‘Los viajes del viento’

Fotograma de la película 'Los viajes del tiempo'
Fotograma de la película ‘Los viajes del tiempo’

Ya con el título que da nombre a esta película podemos detectar el aire poético que la envuelve. Un acordeón, dos hombres y un destino dan vida a esta historia que, en palabras del director, es un canto a “lo que nos une”.  A pesar de su juventud y breve filmografía, Ciro Guerra (Río de Oro, Colombia, 1981) se ha convertido en una de las promesas del cine latinoamericano. Cuatro cortometrajes, un documental y dos largos son suficientes para comprobar que tiene un don para transmitir a través de la pantalla. Invitado a más de sesenta festivales de cine de todo el mundo, ganador de numerosas menciones y premios, este colombiano promete.

Los viajes del viento (2009) relata el camino que emprende un juglar que ha dedicado su vida a tocar el acordeón y que, impulsado por una promesa tras la muerte de su esposa, decide devolver el instrumento a su anciano maestro para no volver a tocar. En su marcha, se le une un joven deseoso de seguir sus pasos como músico y aprender de él. Juntos se lanzan a un recorrido que se convierte en el descubrimiento de lo que el destino tiene reservado para ellos.

Dentro de este argumento común de roadmovie, surge la sencillez  de una magia que envuelve cada minuto de este film donde el viento, en todas sus expresiones,  se convierte en protagonista. El tema principal adquiere un carácter atemporal y universal, pues se trata del gran viaje de un héroe hacia lo esencial con una estructura ya definida en su naturaleza. Dice Guerra: “El viaje del héroe se construye a través de las paradas, cada una de ellas encierra una parte fundamental de esa tierra profunda, que se define como una deconstrucción de elementos para llegar a lo básico”. Un mito común para toda la humanidad, trasladado a un contexto específico donde todos podemos reflejarnos. Este viaje, montados sobre un burro, nos adentra en la Colombia profunda que se descubre como un tesoro recién avistado, un plato sublime de Caribe, Pacífico, Llanos y Amazonía para el paladar dispuesto a nuevos sabores; un recorrido de kilómetros desde la Región de la Magdalena hasta la Alta Guajira, territorio donde se hablan más de sesenta lenguas indígenas, una mezcla de los legados indígena, africano y europeo representados a través de los instrumentos presentes.

Sin duda, el cuidado de la fotografía y estética permiten la entrada a ese vasto paisaje, a este vuelo, donde también el carácter humano se muestra tal y como es. Un “drama sin drama” que enlaza las cualidades del alma. Así podemos ver a un hombre vivido dispuesto a mantener su promesa por honor, a un joven desprendiéndose de lo querido por un anhelo mayor, un llamamiento del alma que los involucra y los convierte en maestro y alumno, uno para el otro. Un recorrido lleno de lecciones donde apenas se usa la palabra, una ruptura con el ritmo frenético que acostumbramos a navegar. El silencio se convierte en diálogo y, entonces ahí, hablan las miradas. Es en ese intercambio a través de una dimensión que no abarca el lenguaje donde el viento se trasforma en la propia respiración. Así, ese viento agita a sus protagonistas y nos agita a nosotros también, cuando se manifiesta en forma de notas musicales y cuando ruge en el pecho siendo hasta el propio aliento, dejando a Ignacio  al borde de la muerte. De una u otra forma despierta a la vida y, una vez más, decide.

No se puede dejar de lado la importancia que la música cobra en tantos momentos  de la película y cómo cada instrumento que aparece invita a un estado distinto aunque impulsado por un mismo latido, como cuando el muchacho, Fermín, descubre su propio don, que no es el que él imaginaba al comienzo del viaje, y experimenta su propia iniciación, o como cuando el acordeón en su canción de nana se convierte en un regalo sagrado.  La compensación dentro de la entrega no es siempre recíproca, pero sí devuelta, entonces aparece esa relación sutil entre todos los elementos. El final del viaje no es sino el comienzo de sus nuevas vidas que surge a través de la aceptación  de lo no esperado.

La obra maestra de este genial director se convierte en metáfora para quien se adentre en la partida, una peregrinación del alma a través de los sentidos y una invitación a la contemplación.

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