La criatura humana ha sido creada para vivir en comunidad y, por ello, desde su origen, con la excepción quizás de algunas sociedades primitivas, surgió la necesidad de intercambiar bienes y servicios de una forma absolutamente natural. Este es el principio y la definición del comercio: el intercambio equitativo de una cosa por otra. Algo, en definitiva, en lo que todos, de una u otra forma, estamos implicados.
El comercio es algo natural y básico de la actividad humana. Tan natural y básico como el reconocimiento y adoración de la Divinidad.
Nos permitimos citar a Shaij Dr. Abdaqadir As-Sufi:
Islam ES comercio e intercambio. Hay dos contratos comerciales: uno con Dios y el otro con los seres humanos. El primero es La ilaha illa’llah, es ‘ibada, adorar a Dios; este es el contrato primordial. El segundo contrato es comercio, intercambio; y el intercambio debe tener normas, incluidas todas las reglas que impiden la usura. Imam Malik dijo: “Que no haya usura aunque sea una brizna de hierba”. Esto es la segunda Shahada: Muhammad Rasulullah; y eso es comercio. Esta es la respuesta. Islam no es más que transacciones. Transacciones con Allah, ‘ibada; las transacciones entre los seres humanos y el intercambio de cosas es Fiqh. Es fácil comprobar que el Islam no es complicado. Parte de la psicosis de la gente moderna es que han hecho que todo sea complicado, todas las transacciones de nuestros días. Pero ahora la gente empieza a darse cuenta, la gente normal lo está viendo. La gente en las calles de Atenas, Nueva York, Tel Aviv y París; la gente que se está manifestando es porque lo ha visto. No son estúpidos, pero la locura continúa… ¡por un tiempo!
Islam es simple, es el Din al-Fitra, o dicho de otro modo, la forma natural de vivir. Todo es claro y los límites están perfectamente definidos por Aquel que nos ha creado. Vivir dentro de estos límites nos ennoblece y vivir fuera de ellos nos envilece y conduce al caos.
Obviamente, hoy no estamos viviendo Islam en su pleno sentido como Din, como camino existencial que abarca todas y cada una de las actividades humanas. En ningún lugar del mundo. Al contrario, vivimos bajo el dominio del capitalismo, que no es otra cosa que el din al-kufr, donde lo fácil se hace difícil y lo que es natural se hace contranatural. Así pues, el comercio también esta desnaturalizado y lo que es propio de todos ha sido transferido a una nueva casta que pretende tener el uso exclusivo del comercio.
Recuerdo cómo hace unos años el director de una sucursal bancaria nos dijo a un pequeño grupo de musulmanes que habíamos establecido un negocio:
“Es la primera vez que veo establecer un negocio sin capital”.
El asombrado secuaz de la nueva casta no podía creer que hubiésemos escapado del poder mágico que suponía imprescindible y todopoderoso. Lo mismo le pasó a Firaún cuando sus magos no pudieron vencer a Sayydina Musa. La magia, esa falsedad que aparenta ser real, desaparece cuando el Real se manifiesta.
Los negocios basados en el capital bancario, los centros comerciales –en realidad, centros de distribución− y todos los mecanismos usureros que imponen su tiranía y han monopolizado el comercio desaparecerán igualmente. No son necesarios; al contrario, son el obstáculo a eliminar. El camino que lleva de la competencia a la colaboración, de la esclavitud a la libertad, pasa por el restablecimiento de los parámetros establecidos en el Fiqh del Islam en los asuntos económicos, por el comercio basado en la relación hombre-hombre y no en la de hombre-banco-hombre.
Y, necesariamente, en el establecimiento del Zakat según está establecido en la Sharia, no como donación voluntaria. Este pilar pendiente de ser restablecido es el medio que Allah nos ha dado para purificar nuestra riqueza, es decir, para que comprendamos que al nacer lo hacemos con la provisión que necesitamos para hacer el recorrido de nuestra vida. Este conocimiento es el que nos protege de considerarnos competidores y nos afirma en vernos como colaboradores, como hermanos. La mil-lah kufr, que nos enfrenta, nos divide y nos aísla, está caduca, inservible.
Ha llegado el momento de establecer una base de acción conjunta, ayuda mutua y búsqueda de cauces en los que podamos vivir nuestro Din de forma unificada tanto en la mezquita como en el mercado.