Apenas faltan unos días para que cumpla mi primer año como musulmán. Gracias a Allah ha sido un gran año, lleno de bendiciones. El inicio de este nuevo camino ha venido acompañado de felicidad, esperanza y proyectos.
Imagino que, a muchas personas, el hecho de seguir una religión distinta a la que profesa su familia puede provocar discusiones, puntos de vista enfrentados e incluso cierto distanciamiento. En mi caso, cuando expliqué a mi familia que me había hecho musulmán, en un principio generó ciertas controversias, aun así mis padres y mis hermanas me apoyaron de forma incondicional, aceptaron mi decisión y desde entonces me han permitido vivir esta experiencia con total libertad. La gran capacidad de compresión que me demostraron hizo que estuviera más convencido de mi decisión, y a medida que ellos me veían mejor, también iban sintiendo que había tomado una decisión que me beneficiaba.
Otro punto de apoyo en este último año fue el de mi mujer Aisha, y el de su familia. Desde mi comienzo en este camino me han brindado todo lo que ha estado en sus manos, me han enseñado prácticamente todo lo que sé acerca de la forma del Islam y me han dado una visión de conjunto acerca del contenido. Siento un gran respeto y admiración por ellos, y doy gracias a Allah por habernos juntado en el camino.
Si miro atrás e intento recordar mi vida, puedo ver que todo lo que ha sucedido en este último año (que no es poco), no ha sido por casualidad. Ya desde pequeño, recuerdo que en ciertos momentos solían asaltarme preguntas y cuestiones demasiado profundas para mi edad. En este estadio infantil-adolescente me preguntaba sobre el origen de ciertas cosas, de dónde venían, el porqué… o cómo era posible que pasaran ciertos sucesos que a priori eran aleatorios pero que en el fondo parecían conectados. En aquella época me parecía que todos se empeñaban en escindir el mundo y separarlo en partes más pequeñas y aparentemente no-conectadas. Recuerdo los días como una amalgama de actividades constantes, me sentía ahogado en un torrente de acciones vacías que me distraían y me llevaban de un lugar a otro con un ritmo caótico. El hecho de no tener un punto de referencia y estar sumido en ese ritmo incesante era el que me hacía pensar que todo estaba separado, que todo era independiente. Aun así, en el fondo de mi corazón sabía que esto no era posible. De alguna forma sentía que existía “algo” que todo lo unía, que todo lo veía, que todo lo controlaba, y que no existía nada que se moviera sin su control.
En la etapa adulta, comencé a desarrollar más estos pensamientos, comenzando una búsqueda interna. Pasé por varias etapas, pero quizá la más importante fue cuando me inicié en la escalada de montaña. La naturaleza en su estado más puro y los ratos de tranquilidad rodeado de paisajes majestuosos en compañía de personas que tenían las mismas inquietudes que yo, fomentaron mis momentos de búsqueda. Estuve un par de años interesándome por varias filosofías, sobre todo orientales, hasta que, finalmente, al conocer a mi esposa, se me abrió un mundo nuevo que no conocía, el Islam. Justo en septiembre del año pasado, viajamos a Granada, para la boda de uno de sus hermanos. Era el primer contacto que tenía con una comunidad musulmana. El impacto fue tal que apenas tres días después hice la Shahada.
Cuando alguien me pregunta si no tengo dudas acerca de mi elección de abrazar el Islam, suelo responderle que esta decisión no la he tomado desde la razón, en cuyo caso podrían existir dudas o equivocaciones, sino más bien desde el corazón.
Pablo Abdullah Barrionuevo Grabinski, Barcelona.