A raíz del artículo “Pseudociencia y periodistas homicidas” publicado en La Tribuna del País Vasco por Manuel Molares tuve que buscar los términos “magufos” y “magonios”. Ya los había escuchado en foros y redes intuyendo su significado por el contexto, pero me faltaba contrastarlo.
A pesar de ser palabras inventadas por los escépticos de las pseudociencias para referirse a los practicantes, divulgadores y, por extensión, adeptos o clientes de las mismas, son aun poco conocidas y usadas. El término “magufo” es recogido por la Wikipedia en febrero de 2007. Lo describía así: “Se llama magufos, por ejemplo, a los astrólogos, ufólogos, homeópatas y a los practicantes de pseudociencias en general; también se refiere de esa manera a personas que se atribuyen poderes sobrenaturales como los psíquicos y otros supuestos dotados; de manera semejante el término magufo se hace extensivo a ciertos periodistas especializados en lo esotérico y lo paranormal que fungen de tales sin cuestionar si el objeto de su especialización existe realmente más allá del mundo de las creencias. La palabra es el resultado de una combinación de mago y ufólogo. Fue acuñada en 1997 en la lista de correo Escépticos por Xoan M. Carreira y pronto ganó aceptación entre la comunidad escéptica de habla hispana.” Ahora la palabra sólo se encuentra en el Wiktionary y la describe de este modo:
1. “Que promueve o comercia con fenómenos paranormales o pseudocientíficos tales como la ufología, la magia, la telepatía, etc. o creyente de los mismos.”
2. “Que pretende ser científico sin serlo.”
Propone como sinónimos: engañabobos, charlatanes e iluminados.
Magonia, según relata el mismo Wiktionary, “es una ciudad legendaria del folclore medieval. Según se decía, este lugar se alzaba entre las nubes y era el hogar de feroces marineros aéreos.” También es el nombre de un blog de escépticos que se define como “una ventana crítica al mundo del misterio”.
Lo cierto es que muchas personas que conozco entrarían en la definición de magufos o magonios. Incluidos algunos científicos, políticos, profesores universitarios y periodistas que presumen de ser escépticos.
El asunto no es baladí ya que como hemos visto recientemente en el caso de la difteria en un niño no vacunado por cuestiones ideológicas puede tener consecuencias no sólo para los implicados directamente en el debate.
Es totalmente cierto que se ha abusado hasta la saciedad de los “misterios” que encierra el mundo de las pseudociencias. Especialmente para vaciar los bolsillos de crédulos y de personas que necesitan desesperadamente una esperanza que la ciencia ortodoxa no les da. Recomiendo una excelente película “Magic in the moonlight”(“Magia a la luz de la luna”) de Woody Allen, que aborda el tema de lo paranomal y de la magia de un modo crítico, pero no exento de ironía y humor.
Es un principio propio de la ciencia estar abierta al cuestionamiento permanente del conocimiento presente dado que ningún conocimiento científico es definitivo e inmutable, como la historia de la ciencia ha demostrado en infinidad de ocasiones.
“Imposible” es una palabra que un científico debería desterrar y sustituir por “improbable”. La palabra “improbable” puede hacer referencia a la falta de pruebas o también a la poca probabilidad de que algo pueda suceder. Es improbable que logremos viajar en el tiempo o que podamos alargar nuestra vida hasta alcanzar la inmortalidad, pero no imposible. Del mismo modo es improbable, por falta de pruebas fehacientes, que exista vida extraterrestre inteligente visitándonos en platillos volantes, poderes síquicos extraordinarios ajenos a la inmensa mayoría de los humanos, curas energéticas inexplicables, personas que puedan llegar a levitar, materializaciones de los espíritus de los muertos, exorcismos, etc. Sin embargo, la cuantiosa bibliografía y los innumerables profesionales que han dedicado su vida a investigar estos fenómenos nos llevan cuando menos a dejar una puerta abierta a la posibilidad de que algún día encuentren cabida en los parámetros científicos ordinarios. Quizás el desarrollo de nuevas tecnologías nos permita ver con claridad lo que hasta ahora es sólo una intuición acompañada de muchos actos de fe.
Ningún científico en su sano juicio hace un par de siglos podía imaginar que el tiempo no fuera una magnitud lineal. Pero es que hasta hace muy poco se pensaba que la materia era algo sólido y ahora empezamos a poner en duda su consistencia, la consistencia del propio universo, del que no conocemos ni un 10% dado que el 90% restante permanece “oculto” a todos nuestros aparatos de medición y sin embargo ahí está, desafiando todas nuestras leyes físicas.
Así que también es ser un magufo doctorado en ciencias creer que sólo existe lo que se puede probar en el laboratorio. Porque puede que en el suyo no se pueda, pero en el de dentro de 50 años no solo se pruebe sino que se desmonte todo el entramado de teorías y leyes que él daba por incuestionables.
No hay que ser crédulos bobalicones e ir por el mundo con teorías conspiranoicas y mágicos remedios que sólo son placebos. Pero tampoco podemos ser unos Torquemada de la ciencia. Denunciar un error médico no significa negar los éxitos de la medicina moderna. Pero hay que admitir, en honor a la verdad científica, que tenemos muchas sombras junto a grandes aciertos. Curamos un síntoma y provocamos tres donde no los había. No sabemos casi nada del cerebro humano. Acabamos con una enfermedad y creamos cinco nuevas. Solucionando un problema de ingeniería generamos doce problemas medioambientales y aumentamos la brecha de la desigualdad. Seguimos compartimentando el conocimiento, especializándonos, y eso es un tremendo error metodológico.
La mayor parte del mundo científico es mercenario, siempre lo ha sido. Se debe a sus mecenas, bien sean estados o corporaciones. La inmensa mayoría de los trabajos de investigación se enfocan hacia el ánimo de lucro, no hacia el ánimo de conocer la verdad. Que haya bobos que crean en pseudociencias sacacuartos, y que éstos denuncien conspiraciones contra la humanidad y el planeta, no debe alejarnos de la mirada crítica hacia las prácticas de corporaciones farmacéuticas, químicas, energéticas, agroalimentarias, etc. o de los apocalípticos problemas medioambientales y para la salud que presentan ciertas realidades asociadas a métodos de producción y consumo avalados por una ciencia apesebrada y vendida al modelo de desarrollo ilimitado, un modelo completamente irracional y auspiciado por otra pseudociencia: el economicismo.
Hay que ser un auténtico magufo que vive en la más alejada y utópica Magonia para creer en el desarrollo sin límites. Sin embargo en eso parecen creer todos los que manejan la pasta, creándola de la nada por arte de magia.
Fuente: La tribuna del País Vasco