‘El violín y la apisonadora’

Fotograma de la película El violín y la apisonadora
Fotograma de la película El violín y la apisonadora

De pronto, los ojos del niño se alzan con un nuevo brillo, inmóviles ante lo que ya no puede sostenerse; son testigos del ritmo frenético del derrumbe. El salto está tomando lugar. El país se reconstruye y el alma también.

El corazón palpita  a través de la emoción cuando surge el misterio de lo desconocido. Ahora es posible la nueva canción y el pentagrama de la vida se amplía.

Sasha se halla ante el mundo, ante sí mismo y le brota una sonrisa. Ha conocido a Sergei y una fuerza natural le impulsa a admirarle.

El violín y la apisonadora (1961) es un cortometraje que narra la relación que surge entre Sasha, un joven violinista, y Sergei, un noble obrero, a finales del régimen totalitario de la Rusia de los años 50. Este contexto histórico envuelve a sus protagonistas sin ahogarlos y nos permite adentrarnos en algo mucho más esencial, su propia transformación. La convivencia entre dos mundos opuestos. La vida del obrero y la del artista se convierten en una historia llena de significados donde la metamorfosis del ser se manifiesta en cada escena.

El agua lo abarca todo, dentro y fuera, en sus mil perspectivas. Una onda que se expande. La luz aparece y desaparece deshaciendo las formas para crearlas de nuevo.  La ilusión nos rodea. Los espejos reflejan todas las posibilidades que inmediatamente vuelven a ocultarse.

La genialidad presente en la construcción de cada plano nos sitúa ante una expresión cinematográfica selecta y llena de metáforas. Se trata sin duda de la revelación de un carácter fílmico único que sellaría la línea creativa de su director, Andrei Tarkovski, y supondría la invención de un nuevo lenguaje que marcaría la trayectoria de sus siguientes títulos: La infancia de Ivan, Solaris, Stalker, Nostalgia, entre otros.

La composición estética de El violín y la apisonadora, que fue su trabajo de graduación para la escuela de cine en Moscú, es casi perfecta. Además, le llevaría a ganar el primer premio en el Festival de Cine Escuelas de Nueva York ese mismo año. Encuadres aéreos, cenitales, cargados de simbología y poética, se van sucediendo dentro de su relación con la vida. Lo onírico comprende tanto la técnica como el argumento entre los propios personajes, y la fuerza pictórica está presente en cada minuto, sin dejar de lado la realidad del momento en el que viven.

El pequeño Sasha empieza el recorrido dentro de su propio caparazón, que se ve dominado por dos obstáculos: la relación con los demás niños, que no entienden la vida del artista, y el aura extremadamente protectora de una madre que lo retrae dentro de los convencionalismos de la vida familiar ordinaria. Esto se traduce en la imposibilidad de seguir el tempo en su avance musical con el violín. Entonces aparece la figura de Sergei, que se convierte en su único amigo. Una figura consejera que conoce  esa necesidad del pequeño y le invita a conocer el mundo del obrero en su trabajo con la apisonadora. La relación misteriosa que le pone en contacto con su ser. Aquí nace una nueva dimensión en la mirada del niño. La rueda de la vida avanza en el giro, y entonces se produce el sonido del nuevo sentir. Todo es posible.

Tarkovski introduce la lluvia como un elemento crucial entre el abandono de lo viejo y el nuevo nacimiento. La lluvia y el derrumbe de un edificio viejo tras el que aparece un hermoso edifico nuevo que estaba allí pero que el viejo no dejaba ver y que es un símbolo de la existencia liberada de Sasha y a la vez un símbolo de carácter político. Ruidos, planos cortantes y angulados, traducidos en la pérdida de la forma, dan paso al levantamiento que emerge bajo el sol. Es posible la nueva construcción. El vínculo entre ambos amigos se estrecha y aparecen las nuevas tonalidades; ahora Sasha puede interpretar la música de violín con el tempo musical correcto. Los dos mundos se unen porque son parte del mismo. Ahí, aparece el rol de la madre con un carácter fundamental dentro del obstáculo natural para sumergirse en el mundo, relacionarse con él y deshacerse de las formas. El vínculo eterno ha de transcenderse para ser entendido, y Sasha lo consigue a través de la imaginación, alzando su vuelo tras la ventana para encontrarse con Sergei y encontrando en el paisaje infinito la llave de su liberación.

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