El conflicto de Ucrania y la pandemia de los banqueros

En el artículo anterior intentamos analizar el conflicto de Ucrania un par de capas por debajo del nivel superficial pero nada inocente de la propaganda de los medios occidentales subordinados al Pentágono, la OTAN y los banqueros, dueños estos últimos de dichos medios y sus líneas editoriales, e ineludiblemente vinculados a los anteriores. 

En esa primera aproximación, en una segunda capa revisamos el origen del conflicto en la continua expansión de la OTAN hacia el este desde el bombardeo de Belgrado y la destrucción de Yugoslavia el año 1999. En una tercera capa, abordamos la situación de Ucrania luego del golpe de estado del año 2014 contra Yanukóvich, pro-ruso, sustituido por Poroshenko, el hombre aupado por los poderes corporativos, vía “revolución naranja”, y luego -cuando los Panama papers destaparon la empresa fantasma que encubría su fuga de capitales hacia las Islas vírgenes-, por Zelensky, el comediante y títere de Íhor Kolomoiski, magnate de nacionalidad ucraniana, chipriota e israelí, dueño del canal de televisión donde Zelensky realizaba su serie Servidor del pueblo -lo que no deja de tener aristas cómicas, sobre todo porque Kolomoiski además del canal 1+1 y de empresas petroquímicas y metalúrgicas, es dueño del mayor banco de Ucrania, a la vez que investigado en EE.UU. por blanqueos de dinero y presunto tráfico de armas y drogas-.

Al final del artículo anterior mencionamos que en este conflicto, según la perspectiva del geógrafo inglés John Mackinder, se juega el dominio del mundo, puesto que, según su enfoque, quien domine la región de eurasia, dominará el mundo, ya que dicha región constituye, en su visión, el heartland: el corazón de la mayor parte de la masa terrestre del planeta, vista como una gran isla que engloba Europa, Asia y África. Sin embargo, el que está en desarrollo no es un conflicto de tipo convencional, como disputa de control territorial, pues la comercialización del gas ruso y el tratado del Nord stream 2 entre Alemania y Rusia, no mencionados en el artículo anterior, y la construcción de un gasoducto entre aquellos dos países, más todos los intentos por parte de EEUU de sabotearlo y procurar tras las sanciones por la intervención rusa en Ucrania, que Europa les compre gas a ellos -más caro-; detallan y grafican el cuadro anterior. Pero hay una cuarta capa en juego, una guerra desinformativa, que ha sido denominada guerra cognitiva por diversos referentes (pues la cognición y la susceptibilidad de la psiquis humana de tomar por cierto lo que percibe, es el terreno en el que es llevada a cabo por medios inductores de “hiperrealidades” -concepto que apunta a una descripción interpuesta entre la realidad y el observador, al estilo del relato de la caverna-), y un ejemplo lo tenemos en la llamada pandemia.

Pero hay también una quinta capa, que procura ser ocultada o falseada por la anteriormente descrita, y que enunciamos en el pasado artículo, y que es fielmente representa por la figura de Kolomoiski, la cual por cierto ningún medio occidental siquiera menciona, a pesar de su tremendo esfuerzo (hecho incluso desde la posición de gobernador de una provincia ucraniana, Óblast de Dnipropetrovsk, desde 2014) por alejar a Ucrania de Rusia y acercarla a las esferas supranacionales representadas por los grandes bancos y la OTAN (financiamiento de grupos paramilitares -paradójicos nazis atlantistas- que han hostigado a  la población rusoparlante de Ucrania  los últimos ocho años)

En esta quinta capa, nos encontramos con los ganadores de la segunda guerra mundial, las instituciones monetarias que impulsaron el plan Marshall de reconstrucción de Europa tras la segunda guerra con un rescate de 20 mil millones de dólares de la época (1948), que le valió al continente hacerse acreedores de aquellos, y en lo militar, ser subyugados por el tratado del atlántico norte que hoy intenta su extensión hasta las fronteras de Rusia, cuando hasta el año 1991 la distancia más próxima entre un país de la OTAN y la frontera rusa era de 2.500 kilómetros. 

La institución creada para la distribución de aquellos fondos de “ayuda” a la reconstrucción europea fue precursora de la actual OCDE y también la semilla del surgimiento posterior de la Unión Económica Europea: la apertura de una gran área -anteriormente disputada por nacionalismos contrapuestos-, de quinientos millones de consumidores bajo las condiciones impuestas por “los mercados”, por los que Europa aparecería como un territorio unificado bajo una moneda común, cuya instrumentalización a distancia condicionó su unidad política, subordinándola a intereses “atlantistas”, que vienen provocando, desde hace mucho, incendios en las inmediaciones del continente como formas de desestabilización estratégica y modo de asegurar y mantener dicha subordinación. 

En ese sentido, el conflicto ucraniano, largamente larvado, antes que contra Rusia viene a ser en contra de Europa, en contra de que ganase autonomía en el establecimiento de relaciones comerciales con Rusia, saliendo con ello de la tutela americana o su esfera de influencia o , tal como lo había advertido Macron en agosto de 2019, cuando preconiza el declive de la hegemonía occidental y la conveniencia de estrechar lazos comerciales con Rusia u otros actores, dado el hecho de que los norteamericanos son, según dijo, socios que toman siempre mucho más de lo que dan. Lo que se muestra hoy en el hecho de que la mayor parte de las sanciones impuestas a Rusia y las restricciones comerciales que conllevan, perjudican a Europa antes que a nadie.

Quizás la excepción a esto último la encontramos en la expulsión de Rusia del Swift, el sistema de pagos internacionales que hegemoniza al dólar como instrumento de cambio. Esta medida, que en teoría buscaba reducir las opciones de Rusia, podría ser un boomerang contra el fundamento mismo de dicho sistema y la hegemonía del dólar. Es una medida temeraria, que si EE.UU fuese un país soberano debiese haber meditado cuidadosamente.  

Pero EE.UU no es un país soberano (de ahí la disputa entre trumpistas y demócratas -jacksonianos soberanistas y globalistas, según Jalife-), sino que es un golem. 

¿Qué es un golem?

Un golem es una figura mítica proveniente de la tradición judía-jázara  (la distinción es del profesor israelí de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo Sand) -antecedente de la figura de Frankenstein, emergida  posteriormente en la literatura inglesa-. Se trata de una criatura animada fabricada a partir de materia inanimada, a la cual se le insufla vida mediante un sortilegio para cumplir los designios de su fabricante.

¿Y por qué podría decirse que EE.UU es un golem?

Porque es el país más endeudado del planeta, ascendiendo su deuda a treinta trillones de dólares. Para poder dimensionar la magnitud de esa cifra tendríamos que imaginar el volumen que ocuparía expresada en billetes de 100 dólares: ocuparía una gran manzana de rascacielos levantados única y exclusivamente con montones de dichos papeles.

¿Entonces, interesa que dicho país pague su deuda? La respuesta a esta pregunta está en el mito mencionado.

Por lo tanto, pasemos a esta quinta capa, aquella relacionada con figuras de las cuales Kolomoiski no deja de ser un “digno” representante. Pues, aunque tanto se ha puesto el rostro de Gates, Soros o Schwab frente a quienes mantienen una postura crítica a la deriva de los acontecimientos actuales, o se señale a las dinastías Rockefeller o Rothschild como responsables de los dramáticos cambios a gran escala que últimamente se vienen dando en el mundo; las familias relacionadas con la élite corporativa y la élite financiera mundial -puesto que es casi imposible desbrozar a una de la otra-, constituyen una población que puede alcanzar fácilmente la cifra de catorce millones de personas, con la salvedad de que constituyen un 0,2% de la población y que controlan el mayor porcentaje de riqueza que se genera en el planeta, mientras que los demás seres humanos constituimos el 99,98 % restante que anda por los siete mil millones de almas, y que tiene que arreglárselas con lo que el control mencionado les deja, siempre en disminución.

Ahora, veamos, qué tiene que ver aquella élite financiera y corporativa con estos cambios. Veamos por ejemplo lo que algunos han llamado el pandemonium y qué podría dicha élite estar sacando de todo esto, a pesar de que entre aquellas voces hay quienes indican que no es solo dinero.

Más de alguien estos dos últimos años se habrá estado preguntando cuál es la razón para presionar a las poblaciones de una impresionante cantidad de países a inocularse una sustancia experimental que ya ha mostrado efectos adversos severos mayores a todas las vacunas juntas desarrolladas en los últimos cien años, y cuyos efectos adversos a mediano y largo plazo se desconocen, además de no haber mostrado eficacia alguna respecto a la situación sanitaria que se suponía estaban destinadas a terminar.

Uno de los dueños de Pfizer y AstraZeneca -dos de los principales laboratorios desarrolladores de estas sustancias-, es BlackRock, el mayor fondo de inversión del mundo (el segundo es Vanguard)

Cuando habla de estos grupos de inversión, Jalife, el analista geopolítico mexicano de origen sirio, habla de gigabancos, puesto que el concepto anterior de megabancos ya ha quedado obsoleto para representar el poder de estas entidades.

Y estos fondos de inversión solo apuestan a ganador. BlackRock, y Vanguard están en Pfizer, Moderna, Johnson and Johnson y Astrazeneca. No pueden perder. Todo el mundo rico y blanco, de Varsovia a Seattle, pasando por Melbourne, es cliente de las farmacéuticas controladas por los fondos. Los contratos son leoninos y secretos. El que firmó Astrazeneca con la Unión Europea se ha divulgado con más partes tachadas que visibles. La opacidad -la oscuridad-, es la marca de “la era de la transparencia”.

Larry Fink, el dueño de BlackRock, escribió en su web: «las vacunas demuestran el poder de las empresas, el poder del capitalismo, para responder a las necesidades humanas». El capitalismo, según BlackRock, se alimenta de dinero público: el que se puso para desarrollar las vacunas luego vendidas a los mismos gobiernos que las financiaron; y el que, en Estados Unidos, han puesto en manos del fondo para rescatar a las empresas en quiebra por la pandemia: medio billón de dólares. La crisis es una oportunidad para privatizarlo todo, o, en otras palabras, para la hiperconcentración de la riqueza.

De manera que, las farmacéuticas Pfizer, BioNTech y Moderna ganan conjuntamente beneficios antes de impuestos de 34.000 millones de dólares, lo que equivale a más de 1.000 dólares por segundo, 65.000 dólares por minuto o 93,5 millones de dólares al día, según un análisis de la Alianza Popular para las Vacunas (PVA, sus siglas en inglés).

Según un artículo publicado en El economista en noviembre del año pasado, Pfizer dio a conocer en sus resultados trimestrales, que la vacuna contra el Covid-19 había aportado unos ingresos de 24.300 millones de dólares, y la farmacéutica esperaba unos ingresos totales de 36.000 millones de dólares relacionados con la vacuna para el 2021.

BioNTech, su aliado germano, preveía que los ingresos de la vacuna contra el coronavirus para el año 2021 sumasen entre 16.000 y 17.000 millones de euros (entre 18.500 y 19.700 millones de dólares).

Mientras que Moderna había indicado en la presentación de sus cuentas trimestrales que esperaba que las ventas de su vacuna contra el Covid se situasen entre los 15.000 y 18.000 millones de dólares el 2021, proyectando ventas por un valor similar para el 2022.

Entre tanto, PVA (Alianza Popular para las Vacunas) señalaba haber recibido una financiación pública de más de 8.000 millones de dólares.

Pero a pesar de que obtienen financiación pública, las farmacéuticas son intransigentes si de sus ganancias se trata. Por ejemplo, Pfizer pidió quedarse con los glaciares de Tierra del Fuego si Argentina no pagaba sus vacunas. Buenos Aires se negó y ahora vacunan con la rusa Sputnik. La revelación es de uno de los negociadores argentinos, el médico Jorge Rachid. Uno de los dueños de Pfizer, BlackRock, es además acreedor de la deuda del país austral. En España sus capitales están en todos los grandes bancos y ya es el mayor acreedor del país. Los fondos viven de hacernos sus deudores. Ahora se están haciendo más millonarios con la vacuna Covid-19: unas cuantas dosis a cambio del mundo. Parece que el anillo de los nibelungos ha tomado hoy forma de vacuna.

Brian Deese, exdirectivo de BlackRock, es el director del Consejo Económico Nacional de Biden, al que el fondo y Wall Street financiaron su viaje a la Casa Blanca: el Leviatán no muerde a quien le acaricia. Pero el fondo también está en China. Necesita estar en todas partes, llenar el mundo de dólares. Todo está lleno de dioses, dijo Tales, y así nació la filosofía: si todo son dioses, no hay forma de distinguirlos y, entonces, sobran. El lugar divino lo ocupó el logos, que hoy son el capital y la deuda. Su dueño es BlackRock, señor de un siglo XXI que vende la razón por pura codicia, una codicia que expresada en el ex presidente-empresario Piñera (que edificó su fortuna con la introducción de las tarjetas de crédito en Chile -donde es popularmente conocido como Piraña-) fue descrita por una médico psiquiatra como patológica. Y si esta es la condición de un peón de los barones de la finanza, ¿qué quedaría para ellos?

No obstante, el conflicto de Ucrania y las sanciones contra Rusia por su intervención en éste, podrían ser una oportunidad inmejorable para que Rusia y China no sólo levantaran un sistema de pagos paralelo al Swift, sino para que lo fundamentasen en el patrón oro, para de ese modo dar al traste con los intentos hegemónicos de la élite corporativa y financiera supranacional. En la medida en que no lo hacen, se muestran como zonas alcanzadas también por sus tentáculos, lo que muestra a esta élite como una hybris de muchas cabezas, que no vaciló empero en descabezar el régimen de Muammar Ghaddafi cuando éste intentó impulsar un congreso panafricano con una moneda de oro común.

Dentro de todo este despliegue de situaciones empujadas por una voracidad patológica, esperemos que las cosas no escalen hasta meter al mundo en una debacle espantosa, y que en su lugar, todas esas situaciones encuentren una vía de transformación del mundo por el recuerdo, el poder  y la misericordia del Altísimo, y que nosotros como musulmanes, encontremos el modo de situarnos en ese mismo camino, amín.

Recomiendo oír a quien no lo haya hecho ya, y le interese este asunto de la geopolítica esta premonitoria entrevista hecha hace tres años por Pablo Iglesias al coronel español Pedro Baños:

Otra Vuelta de Tuerka – Pablo Iglesias con Pedro Baños – YouTube

 

Salir de la versión móvil