Nos encontramos con una insólita situación con el Gobierno de nuestro país. Las elecciones generales de diciembre del pasado año nos han dejado un panorama curioso y que merece una reflexión.
Ha habido una disgregación tan grande del voto que hace bastante complicado pactos de gobiernos naturales, es decir, los de izquierdas o los de derechas, y hasta es de extrema dificultad el apoyo de pactos tan, a priori antinaturales, como el que protagonizan PSOE y Ciudadanos.
Y así nos encontramos en una situación de desgobierno que arranca en el mes de junio de 2015, con el inicio de la época estival, la convocatoria de las elecciones en el mes de septiembre y, a partir de ahí, la campaña electoral extraoficial y la oficial, que concluyó el pasado 21 de diciembre con la celebración de las elecciones. Desde ese día, dimes y diretes, reuniones, pactos, declaraciones, desplantes y todo tipo de gestos del circo de la política que se han sucedido sin ninguna solución en el establecimiento de un Gobierno.
Pues bien, este es el juego de la democracia y sus consecuencias. Miles de millones gastados en campañas electorales, el mantenimiento de una clase política incapaz de ocuparse de las necesidades del ciudadano y una parálisis administrativa que impide que las iniciativas, los proyectos, las inversiones y, en definitiva, toda actividad productiva que genera riqueza y da vida a una sociedad se desarrolle de forma fluida. Cientos de pequeñas empresas cerrando cada día y miles de personas en paro o con trabajos precarios mientras las grandes corporaciones se lamentan porque, en algún caso, sus beneficios se han reducido un pequeño porcentaje. El escenario es claro, los pobres cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos.
Si nos remitimos a la etimología del término “democracia” en lo que viene a ser el poder del pueblo, está bastante claro que ha perdido su valor como tal. El pueblo se ha convertido en masas obedientes que aceptan de forma sumisa las decisiones de una clase política, plagada de corrupción. ¿Dónde se encuentran los revolucionarios?, ¿dónde está la alternativa?.
La respuesta más aproximada a estas dos cuestiones fue la aparición del movimiento 15M, con un espectacular desarrollo y participación en numerosas ciudades. Este movimiento, en líneas generales, derivó en lo que hoy configura el partido Podemos y todos sus afiliados. Son los que se autodenominan “democracia real”.
Los musulmanes no somos ajenos a esta situación. Formamos parte de esta sociedad y estamos obligados a ser participes de esta coyuntura. Son muchas las ocasiones donde hemos hablado de las épocas donde un gobierno musulmán ha estado establecido. Hemos definido sus bondades y su buen hacer en lo que se refiere a la organización social, a la justicia, a la equidad, a la protección de los más necesitados y a todos y cada uno de los elementos que configuran el gobierno en una sociedad.
Sin duda, tengo el convencimiento de poder recuperar este tipo de gestión, y para ello la comunidad musulmana tiene que ser fiel a su pacto. El pacto que nos define es el pacto con Allah, el compromiso con las enseñanzas reveladas en el sagrado Corán y la práctica de nuestro amado Profeta Muhámmad, saws.
No debemos olvidar lo que somos y para lo que Allah nos ha puesto en esta situación. Tenemos una enorme responsabilidad y estamos llamados a aportar luz en la niebla social que estamos viviendo. Debemos participar activamente en todos los aspectos sociales desde nuestra visión como musulmanes, desde el conocimiento que nos ha sido revelado y elevando con orgullo la bandera del Islam.