Elecciones democráticas, ¿cambiar para que nada cambie?

Elecciones democráticas, ¿cambiar para que nada cambie?

El sistema económico financiero implantado en todos los países del mundo no se cuestiona. No importa que surjan crisis, que entidades financieras, Estados y grandes empresas asuman deudas enormes que no pueden pagar. No importa que mucha gente se quede sin trabajo, que muchas familias pierdan su casa, que la mayoría de los trabajadores vean reducido su salario. Los pobres pasan a ser un poco más pobres, pero no importa.

El sistema es el mejor posible y sólo hay que corregir algunos fallos. Eso es lo que nos dicen constantemente. La gente sale indignada a las calles en muchas ciudades, se manifiesta pidiendo cambios, y tienen razón. Pero a la hora de plantear un sistema distinto, un nuevo paradigma, surgen propuestas muy distintas. Propuestas confusas, parciales y, a veces, descabelladas. El sistema impuesto a la fuerza en todos los países que presumen de ser libres y democráticos no es lo que parece y, desde luego, no es lo que nos dicen que es. Todos los países del mundo están dominados por un sistema financiero formado por entidades bancarias cuya principal actividad se basa en dos injusticias simultáneas. La primera es prestar un dinero que no es suyo, la segunda es hacerlo cobrando un interés.

Es indudable que el ejercicio del poder requiere medios para poder ejercerlo. El dinero que necesita el poder, en estos tiempos, se lo proporcionan los bancos. Los bancos, que gozan del privilegio de disponer del dinero que sus clientes depositan en él, son tan necesarios e imprescindibles para el poder político que pasan a ejercer el verdadero poder en la sombra.

Los bancos se crean, en un principio, para guardar el oro de los que preferían tenerlo depositado en un sitio con más seguridad; después, al darse cuenta de que pueden disponer de parte de la suma total del dinero depositado, ya que es casi imposible que todos sus clientes vayan a retirar su oro al mismo tiempo, empiezan a prestarlo cobrando un interés, obteniendo así un beneficio por prestar un dinero que no es suyo y sin pedir permiso a nadie para disponer de ese dinero. Para hacerlo más fácil, en vez de oro se usan papeles respaldados por oro. Como sólo un pequeño porcentaje de esos papeles son rescatados en oro se empiezan a emitir papeles sin ningún respaldo, papeles que la gente acepta y que, al aceptarlos, hace válidos como dinero. Desde que Nixon terminó con el sistema de patrón oro en agosto de 1971, sistema en donde el dólar debía estar respaldado por oro y las demás monedas vinculadas al dólar, los papeles que llamamos billetes no tienen ningún respaldo de valor real.

¡Qué maravilla! ¡El descubrimiento de la piedra filosofal! Se puede crear dinero con la impresión de papeles siempre y cuando la gente los acepte. Se crean, por todos los Estados, bancos emisores encargados de la creación de dinero y se impone en todos los países la obligación a sus ciudadanos de aceptar estos papeles. Los Gobiernos permiten el uso por los bancos del dinero que no es suyo y, a cambio, los bancos prestan a los Gobiernos las enormes cantidades de dinero que estos necesitan. La estrecha colaboración entre ambos poderes, político y económico, se intensifica y se hace cada vez más estrecha.

Cada uno tiene que cumplir su papel y se auxilian uno a otro cuando lo necesitan. Cuando un país está al borde de la quiebra, lo socorren los bancos, y, cuando le pasa a un banco, lo socorren los Gobiernos. El sistema transciende los límites nacionales y, en mayor o menor medida, todos están obligados a mantener el sistema en el que tienen que colaborar todos los bancos y países del mundo. Su mantenimiento exige, además de una estrecha colaboración entre los dos poderes, que sea prácticamente incuestionable; para lo cual, la gente ha de estar convenientemente adoctrinada y que ni siquiera a nivel teórico se puedan plantear alternativas serias. En nuestras sociedades democráticas, donde la libertad de expresión es un derecho sagrado, donde se plantean debates de todo tipo, la imposición del papel moneda y la actividad de los bancos no se cuestionan.

Queremos una sociedad justa donde impere la libertad individual y no haya privilegios para nadie, ni para banqueros ni para políticos. Donde la usura esté prohibida, los pobres y necesitados protegidos y la dignidad, nobleza y solidaridad de las personas se potencien y estimulen. Para poder conseguir estos objetivos, es imprescindible comprender cómo funciona el sistema financiero y los efectos que causa en la sociedad a nivel general e individual. También debemos identificar a los tipos de personas que se benefician de este sistema porque no pueden ser objetivos al exponer sus argumentos defendiendo sus virtudes.

Las elecciones democráticas hacen creer a la gente que este sistema puede cambiar, pero nunca vemos, en las diferentes propuestas, que ningún partido político cuestione la actividad de los bancos, la emisión de papeles como dinero y la práctica de la usura. Los musulmanes tenemos la responsabilidad de conseguir este cambio.

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