Me alimentaste en el seno materno siendo un embrión y ya cuidabas de mi antes que mis padres.
Me creaste musulmán y de no haber sido por Tu favor no habría conocido al Profeta
Uno siente cierto pudor al hablar de sus propias vivencias, pero venceremos este sentimiento si esto puede ser de utilidad para alguien. Acerca de mi aproximación al Islam, podríamos decir que más bien fue la aproximación del Islam hacia mí, pues cuando vuelvo la vista hacia atrás y observo las distintas etapas y acontecimientos por los que he pasado, descubro un guión oculto que me conduce sin yo saberlo en una dirección.
Habiéndome criado en la Barcelona de los años cincuenta y educado en una escuela religiosa de misa diaria, aunque mis padres no eran de ir a misa pero sí profundamente creyentes, y todo ello saturado de la sordidez de un régimen dictatorial en connivencia con la iglesia católica, en mi temprana juventud coincidió mi rechazo personal por toda esta rigidez estructuralista y represiva, que se manifestaba tanto en la vida política como en la religiosa, con un movimiento social global de rechazo al establishment que se definía como contracultura, que rechazaba todas las premisas de la cultura dominante y buscaba inspiración en otras fuentes, muy especialmente en Oriente, y más concretamente en la India. Se trataba de encontrar nuevas formas de relación entre los individuos y con lo divino que substituyeran a las formas vacías, obsoletas y carentes de contenido en las que habíamos sido educados. No era un movimiento frívolo y lúdico, sino que era un intento honesto y sincero de cambio, quizás esta fuese la guía y la protección.
Barcelona, por su situación, era un lugar de encuentro de todo este movimiento. Su cercanía a Ibiza y Formentera, así como su puerto, hacían confluir en ella a gentes que en su viaje a Oriente hacían escala en las Pitiusas con soldados de infantería americanos que hacían escala en Barcelona en su viaje de ida o vuelta a Vietnam. Contagiados, un grupo de amigos, emprendimos viaje a la India. Partimos en barco por el Mediterráneo, como recorriendo nuestros orígenes: Marsella, Génova, Nápoles…, luego Grecia y, finalmente, Estambul. Los paisajes se iban transformando gradualmente haciendo el cambio menos brusco. Así la entrada en Estambul era casi la consecuencia natural del recorrido.
Después de cruzar Turquía, con sus maravillosos baños turcos, e Irán, con sus deslumbrantes mezquitas, llegamos a Afganistán, un país del que no sabíamos nada; un lugar de paso, pero realmente la verdadera puerta de Oriente. Cruzar la frontera era entrar en otro mundo, un mundo de impecables carretas tiradas por briosos caballos con cascabeles tintineantes; la calidez de las casas de adobe con hombres sentados en el suelo sobre maravillosas alfombras, tejidas por manos de mujeres que plasmaban su rica vida interior en sus fantásticos diseños, limpios de corazón y de mirada; cálidos, compartiendo un sencillo vaso de té y sus mejores intimidades, sultanes en la sencillez.
Allí se detuvo nuestro viaje. Aprendimos su lengua, adoptamos sus costumbres y compartimos momentos con hombres y mujeres que jamás hubiésemos imaginado que existieran. Este fue nuestro encuentro con los musulmanes sin saber lo que era el Islam. Pero su limpieza, su pureza y generosidad no se la atribuía al Islam. Recuerdo al hijo de un vecino del pueblo que venía descalzo por la nieve con temperaturas de hasta 14 bajo cero a traernos leche cuando seguramente ellos no la bebían.
Cuando volví a Barcelona, me parecía que se vivía en una fantasía con esa idea de que para llegar al confort había que recorrer un camino sumamente incómodo con la esperanza de un futuro mejor, incierto y, más aún, improbable.
En mis siguientes viajes, en los que ya visité la India, se formó un grupo de amigos, todos europeos de diferentes orígenes, y pasábamos parte del año en el valle de Suat, en la frontera noroeste de Pakistán. Esta zona limita con el valle de Nuristán en Afganistán. Es una zona que todavía se está islamizando, también cercana a Kafiristán, un valle donde no son musulmanes, los descendientes de los soldados de Alejandro Magno que se quedaron en ese lugar. Ya en mi primera visita al valle de Suat me había topado con un suizo y un americano que se habían hecho musulmanes y se habían quedado a vivir allí.
Fue en este lugar adonde un día llegó un hombre argelino, Jalid, con su esposa francesa, y nos llamó a aceptar Islam; y todo este grupo variopinto de europeos entramos en Islam. La creencia de la unicidad divina ya estaba en nosotros y fue el reconocimiento de que Muhammad, la paz y las bendiciones de Allah sobre él, es el Mensajero de Allah lo que nos abrió las puertas del maravilloso jardín protegido por los límites de Allah. Así que, con el tiempo, pude reconocer cómo había ido encontrando en el camino hombres y situaciones que me iban llevando hacia esta puerta; y, curiosamente incluso en la India, en lugares en los que había muy pocos musulmanes, los encuentros que me impactaron, todos fueron con musulmanes. Allahumma, guíanos por el Camino Recto.