Cada año se generan en todo el mundo más de 40 millones de toneladas de residuos eléctricos, conocidos como chatarra electrónica. Montañas infinitas de frigoríficos, ordenadores, televisores, hornos, teléfonos, aparatos de aire acondicionado, lámparas, tostadoras y otros artilugios, con un peso total que septuplica al de la Gran Pirámide de Giza. Los grandes productores de estos desperdicios por persona son Estados Unidos y la Unión Europea, y los países emergentes, como China, generan una cantidad cada vez mayor. Solo una pequeña parte de esta chatarra —en torno al 15,5% en 2014— se recicla con métodos eficaces y seguros desde el punto de vista medioambiental.
Segun datos oficiales de la Unión Europea dos terceras partes -el 66%- de los residuos electrónicos del continente no se reciclan adecuadamente en plantas homologadas. Y según el documental «La tragedia electrónica» de Cosima Dannoritzer: «Se calcula que el tráfico de residuos electrónicos mueve ya más dinero que el negocio de la droga»
Ghana, país de África Occidental que actualmente experimenta un crecimiento económico intenso, es un importante centro de recepción, recuperación y descarte de chatarra electrónica. Accra, la capital, cuenta con un próspero mercado de segunda mano, una red cada vez mayor de tiendas de reparación y una serie de actividades que intentan sacarle el máximo partido. Sin embargo, en la ciudad también se puede encontrar un enorme y contaminado vertedero de este tipo de residuos.
El viaje
Una familia europea que decide comprar una televisión de pantalla plana. Un ministerio del gobierno que decide deshacerse de sus viejas impresoras. Un colegio que sustituye los ordenadores de su laboratorio informático. Un adolescente que cambia su smartphone por un nuevo modelo. Una ONG que renueva sus equipos.
Todas son operaciones que —al multiplicarlas por la cantidad real— producen los millones de toneladas de chatarra electrónica que se generan cada año en el planeta. Muchos de los aparatos abandonados aún tienen valor comercial; algunos porque todavía funcionan y otros porque contienen materiales valiosos que pueden reciclarse. Ese es el motivo por el que se cargan en contenedores, se envían desde los puertos de los países desarrollados y llegan a los que están en vías de desarrollo, como Ghana.
En el destino les espera una amplia red de intermediarios, comerciantes, reparadores y vendedores de segunda mano que seleccionan los aparatos, comprueban si siguen funcionando y vuelven a poner la chatarra de los países ricos en circulación en el comercio local.
Este gran mercado suministra aparatos eléctricos y dispositivos electrónicos de segunda mano a empresas, oficinas y hogares; así es como los objetos que ya han tenido una primera vida pueden comenzar una segunda en África. Todos los que llegan rotos —violando la Convención de Basilea, que prohíbe el trasporte de residuos peligrosos entre países, incluidos los aparatos electrónicos inservibles— y los que mueren tras un segundo uso acaban en los vertederos locales.
Y el negocio
En una publicación científica reciente, varios investigadores de la Universidad de Ghana declaran : “La gestión de la chatarra electrónica que se ajusta por completo a las leyes medioambientales de los países desarrollados aumenta los costes, con lo que los procesos más contaminantes suelen trasladarse a los países en vías de desarrollo, que carecen de dichas leyes”. Una parte considerable de los residuos de Ghana se transporta al vertedero de Agbogbloshie. Allí, hombres y niños extraen cobre, aluminio y otros materiales —usando métodos nocivos para la salud y para el medio ambiente— que vuelven a embarcarse hacia las fábricas y refinerías de los países desarrollados.
Los residuos electrónicos contienen, entre otros materiales, metales preciosos como oro y plata y también cobre, plomo y tierras raras como el lantano, el terbio o el neodimio, muy cotizados por la industria electrónica. Europa gasta en la actualidad 130.000 millones de euros al año en importar metales estratégicos y parte de esa demanda se podría cubrir a través del reciclado de estos desechos.
Y, aunque sin garantías de salubridad ni de seguridad laboral ni ambiental, eso es lo que se hace en los países de destino de los residuos provenientes de Europa o de EEUU. De 50.000 teléfonos móviles se pueden extraer hasta un kilogramo de oro y 10 kilos de plata, valorados en más de 40.000 euros; la UE sólo recicla el 1% de los móviles que quedan en desuso.
La cantidad de chatarra electrónica que circula por todo el mundo de manera ilegal o que se descarga directamente en los vertederos de los países más pobres se desconoce. No obstante, el problema es real. “Teniendo en cuenta las cantidades ingentes que se trasladan, basta con que solo un 10% o un 20% de los aparatos que llegan no funcione, tal y como demuestran algunos estudios, para que haya un flujo considerable de residuos tóxicos hacia los países receptores”, explica Jaco Huisman, antiguo coordinador de la Iniciativa STEP, un proyecto de la Universidad de las Naciones Unidas para resolver el problema de la chatarra electrónica.
Fuente: El país con modificaciones editoriales