El miedo y la seguridad

El libro Phantom Terror (2014), del historiador británico Adam Zamoyski, trata sobre el origen del terror moderno en Europa.

Zamoyski muestra, con muchísimos ejemplos de cartas privadas, cómo los gobernantes de Europa se dejaron llevar por el miedo continuo a presuntas conspiraciones contra el pueblo. Durante quinientas páginas el autor salta de una ciudad a la otra, en orden cronológico, desde el año 1815 hasta las revoluciones de 1848. Después de la derrota de Napoleón, los tradicionales poderes en Europa se reunieron en el Congreso de Viena para repartirse el Imperio napoleónico y diseñar una nueva Europa. El líder de esta restauración fue el príncipe Metternich de Austria. A Napoleón lo podían deportar a una isla al fin del mundo; pero el “virus” de las ideas de los “derechos naturales” de cada ser humano y la “soberanía popular” (con su hijo feo, el nacionalismo), en vez de la soberanía de un rey que manda por la gracia de Dios, habían llegado para quedarse.

Antes de la Revolución francesa los gobernantes no intervenían tanto en las vidas de la mayoría de sus súbditos. Las ciudades se administraban ellas mismas; fuera de ellas se mantenía una semblanza de orden por una combinación de la nobleza local, las instalaciones parroquiales, las restricciones religiosas y las costumbres “de toda la vida”. Los órganos centrales de control no existían. Los monarcas espiaban, pero a la nobleza, para asegurarse de su lealtad, no a las masas. Los primeros cuerpos de policía antes de la Revolución francesa tenían más bien una función administrativa en espacios públicos muy limitados. Pero poco a poco los gobiernos absolutos sustituyeron las iglesias, en su papel de guardianes de la moralidad, por la policía.

Después de la Revolución, con su brutalidad ritualizada, su histeria de las masas y su regicidio espectacular, los soberanos y los súbditos empezaron a aceptar y apoyar el poder de un gobierno centralizado que usaba agentes políticos, espías e informantes de todo tipo. Una nueva política estatal alcanzó su nivel moderno. Los monarcas absolutos rechazaron a Napoleón, pero sus nuevos modos totalitarios de controlar poblaciones enteras y recaudar los impuestos los adoptaron con ahínco.

Napoleón y su Ministro de Policía, Joseph Fouché, introdujeron en cada país que conquistaban una policía como arma política. Fouché creía que la vigilancia es más eficaz que meter a sus oponentes en la cárcel. Cuando la gente se siente vigilada se comporta mejor. Así se creó el primer aparato de seguridad del Estado contemporáneo. Aunque hubo unos pocos actos de terrorismo (en Alemania un estudiante asesinó a un escritor famoso en 1819), de conspiración y rebelión, no tenían ninguna relación con la propaganda constante y tremendista de los regímenes autocráticos.

El asistente principal de Metternich en Austria escribió después de este asesinato: “Las catástrofes más violentas en la esfera moral y en la esfera física pueden ser útiles, hasta saludables (…) pueden dar luz a resoluciones y pueden provocar medidas que serían imposibles de introducir en circunstancias diferentes”. Como el escritor alemán era muy conocido en Europa, su asesino confirmó a las autoridades que sí hubo una conspiración revolucionaria, y por eso el crimen de un lobo solitario provocó una ola de opresión estatal contra grandes sectores de la población.

Como Austria había establecido un sistema de correos internacional muy eficaz, su canciller, Metternich, logró controlar por completo el sistema de correos en Europa Central. Pero las nuevas medidas brutales crearon el otro extremo, desencadenando las rebeliones que pretendían prevenir. Otros gobernantes, más cínicos, fueron más lejos: sus servicios secretos se inventaron enemigos, incluso incitaron, a través de agentes provocadores, conspiraciones para seguir cobrando, ya que sin enemigo se quedarían sin empleo. Así nació el Estado moderno, central y omnipotente, con las “oscuras cloacas” de algunos servicios secretos. En los países donde había más miedo y represión, las consecuencias fueron más devastadoras: el desarrollo científico, económico y cultural de Rusia, Austria y España se frenó porque no había suficiente libertad de espíritu. En Rusia, el Estado más absolutista, nació una cultura de jóvenes rebeldes que requería cada vez de mayor opresión para ser reprimida. Habían entrado en un círculo vicioso de violencia que preparó el terreno envenenado para el terror genocida en la Rusia de Stalin.

El descubrimiento y argumento inquietante de Zamoyski es: los Gobiernos se aprovecharon del miedo, lo avivaron, se inventaron y montaron disturbios y rebeliones sólo para introducir nuevas medidas de control y represión. Sólo por el miedo a la amenaza conspirativa, revolucionaria y terrorista, la gran mayoría de sus súbditos aceptaban la pérdida de sus libertades. A través de la gestión del terror –los agentes estatales fabricaron muchas veces pruebas falsas para aprovecharse del miedo de la gente– las élites lograron cultivar un deseo en los ciudadanos de necesidad de más protección, supervisión y vigilancia sistemática en la sociedad. Teorías de conspiración de todo tipo suelen ayudar al Estado en su abuso del miedo.

Quizá una de los ejemplos más significativos del libro es el del zar Nicolás I de Rusia, y cómo, cuando la sufre el gobernante de un país, una crisis privada tiene su efecto en el ámbito público. El Zar, un hombre muy religioso e idealista, mantenía un lío amoroso con una cortesana de su esposa, lo cual llevó a este hombre tan piadoso a sentirse culpable y a odiarse a sí mismo. Las personas de su entorno, que no sabían nada de esto, se sorprendieron mucho porque el Zar, de repente, se mostró muy cambiado, más cerrado, brusco y autoritario. Pero si no hay confianza en un equipo, se cometen

muchos más errores. Es un círculo vicioso, un pequeño paso, pero crucial, en la falta de confianza en los demás que conl

leva forzosamente el intento de controlarlo -y así perderlo- todo. Una vez más el drama nacional se había anunciado en el drama personal.

En el siglo XIX uno de los genios más devastadores del futuro, el nacionalismo, había salido de la

botella de la Revolución francesa; la otra gran fuerza emergente fue la influencia imparable de los financieros. El

Estado de Austria estaba en quiebra desde 1815. En los siguientes treinta años gastó un tercio de sus ingresos en el servicio de su deuda estatal con los financieros. Al mismo tiempo, Metternich se obsesionaba por la gran conspiración clandestina…

El tema de Zamoyski es el nacimiento del Estado moderno, estando marcado por un equilibrio frágil entre seguridad y libertad. Muestra cómo el miedo y el ansia por el control total a menudo lleva a los Estados a lo contrario: la rebelión y la caída de un régimen. Crear el miedo en un pueblo sirve para aumentar el poder del Estado, pero es un sustituto pésimo de la información verídica y de la gestión real de los retos de un pueblo. Ver el mundo con lentes ideológicas preconcebidas suele llevar a menudo a un pueblo al desastre.

En su libro, Zamoyski no quiere identificar explícitamente los paralelismos entre aquella época y la nuestra; aunque la evidencia de su libro los provoca. Pero como él mismo dice: “Pienso que mola más que lo hagan los lectores”.

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