La relevancia de la mascarilla es la misma que la prohibición de llevar líquidos en los viajes. Son simples símbolos de acatamiento ciego de ordenes. Son ordenes incoherentes, estúpidas y sin ningún sentido. Nadie las entiende, no tienen ninguna razón de ser, son la señal del sometimiento dócil.
Son la marca del ganado.
Es la práctica de la obediencia sin razonamiento.
Incluso que el personal de seguridad o la policía te quite de tu bolso de viaje un cortaúñas o unas tijeritas cosméticas o te obliguen a tirar a la basura una botella de agua en el control de los aeropuertos.
Andar por la calle y entrar en los edificios con una grotesca mascarilla y mantener una distancia de dos metros de otras personas son instrucciones irracionales e incomprensibles.
Estos gestos que acatamos porque un cierto sentido común nos dice que es mejor no provocar un enfrentamiento por una insignificancia, en realidad si son importantes y tienen significado. Son un entrenamiento que nos está enseñado a no pensar por nosotros mismos, a obedecer sin rechistar, a someternos a dictados irracionales, en definitiva, a suprimir nuestro propio discernimiento, a renunciar a nuestro poder personal y a nuestra libertad.
Tirar el agua a la basura cuando vamos de viaje, no poder llevar en nuestro equipaje un cortaúñas, unas tijeritas de aseo o cosméticos es una agresión a nuestra dignidad completamente injustificada.
Las mascarillas obligatorias por la calle y el distanciamiento forzoso son humillantes y son antinaturales.
La primera norma se impuso durante la primera gran oleada mundial de propaganda con distorsión de la verdad: la Guerra contra el Terror.
La segunda se ha impuesto durante la segunda campaña de propaganda global de terror con base fraudulenta: la Guerra contra el Virus.
Aceptar sin resistencia estas absurdas humillaciones supone renunciar a nuestra dignidad innata y a nuestra libertad personal. Son ejercicios pequeños pero importantes de esclavización.
El control de las masas exige pequeños gestos, repetitivos, se consigue con pocas consignas, repetidas insistentemente, como Joseph Gobbels recomendaba, siempre las mismas, siempre dirigidas a suscitar miedos básicos.
No somos ganado. Nadie debe acatar estas normas. Los policías y los empleados de seguridad de los aeropuertos tampoco. Quienes lo hacen ya han vendido su alma y su libertad y han perdido su humanidad.
Si hemos de cumplir con estas ridículas e incoherentes normas, hagámoslo expresando abiertamente y con palabras coherentes, sin irritación ni malos modales, que lo hacemos a la fuerza y que sabemos que son inútiles, irracionales y que no las aceptamos.
Quizá alguien despierte y quizá se extienda la conciencia y se propague el espíritu de la resistencia a esta tiranía.