Para Spengler, la civilización occidental está en la última fase de su ciclo de existencia, que acabará, como le viene ocurriendo a todas las culturas, para dar paso a un nuevo ciclo que comenzará acercándose al campo y con una fuerte espiritualidad.
Oswald Spengler (Alemania, 1880-1936) escribió esta extensa obra (dos tomos de más de quinientas páginas cada uno) a principios del siglo XX; la Primera Guerra Mundial interrumpió su trabajo, que continuaría después, ampliado y con más perspectivas. Todavía, por tanto, no había ocurrido la Segunda Guerra Mundial y fenómenos como el descenso de la natalidad y el parón demográfico, que comienza en los años 60, 70 y, sobre todo, 80, ni asomaba la cabecita; pero él ya lo vaticinó al menos cincuenta años antes de que comenzara.
Hay cosas con las que no hay por qué estar de acuerdo con Spengler; pero sus análisis y su perspectiva de la historia aportan muchas luces que merece la pena tener en cuenta. Tiene, además, la tremenda personalidad intelectual y grandeza de miras como para advertir que las visiones ya predominantes entonces entre los pensadores: el evolucionismo y el marxismo son estrechas de miras y apenas rascan la superficie del devenir histórico (y natural) y del ser humano en su existencia al centrarse en aspectos apenas de cáscara y convertirlos en leyes universales determinantes e indiscutibles, más propias de fanáticos religiosos que de científicos ecuánimes. Seguro que por eso es ninguneado por muchos intelectuales afectos a esas “religiones”.
En sus más de mil páginas, hay desde análisis en la evolución de los capiteles de las columnas en edificios representativos hasta observaciones de periodos históricos, gobernantes, guerras, estilos, etc., etc.; casi siempre tan amenas como pertinentes.
Es difícil resumir en unas líneas un contenido tan denso como el de esa extensa y detallada obra; pero, en líneas generales, Spengler, y en algunos aspectos me recordó a Ibn Jaldún cuando hablaba sobre los ciclos de las civilizaciones, aunque no son perspectivas idénticas ni paralelas, nos dice que toda “cultura”, en el sentido de gran periodo histórico, tiene un ciclo que se repite de unas a otras: un primer periodo con predominio del campo y un gran sentimiento de trascendencia y espiritualidad; después otro en que van tomando protagonismo las ciudades y mantienen con el campo una relación de subsidiariedad: dependen de él para los alimentos, pero apenas lo tienen en cuenta para su actividad cultural cada vez más compleja y alejada del campo, que queda como escindido y parado en otro tiempo; y, por fin, un último periodo de decadencia en el que el protagonismo lo van tomando las megalópolis: ciudades enormes, tecnificadas y convertidas en un mundo cerrado que ignora todo lo demás, incluido el campo, que acaba siendo algo tan remoto y alejado de la técnica, que es como si no existiera. Para los pobladores de este último periodo, irreligiosos y cada vez más confundidos en unas ciudades que van colapsando, ya la historia no va a avanzar más y los distintos estilos artísticos y teorías científicas no hacen sino repetir cosas y barajar lo mismo, dándole vueltas una y otra vez hasta el cansancio. Los inventos técnicos, al fin, no son más que acúmulos de materiales que intentan llenar el vacío existencial hasta que colapsan y caen. Repasa varios de estos periodos: el antiguo, que incluye la Grecia clásica y acaba con el hundimiento del Imperio romano; examina culturas que nos son poco conocidas, como la china o las precolombinas; y rechaza lo que los historiadores al uso llaman Edad Media, porque él de lo que habla es de dos culturas que a partir de entonces se desarrollan de forma paralela y según el esquema ya explicitado, si bien cada una con sus características peculiares: la mágica (como él la llama), que nace en Oriente, comienza con el cristianismo primitivo y continuará con el Islam, y la fáustica, que es la occidental y, aunque él no usa ese término, podríamos llamar “el capitalismo”; claro que él hace comenzar esa “cultura” en el tiempo de las cruzadas o incluso antes, partiendo de las sagas nórdicas que los germanos llevarán consigo por toda Europa.
Según Spengler, que no se centra en aspectos económicos para ello, sino más bien de pensamiento que es lo determinante para él, junto a lo que llama “el sino” (una vez más se separa del marxismo de forma tajante), esta civilización fáustica entrará en su último periodo, que él llama de los césares, antes de caer del todo, no más allá del siglo XXI. Si tiene razón, le queda poco. Pero es que, al margen de Spengler y mirando los aspectos económicos, que él apenas toca, el colapso final y el desplome de esta espiral especulativa inventando dinero de la nada y exprimiendo más allá de lo razonable tanto el medio natural como la propia deuda acumulada, a poco que se sepa mirar, también se ve venir.
Según Spengler, una nueva cultura tendrá que empezar de nuevo acercándose al campo y con una visión espiritual. Y el “tendrá” no lo usa en un sentido social o político, lo utiliza en un sentido de fuerza mayor: porque ocurre siempre.