Un “amigo” mío de Facebook ha hecho un experimento. Ha enviado una larga carta abierta a todos sus “amigos” pidiéndoles, como prueba de su verdadera amistad, una respuesta con algunas palabras que se refieran a algo que han compartido, un sitio donde han estado juntos o alguna cosa que valoren de la relación de amistad entre ambos. El argumento de la carta era: “Veamos quien lee mis mensajes y quien sólo ojea distraídamente el rollo interminable del Facebook”. Las respuestas han sido muy pocas y muy escuetas. Ello confirma que la naturaleza de las llamadas redes sociales es superficial. Lo cual a mí no me parece mal mientras no se devalúe el significado de palabras tan importantes como “amistad”. La calidad de nuestra relación con otras personas, las que están a nuestro lado; la autenticidad de nuestras palabras, las que escribimos en estado de olvido en los diálogos de Facebook y Twiter, y la presencia de nuestro corazón en las acciones que realizamos resultan peligrosamente afectadas si no les damos el lugar que les corresponde en nuestra vida.
Estos medios de comunicación requieren intención y propósito, cuando son usados, y un alto grado de cautela, para prevenir dilapidar el tesoro del tiempo, perdido en la miríada de banalidades que ofrecen todo tipo de “amigos”, posts y links encadenados. Hay algunos “amigos” en mi cuenta de Facebook a los que respeto y aprecio por publicar solamente cosas con significado, bellas y útiles.
La interacción obsesiva con los medios individuales de comunicación de masas, las llamadas redes sociales, que son en realidad anti-sociales, y la relación adictiva, más que el uso de internet, tienen un enorme impacto en la condición espiritual y el estado de consciencia. Si la usura es la aplicación de los imperativos de la técnica a la economía, la adicción y el mal uso de las redes “anti-sociales” y de internet es la más peligrosa invasión tecnológica del espacio interior, que debilita las más nobles facultades innatas de la criatura humana.
Los medios de comunicación audiovisuales, el teléfono móvil e internet no deben considerarse simples herramientas útiles para el conocimiento y la comunicación. Son artilugios prodigiosos y peligrosos al mismo tiempo, que han ser vistos como milagros y dones excepcionales, pero que han usarse con mucha cautela. Estas nuevas realidades empiezan ya a incorporarse a la educación de niños y jóvenes. Los cambios son tan rápidos que sólo quienes están muy despiertos tienen tiempo de reaccionar y evaluar seriamente su uso y su cortesía. Sería necesario un entrenamiento y muchas precauciones prácticas –como se inculcan a los niños advertencias acerca de los peligros del tráfico rodado o de los cables eléctricos, por ejemplo− que impidan al hombre y mujer del futuro caer atrapados en las redes, sucumbir a una conducta trivial, rutinaria y robótica con esos artificios prodigiosos, y para que sean capaces de preservar la integridad, el discernimiento y la libertad al usarlos.
Imam Shafi, que Allah esté complacido con él, dijo: “Si no empleas tu persona en lo que es verdadero, ella te ocupará a ti en lo que es falso e inútil”.
En las cosas importantes de la vida, en todas y cada una de ellas, no hay lugar para ninguno de los objetos tecnológicos, sus mundos virtuales y sus sistemas de comunicación. Ni para comer, ni para dormir, ni para orar, meditar, pensar, tomar decisiones, analizar, hacer el amor, respirar, hacer deporte, crear y contemplar… Para cualquier trabajo serio e importante en cualquier campo, incluidos aquellos en los que se puede usar un ordenador como herramienta, los actos y los momentos más transcendentes ocurren sin la intervención de dichos aparatos, con la única excepción, quizá, de la investigación, en cuyo caso el uso de las vías de acceso está fuertemente dirigido, con un propósito delimitado y con una concentración bien enfocada.
Démosles a estos instrumentos el lugar que les corresponde y liberémonos de la adicción que crean, una dependencia viciosa que nos hace perder la cortesía con los que están a nuestro lado, nos hace malgastar nuestro tiempo y nos incapacita para la reflexión profunda acerca de los significados de la vida cotidiana, pues no podemos observarlos y percibirlos con nuestra atención dispersa en mundos virtuales.
La guía que gobierna la navegación por internet está en la aleya 36 de la Sura Al Isra del Noble Corán:
“No sigáis por curiosidad aquello que no es incumbencia vuestra y de lo que no tenéis conocimiento. Ciertamente que el oído, la vista y el corazón, por cada una de esas cosas se os pedirán cuentas”.
El empleo de las valiosas facultades de la vista, el oído y el intelecto en banalidades, o peor aún, en ojear por curiosidad maldades y perversiones, por intrascendente que parezca, tiene graves consecuencias.
La receta para nuestro uso de los artilugios y para la exploración de textos, imágenes, video y audio en las redes es una intención clara y buena, buscando utilidad y adquirir con ellos un beneficio en nuestra vida inmediata y una recompensa de Allah. Como protección para no sucumbir al torrente de inconsciencia y para no acabar deambulando sin dirección de un link a otro, en mi opinión, el musulmán debería acercarse a su pantalla sólo después de hacer wudu y pronunciar el Nombre de Allah al empezar, como hace en todos los asuntos, importantes o pequeños, de su vida.