‘Loreak’. Solo son flores

Se están marchitando. Las flores… se están marchitando.

Tienes que ponerles una aspirina; y si les cortas un trozo, mucho mejor.

¿Por qué?

Cuando les cortas un trozo es como si hicieras una herida y absorben el   agua, pero con el tiempo la herida cicatriza y ya no pueden absorber más.

Entonces hay que mantener la herida abierta.

Si quieres que duren más, sí.

Un momento sostenido de lluvia, la vibración del paisaje frío, planos de sombra y luz. Verde y quietud. Minuto uno de la película y el séptimo arte ya ha sido capaz de adentrarse por alguna fisura del armazón. Estamos dentro y las flores entran en escena con su poder: el de activar, transmitir y manifestar la vida en silencio. El poder de florecer.

Loreak (“flores”) es una película rodada en euskera y estrenada en el año 2014. Dirigida por José María Goenaga y Jon Garaño, cuenta con varios premios y reconocimientos a nivel nacional y fue seleccionada por la Academia del Cine Español para representar a España en la pasada preselección de los Óscar. Magistralmente, las reseñas quedan claras desde el primer plano. Cada segundo es imprescindible.

Dividida en tres actos sucesivos dentro de la propia historia, cada parte se centra en una fase del viaje. Ane abre la trama cuando empieza a recibir flores anónimas. Un hecho a través del cual se transforma el brillo de sus ojos, la extensión de su mirada, la percepción del exterior mientras se descubre a sí misma. Algo que empezaba a estar muerto resurge.

Más flores. Para Tere son el vehículo del recuerdo en la orquesta de su memoria. Cualquier cosa que olvidemos perecerá, incluso aunque no esté presente de manera física es indispensable el recuerdo. Lourdes no puede permanecer ante las flores, hay una lucha hacia el espacio que ocupan. El hueco vacío ha de llenarse. Cada revelación a su tiempo.

El título que da nombre a este film se convierte en el nexo común entre sus protagonistas, tres mujeres en diferentes estados y ciclos de la vida que a través de la pérdida (con diferentes matices) emprenden una búsqueda y una transformación interior. Un recorrido que solo ocurre a través de la herida.

“La herida es el lugar por donde la luz entra” (Rumi).

Como ocurre con las flores, es el único modo para seguir bebiendo. Es esa grieta emocional, diferente para cada personaje, la que activa el motor de la propia existencia y pone de relieve temas como la certeza y la duda, la vida y la muerte más allá del propio término, el amor incondicional, la necesidad del entusiasmo, la belleza habitando infinitos significados, la importancia de la reconciliación, la contemplación, el recuerdo. La intimidad absoluta. El peso de la acción y la naturaleza de los cambios.

Siempre a través de las dos caras de la moneda, este melodrama íntimo conserva los opuestos continuamente. La simbología de cada escena aparece hilada en tan perfecta armonía y con una sencillez que despierta sin llamar. Dulzura sin azúcar, como si aplicara la proporción áurea entre los acontecimientos que se van entrelazando. La imposibilidad de las casualidades frente al poder de las causalidades, la unión de los personajes y hechos se revelan admirablemente entre su mutua necesidad e independencia. Una sencillez que lo contiene todo.

El encuentro solo requiere de nuestra disposición a abrir el corazón y navegar los tránsitos psíquicos y emocionales que correspondan. Es ahí donde albergan todas las posibilidades, la herida se convierte en un puente para descubrir el mundo. Los grados los marca el propio temperamento de los personajes. Como si de arte kintsugi se tratase. (El kintsugi es la práctica japonesa de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada y oro. Es silencioso y manifiesto. En esta filosofía hay 

algo opuesto a la manera occidental de ver la fractura, tanto anímica como material. En lugar de que un objeto roto deje de servir y lo desechemos, su función se transforma en otra: en un mensaje activo).

Quedarse solo en el estado ordinario oculta el extraordinario. Las flores son también el espejo. Al final 

las circunstancias se determinan con lo que se hace de ellas y la visión, resultado de la altura que 

alcanzan.

Con un guión único, una técnica perfecta y una belleza estética virtuosa, Loreak es sin duda una obra

maestra.

Como dicta el corazón, uno se queda donde ama la vida, allí donde las flores se mantienen más vivas.

 

 

 

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