Bajo las calurosas arenas del desierto que rodean las frescas aguas de Golfo Pérsico hay inmensas reservas de petróleo, suficientes como para mantener a los países exportadores en la región inundados de dinero por muchas décadas. La geo-económica de esta región sugiere que el status quo debe de continuar, las implicaciones estratégicas de esto apuntan a que no habrá Primavera árabe de la que hablar en estos países, en los que de verdad importa.
La Primavera árabe se ha equiparado a las revueltas contra la Unión Soviética en los países del este y centro de Europa al final de los años 80 –el Otoño de las naciones–; movilizaciones masiva contra regímenes tiránicos, la demande de democracia y más derechos humanos para los afectados. El pensamiento transatlántico siempre interpreta la llamada ‘Primavera árabe’ con esta perspectiva. También lamentan la ignorancia del hombre de la calle en Cairo, y cualquier otro sitio, que todavía cree en el Islam como una fuerza política. El reciente uso de la fuerza por parte de las Fuerzas de seguridad egipcias contra los seguidores de los Hermanos Musulmanes en las calles del Cairo es visto como una desafortunada necesidad; sí, fue brutal pero la alternativa, el pensamiento islamista dinamitador de pirámides de Mursi, hubiese sido peor. ¿Y cuándo Hamas ganó las elecciones en 2006? Sí, pueden gobernar, pero la operación ‘Plomo fundido’ demostró quién manda realmente. Parafraseando a Henry Kissinger: “No veo por qué tenemos que mantenernos al margen y ver a un país “hacerse islamista” por la irresponsabilidad de su propia gente.”
Sí, Mubarak era un dictador repugnante y Ben Ali un dinosaurio, y también hubo inmolaciones y protestas en masa, y rodaron cabezas; pero imaginar que hay una gran transformación ocurriendo en el mundo árabe es tomarse las columnas editoriales del Wall Street Journal demasiado en serio. El cambio ocurre cuando puede ser visto y sentido; la revolución, definida por Napoleón, es un cambio en la propiedad; la transformación tiene que dejar una huella geográfica sino no merece tan valioso nombre. Pensemos en China en 1978, cuando Deng Xiaoping cambió el curso de la nación; se alejó del destructivo Maoismo hacia un “capitalismo con características chinas”, en el proceso “rescatando” a millones de la pobreza y creando un país que treinta años después es la segunda economía mundial; el paisaje de la nación se ha transformado hasta tal extremo que las ciudades son casi irreconocibles cuando un visitante casual vuelve a ellas después de cinco años. A pesar de los deméritos del capitalismo, o del suicidio medio ambiental del Reino del Medio, China vivió una profunda transformación. No se puede observar nada de esto en esa parte del mundo que ha experimentado, o lo está haciendo, una “primavera” política. El provocativo intelectual de defensa, Edward Luttwak, ha hecho notar que la región de Oriente Medio es muy improductiva, sumando 5% del PBM y con poca producción, ya sea intelectual o física. Los productos fabricados suman un 17% de las importaciones –en comparación con una media global del 78%– un modelo que incluso los más pequeños países del golfo están intentando cambiar a través de la diversificación de la industria. Luttwak llama a esta región sarcásticamente “el medio de ningún sitio”, aun así se nos recuerda constantemente la inmensa importancia global, en términos económicos y estratégicos, de Oriente Medio.
Lo que llama la atención de la Primavera árabe es que está ‘limitada’ a los países pobres en petróleo, y por tanto en capital, del norte de África y Oriente Medio. Esto es dejando aparte la insurgencia libia apoyada por la OTAN y la excepción de Bahrain, rico en petróleo, cuya revuelta chiita fue aplastado por Arabia Saudí. Los eventos en Siria son una continuación del levantamiento anti-Shia por parte de los musulmanes y cuyo comienzo podemos marcar en 1982. Arabia Saudí y los países ricos en petróleo del Golfo están seguros, aunque la situación interna parece frágil. El descontento doméstico como resultado de las dificultades económicas amenaza a la realeza; parece que una insurgencia islamista se está preparando y el rey Abdullah no quiere correr riesgos. No sorprende, por lo tanto, que felicite a los militares egipcios por su manejo con Mursi: “Tendemos la mano con decisión a todos los hombres de las fuerzas armadas, representados en el general Abdel Fattah al-Sissi, quienes han conseguido salvar Egipto, en este momento crítico, de un oscuro túnel del que solo Dios sabía sus dimensiones y repercusión”. Aunque el rey no debe preocuparse, sus invitados americanos asegurarán su supervivencia.
Lo que hay que preguntar es: ¿quién importa y por qué? La respuesta se puede ver en el mapa. Si tu país exporta mucho petróleo y está inundado de dinero, entonces estás a salvo de la Primavera árabe. La excepción, como hemos dicho, han sido Bahrain y la OTAN en Libia. El sombreado del mapa muestra países con diferentes niveles de PIB por persona, los rojos oscuros y naranjas son los que tiene un mayor PIB por persona, y no por accidente son los grandes exportadores de petróleo. Son las áreas coloreadas en clarito de las que nos tenemos que preocupar.
¿Por qué? Nos podríamos preguntar. Petróleo, obviamente, pero en realidad todo es sobre el poder americano, específicamente la relación entre el petróleo y la moneda estadounidense.
El dólar fue una vez tan bueno como el oro. Treinta y cinco dólares te compraban una onza del metal precioso. Este fue el resultado del acuerdo alcanzado en Bretton Woods después de la guerra y se mantuvo viable hasta que los gastos de la guerra de Vietnam y la ‘Gran Sociedad’ del presidente Johnson, lo que significó que se pusieron más dólares en circulación que aquellos que estaban respaldados por oro. Cuando las naciones europeas empezaron a mandar de vuelta los papeles y pedir el metal, los americanos decidieron que era suficiente. Nixón cerró la “ventanilla para el oro” en 1971 y por unos años el dólar era una moneda flotante con un futuro incierto, aunque respaldado por la gigantesca economía americana, hasta el final de los 70, cuando el dólar se vio respaldado por el oro negro. La OPEC, que está compuesta por alguno de los países con mayor producción de petróleo, decidió aceptar solo dólares por su petróleo. Era el mayor productor el que tenía que aceptar primero, y Arabia Saudí cumplió su papel. David Spiro cuenta en su libro sobre petrodólares La mano escondida de la hegemonía americana que en 1974, el secretario del Tesoro americano fue enviado a Arabia Saudí para ofrecer un trato secreto para la compra de bonos del Tesoro americano. Dar a los Saudís acceso preferente y con descuento a los bonos del Estado ayudó a ‘atar’ al estado árabe, haciendo de esta manera que el destino de la economía americana y el valor de su moneda, y, por tanto, el valor de las inversiones Saudís en dólares, y su correspondiente impacto en la exportación de petróleo, una preocupación de la familia real. Esto fue continuado por el secretario del Tesoro, Michael Blumenthal, con el “Trato secreto con los Saudís para que la OPEC continuase vendiendo su petróleo en dólares”.
Como el petróleo se compraba y se vendía en dólares, el dólar recibió una nueva oportunidad de vida. Todo aquel que necesitaba petróleo necesitaba dólares. La ley de la oferta y la demanda significaba que una constante demanda aseguraba un constante aumento en la oferta –y los americanos estaban muy felices de suministrar dólares al mundo– lo que daba a los EE. UU. un ‘exorbitante privilegio’ envidiado por otros, y permitía que el valor del dólar se manipulase artificialmente. Esta tarjeta de crédito de petrodólares es, por supuesto, usada para comprar poder, ya sea en forma de ayudas o en la investigación y la producción masiva de armamento. La hyperpuissance americana vive de una línea de crédito del resto del mundo.
El corazón del sistema es geográfico: es el mar interior y las tierras que lo rodean que producen el 25% del producto mundial lo que mantiene el sistema del dólar funcionando. Si los estados de esta área abandonaran el dólar los Estados Unidos perderían su privilegio financiero y veríamos una reducción inmensa, incluso el colapso, de su poder. Como gulfnews.com dice: “El mundo Árabe puede que no tenga una bomba atómica, pero tiene la capacidad de bombardear la economía americana. En este caso, continuar con el dólar asegura que siempre tienen una moneda de cambio si se llega a los empujones”. Pero sabemos lo que pasa cuando un estado árabe cambia de vender petróleo en dólares a otra moneda –como lo hizo Iraq en 2012 se cambió al euro–.
La primavera árabe no es más que una sacudida de polvo a la vieja guardia en los estados menores; no un fenómeno regional de grandes consecuencias. Podemos contar con la democracia más grande del mundo para mantener el status-quo.