‘Estirpe de luna’ o La novela que escribe al autor

Estirpe de Luna

“(…)  para un kafir, lo reconozca o no con sus palabras, la muerte es el final de todo y por eso no pueden asumirla, porque entonces todo pierde sentido y la existencia no es más que un juego cruel y absurdo que lleva a un callejón sin salida y a un pesimismo atroz, a menudo escondido detrás de un hedonismo individualista y ansioso que quiere consumirlo todo porque todo se le escapa. Lo único que pueden hacer con ella, con la muerte, es ignorarla; intentar olvidar que existe sumiéndose en una huida sin fin que no les lleva más que a distracciones insulsas, fiestas alocadas, borracheras y aturdimientos de variada índole que les hagan olvidar su penoso vacío de sentido. Un creyente no quiere olvidar nada; al contrario, lo que quiere es Recordar el sitio del que proviene y al que volverá. Un creyente se sabe mortal y lo asume. Y encuentra en la muerte una compañera que le recuerda que está aquí para irse y llegar al lugar del que vino y al que todos tenemos que ir: Allah. Y contemplar Su Faz es el único verdadero objetivo. Todos los demás están supeditados a éste. También el amor será entendido de forma muy diferente por un kafir o un creyente. Para el primero, puesto que todo es materia y distintas cualidades y manifestaciones de ésta, el amor no es más que otro aspecto más de la materia y depende de ella. Serán incapaces de concebir un amor que no esté ligado y supeditado al cuerpo y a sus sensaciones y emociones, tan dulces como engañosas, tan intensas como efímeras. Para quien cree que lo Real es el espíritu, el cuerpo es una ayuda, pero ni es imprescindible ni es lo fundamental. Puede existir un Amor tan intenso, tan hondo, tan inexpugnable e inextinguible que un kafir jamás podría comprenderlo; y ello incluso sin que haya el más mínimo contacto carnal; si bien tenerlo puede hacer ese Amor aún más grande y más hermoso. Y si me apuras, hasta la belleza de las palabras es distinta en una y otra actitud. Si un kafir habla de montañas, soles, arenas, el mar…, está pensando en la belleza literal de estas cosas, que es mucha en verdad, pero tan efímera y limitada como todo lo de este mundo. Cuando un mu´min habla de montañas, el sol, el mar, las estrellas…, está pensando en una belleza que sobrepasa el Universo, con todos sus miles de astros, piensa en una belleza que está más allá de las palabras y de la propia belleza de la montaña que nombra, de una belleza que es en su corazón tan inmensa que hunde sus raíces y eleva sus cumbres más allá de las más altas estrellas y más abajo del más profundo de los océanos”.

Estas palabras se las dice Yahya, uno de los protagonistas de mi reciente novela “Estirpe de luna” a su esposa, antes María y ahora Fátima, que se convirtió al Islam y está aprendiendo a ver la vida de una nueva manera. La trama ocurre en el siglo XVI, cuando ya Al Ándalus es solo un recuerdo y España es un Estado que basa gran parte de su razón de ser en un catolicismo impuesto a golpe de conversiones forzadas, Inquisición y expulsiones. Si no es una novela histórica más de esa época tan novelada ya, es porque a lo largo del tiempo en que la escribí (tiene tres partes y entre las tres pasaron más de diez años), yo viví en mi propia vida un cambio interior radical que me hacía ir comprendiendo mejor aquello de lo que hablaba, pues lo estaba viviendo en mi corazón. Cuando escribí la primera parte (Aynadamar), que tuvo cierto éxito y salieron de ella varias ediciones, todavía no era musulmán y, aunque ya miraba con respeto y hasta con simpatía al Islam, todavía lo conocía poco y mal. Por eso su acercamiento a los personajes es menos hondo en esa parte de la novela. Cuando escribí la segunda (La báraka), que también agotó la edición en que había salido, aunque no llegó a reeditarse, yo ya había hecho la shahada, pero todavía era un musulmán reciente, con muchas lagunas en el conocimiento del Din. La tercera parte, Estirpe, que es la inédita hasta esta reciente edición, y que incluye las tres partes en un mismo tomo, la escribí cuando ya llevaba algunos años en el Islam y, aunque siempre quedan lagunas pues ese es un camino que nunca se termina de recorrer y en el que siempre se está aprendiendo, mi experiencia como musulmán era más rica y por eso el acercamiento a los personajes es más hondo y más cálido.

Es, pues, esta una novela que narra la vida de unas sagas familiares que viven una época convulsa y difícil, pero, de alguna manera, es también una narración que habla de cómo yo me hice musulmán y fui creciendo con él y mirando al mundo de otra manera. Y pido a Allah que esta novela pueda servir a otros a entender mejor el Islam y a acercarse a él hasta que su luz entre en sus corazones.

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