa del tesoro’) sería la base de la fiscalidad de nuestras aljamas, en una economía totalmente independiente de las entidades bancarias/usurarias. La cantidad cobrada en calidad de azaque a cada musulmán, ya sea cabeza de familia o no, lo sería de acuerdo a la cantidad de ingresos y patrimonio disponibles per cápita. En cuanto a la divisa, base primordial para la actividad económica y comercial de nuestras comunidades, debe ser establecida obedeciendo las prescripciones del Fiqh malikí, excluyendo pues cualquier posibilidad de práctica usuraria (en árabe, riba), intromisión de entidad bancaria alguna, o especulación. Así pues, tomando como modelo la divisa más común en el Occidente Islámico medieval, debemos fabricar dinares y dirhams en base a los patrones oro y plata, combinando asimismo el uso de dicha divisa con el trueque de bienes y mercancías. Debemos prescindir pues del papel moneda y de contratar servicio alguno en empresas aseguradoras, además de prohibir terminantemente el establecimiento de casas de apuestas y azar, prostíbulos, sucursales bancarias, y en definitiva de todo tugurio que implique en lo más mínimo aquello que sea haram (‘prohibido’), en el seno de nuestras comunidades.
En el medio rural, aprovechando el despoblamiento masivo de aldeas y alquerías a lo largo y ancho del territorio español -ello claramente causado tanto por la emigración de la juventud a las ciudades y/o a países extranjeros, como sobretodo por el cambio demográfico brutal que sufre España (la cual está a la cabeza de Europa en dicho cambio); debido ello a su vez tanto a la caída libre del índice de natalidad español autóctono, como al inexorable crecimiento del número de ancianos, y en consecuencia a la gradual sustitución demográfica acelerada por la progresiva llegada de población extranjera, así como colofón al elevadísimo índice de natalidad de ésta última, especialmente en lo que respecta a las poblaciones magrebí y subsahariana-, los musulmanes debiéramos ver en ello, en el plazo de éstas próximas dos o tres décadas, una gran oportunidad para tomar la iniciativa en cuanto a poder repoblar dichas aldeas y alquerías abandonadas, estableciendo allí aljamas campesinas semi-autónomas (al tiempo que fomentamos el deshacinamiento de las ciudades); las aljamas urbanas deben servir de referente y de polo de atracción cultural, religioso y económico de esas comunidades campesinas basadas en alquerías y aldeas rurales, estableciendo un flujo mutuo de mercancías, conocimientos y población que beneficie a nuestras comunidades islámicas, ya sean éstas rurales o urbanas. Se debe asimismo promover, en el medio rural, tanto una desmecanización parcial como una desmasificación productiva, así como un desmantelamiento de la parcelación del terreno cultivable -ello, por supuesto, en vistas a lograr un reparto de tierras equitativo, y evitar así cualquier pretensión, por parte de nadie, de acumulación ilegal de tierras, ergo de beneficio privado-; con tal de poder así proporcionar a cada alquería y aldea campesinas de medios y terrenos suficientes, para que las familias de labriegos y campesinos que las habiten puedan subsistir dignamente mediante el cultivo de la tierra, la cría de animales, y la comercialización, en los zocos urbanos, de los productos obtenidos tanto de sus cosechas como de la ganadería. Para realizar el azalá (del árabe, صلاة, Ṣalāt, pl. Ṣalawāt, صلوة; oración colectiva realizada cinco veces al día) colectivo (en árabe, جمعة, ŷāma’aʻ), si no pueden disponer de mezquita, los aldeanos y habitantes de las alquerías deben disponer de un terreno a las afueras de sus aldeas y alquerías, en calidad de musallā (oratorio al aire libre), para poder realizar el azalá colectivo.
Debemos tener en cuenta también un importantísimo objetivo: nuestra cohesión cultural y nuestra identidad común como musulmanes en la península ibérica. Nosotros debemos concienciarnos de que somos ante todo musulmanes, y luego de que vivimos en la península ibérica, independientemente de nuestros orígenes étnicos, estatal-nacionales, culturales, lingüísticos, religiosos (en el caso de aquellos que somos de origen no-musulmán), raciales, de clase social, etc. Debemos asimismo distanciarnos completamente de las ideologías imperantes, especialmente las de carácter nacionalista, regionalista y patriótico, ya sean el nacionalismo español y su panhispanismo, o sean los regionalismos y nacionalismos periféricos catalán, valenciano, pancatalanista, blavero-valenciano, vasco-navarro, gallego, andaluz, aragonés o castellano, o entre la población de origen inmigrante, el nacionalismo rifeño, marroquí, senegalés, argelino, kabileño, panberéber, panafricano, panárabe, etc. Así como también alejarnos al máximo de ideologías subversivas y disgregadoras, empezando por la falsa dicotomía izquierda/derecha, y siguiendo por el globalismo, el nazismo/fascismo, el comunismo, el socialismo, el constitucionalismo, el tradicionalismo ecuménico (i.e., no-musulmán), el perennialismo, el laicismo-secularismo, el conservadurismo, el liberalismo y el feminismo. Si queremos avanzar hacia la cohesión de nuestra comunidad islámica, debemos concretamente olvidarnos de todo tipo de chovinismos y nacionalismos, ya sean éstos cívicos, étnicos, regionalistas, estatal-nacionales, patriótico-constitucionalistas, transnacionales, lingüístico-culturales, transregionalistas, transcontinentales, localistas o del cariz que sean; debemos construir una identidad comunitaria unitaria en su esencia, basada en una lengua común (lingua franca), litúrgica, vehicular en la enseñanza en las madrazas, y de prestigio cultural: el árabe clásico (en árabe ٱلْعَرَبِيَّةُ ٱلْفُصْحَىٰ, al-ʿarabīyah al-fuṣḥā) y su grafía, preferentemente la escritura andalusí-magrebí. Asimismo, sería preferible fomentar el aprendizaje y el uso del árabe dialectal (ʿāmmiyya) andalusí, hoy por hoy una lengua extinta, en el seno de nuestras comunidades como lengua vernácula, al tiempo que respetando el uso del resto de lenguas vernáculas, tales como el español, el catalán, el valenciano, el vascuence, el gallego, el aragonés, el astur-leonés, el portugués, el árabe darija magrebí, el tamaziɣt, el wolof, el fula, etc.
No debemos caer tampoco ni en el localismo y regionalismo cainítas, que bajo el disfraz de la ideología que fuere (tradicionalismo vs. liberalismo, centralismo vs. regionalismo, izquierda vs. derecha, etc.), está irreversiblemente destruyendo a los españoles (incluyendo por supuesto a vascos y catalanes) como pueblo, ni tampoco en la avaricia de los habitantes de una ciudad, aldea, alquería o zona geográfica del territorio peninsular de resaltarse a si mismos en importancia sobre los demás (tal y como, por ejemplo, han hecho las oligarquías castellano-madrileñas, catalanas y vasco-navarras durante siglos); no debemos caer en ese cainísmo avaro y autodestructivo que está destruyendo al estado-nación español y a sus regiones, sino que debemos ser conscientes de que todos somos musulmanes independientemente de donde vivamos, que toda la tierra es únicamente de Allāh (Subḥānahu wa Ta’ālā), y que somos absolutamente interdependientes entre todos nosotros: solo el ‘Adl (‘Justicia’) alcoránico puede garantizar que trabajemos y nos esforcemos todos en funcionar como partes de un solo cuerpo, recordemos pues el hadiz recogido por Al-Bujari y Muslim en sus Sahih, en el cual Sidna Muhammad Rasūlullāh (Ṣallā Allāhu ‘alayhi wa-sallam) nos advierte: “El ejemplo de los creyentes en su amor mutuo, misericordia y colaboración es como el cuerpo humano: si se duele de un órgano, se resiente el resto del cuerpo por la fiebre y el insomnio.” Así pues, nuestra organización en múltiples aljamas debe ser libre, interdependiente y colaborativa; debe ser pues descentralizada en su administración y gestión, pero se debe seguir un único criterio a la hora de obedecer la Sharī’ah y aplicarla en todos los aspectos. Como colofón, debiéramos fomentar el uso, entre nuestros hermanos y hermanas, de nuestra propia indumentaria, empezando por la almalafa andalusí (para las mujeres) y el turbante (para los hombres).
Finalmente, nuestro sistema de elección para los cargos y el funcionariado no puede (ni debe) ser la democracia, basada ésta en la demagogia de las propagandas electorales y en los caprichos del ego de cada votante; únicamente la sabiduría, debate sereno, y mutua consulta (en árabe شورى, šūrā) entre los šuyūḫ (شيوخ, sing. شيخ, šayḫ; literalmente en árabe, ‘ancianos’, es decir, los dignatarios y sabios islámicos de la aljama), tal y como ello se hacía en el medioevo en las aljamas islámicas andalusíes y mudéjares, puede resultar finalmente en la elección, por mérito y sabiduría, de aquellos que han de ostentar cada cargo de oficialidad en una ŷāma’aʻ.
Todo ello no son más que ejemplos resumidos de épocas pasadas, en donde los musulmanes hispánicos (i.e., peninsulares), debemos buscar un referente primordial a la hora de pensar en nuestro futuro y en el de nuestros hijos e hijas.
Ciertamente, éstos no son objetivos que puedan fijarse de hoy para mañana, y mucho menos que sean fáciles de lograr, ya que evidentemente hay que tener en cuenta la situación general de nuestro entorno, el grado de fuerza del poder político y económico vigente, a la hora de negociar satisfactoriamente una situación propicia para alcanzar tales objetivos, así como otro tipo de obstáculos; pero solo el hecho de que los musulmanes hispánicos podamos tener voluntad de unirnos, para ir en una dirección como la planteada en éste artículo, sería un gran avance que podría preconizar el que podamos alcanzar, a medio-largo plazo, los objetivos que sigan.
ٱلْحَمْدُ لِلَّٰهِ
لَا حَوْلَ وَلَا قُوَّةَ إِلَّا بِٱللَّٰهِ ٱلْعَلِيِّ ٱلْعَظِيمِ