Musulmanes españoles visitan Moscú

Muhammad Farid Bermejo

Granada

Musulmanes en Moscú hacen el salat en la calle

A finales de Enero del presente año, una delegación de la Comunidad Islámica en España fue invitada por un grupo de musulmanes rusos que habían aceptado Islam hace unos pocos años. Formado en gran parte por profesionales de estudios superiores, abogados e ingenieros, este grupo había entrado en el Islam bajo la influencia del movimiento Salafi. Al darse cuenta de las carencias de este grupo, buscaron en los cuatro madhhabs la transmisión más pura del Din llegando a la conclusión de que el madhhab de Imam Malik era el que más satisfacía su búsqueda.

La razón de la influencia del movimiento Salafi entre los rusos que desean entrar en el Islam se debe, en gran medida, a la “etnicidad” a la que, en muchas ocasiones, reducen al Din los musulmanes. La enorme mayoría de musulmanes de Rusia procede de los “Tanatos” (Uzbekistán, Tayikistán, Kirguistán, Kazajistán, etc…), países cuya población era musulmana y donde, con la Revolución Soviética y su célebre declaración de que la ‘Religión es el opio de los pueblos’, se persiguió el Islam de forma despiadada, además de introducir el vodka como bebida nacional. La aparición de ‘nuevos conversos’ de origen ruso no es del todo comprendida por la razón mencionada y son contemplados como algo extraño e incluso ajenos a sus yama’as.

No obstante, y sin con ello menospreciar a este excelente grupo de musulmanes rusos cuya sofisticación intelectual les hacía tener una visión política e histórica, además de una elevada himma por Allah y Su Mensajero, dignas de todo encomio, el momento más emotivo de la visita fue cuando decidimos ir al Yumu’a a la Mezquita Central de Moscú, ciudad con cuatro millones de musulmanes. Situada en pleno centro de la ciudad y en obras para su expansión, la Mezquita estaba llena a rebosar, habiendo gente que tuvo que rezar en las calles vecinas con cuatro grados bajo cero. Al habernos dicho que, si queríamos tener sitio en el interior de la Mezquita, fuéramos dos horas antes del Jutba, pudimos comprobar la gran cantidad de jóvenes presentes en la misma y la absoluta corrección con la que se desarrolló todo el acontecimiento conforme al fiqh del madhhab Hanafi.

Hablando de ‘la religión como opio de los pueblos’ no pudimos reprimir la curiosidad por ver la pirámide truncada en la que, en plena Plaza Roja de Moscú, está la momia del Faraón soviético, Míster Lenin. Decir míster no es en realidad una incorrección si tenemos en cuenta que, durante nuestra visita y en la famosa Plaza Roja, estaba instalada una pista de patinaje sobre hielo flanqueada por un café al más puro estilo Starbucks americano; por la noche y enmarcadas por luces de neón de todos los colores, unas jovencitas minifalderas arrullaban con sus canciones la tumba del faraón y la necrópolis donde están enterrados, al pié de las murallas del Kremlin, la cohorte de magos soviéticos desde 1914 hasta 1976. La letra de la canción que nos tocó escuchar la primera noche en la que visitamos el lugar era: “New York, New York, I love you, I love you”.

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La visión de un Moscú empobrecido y devastado por el alcoholismo es pura fantasía. Ni siquiera en los subterráneos de acceso al Metro, cuya temperatura es caribeña, pudimos contemplar la escena que nos esperaba ya de regreso en la Granada donde vivimos. El domingo a las doce de la mañana y en plena Gran Vía, acampados en el hall que da acceso a La Caixa donde están los cajeros automáticos, una tribu de ciudadanos de la decrépita Europa con sus perros, fardos y bricks de Don Simón, nos hacía pensar que es muy posible que el futuro esté en Siberia.

 

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