Cambios que llegan

Cada vez son más los intelectuales y pensadores occidentales que notan que se avecinan tiempos de grandes cambios. Que ya están empezando, de hecho. A menudo se les escapan aspectos importantes de ese gran cambio que se está dando y no tienen claro hacia dónde va; pero algunas de sus observaciones son interesantes.

Fernando Trías de Bes puede ser un ejemplo de eso. En su reciente libro El gran cambio (Ed. Temas de Hoy) incluye, entre otras cosas, una fábula que, en esencia, cuenta la historia de un alfarero que establece negocios con un “hombre de ojos rasgados” al que vende algunas cerámicas a cambio de comprarle una gran variedad de productos. El truco que utiliza el hombre de ojos rasgados es que siempre le vende mucho más de lo que le compra y lo tranquiliza diciéndole que no se preocupe, que ya le pagará la deuda contraída más adelante. El problema es que, año tras año, la deuda no deja de aumentar pues cada vez es más grande la diferencia entre lo que el alfarero vende y lo que le compra al de los ojos rasgados. El ceramista ha ido contratando ayudantes para poder satisfacer los pedidos del hombre de ojos rasgados y está contento de que su negocio prospere. Pero cada vez está más preocupado porque ve que su deuda va en aumento, y si el hombre de ojos rasgados se enfada y le pide lo que le debe, va a tener tres problemas: el primero, que no podrá pagarle; el segundo, que su mujer y sus hijos, a los que ha acostumbrado a traer múltiples cosas del hombre de ojos rasgados, van a montar en cólera con él porque ahora no podrá llevárselas; y el tercero, que va a tener que despedir e indemnizar a los ayudantes que contrató para poder satisfacer los pedidos del hombre de los ojos rasgados, que ahora dejará de comprarle.

La conclusión de la fábula a menudo la hemos adelantado en Islam: endeudar no es sólo una forma de negocio usurera; es, sobre todo, una forma de poder.

El autor analiza lo que está pasando entre las dos primeras economías del mundo actual: EE UU y China, la segunda, en teoría, comunista y capitalista la primera. Por un lado China mantiene una balanza comercial muy positiva respecto a EE UU (y también respecto a la UE, por cierto), mientras que EE UU no para de tomar préstamos de China para mantener financiación externa y un déficit público cada vez mayores. China, para favorecer su comercio, realiza sus exportaciones en las principales divisas extranjeras y especula para que la suya (el yuan) no aumente su valor y siga siendo competitiva. Así, ha ido comprando millones de dólares USA que luego invierte en deuda pública estadounidense, con lo que se convierte en la principal fuente de financiación del déficit americano. Ya tenemos quién es el alfarero y quién el hombre de ojos rasgados de la fábula. Lo más curioso de todo es que la competitividad de la industria china se debe a los bajos precios de sus productos, conseguidos a base de una sobreexplotación de su mano de obra: los trabajadores chinos trabajan, ¡en el mercado legal!, por poco más de un euro a la hora, sólo tienen un día de descanso y si trabajan su día libre se les paga la hora al doble (lo cual supone apenas un poco más de dos euros, tampoco es tan difícil para el empresario). Si eso es lo legal, lo ilegal para qué contar: trabajos sin contrato, horarios interminables, condiciones inhumanas, abusos de todo tipo, salarios retenidos, horas sin pagar, etc., etc. No es de extrañar que el índice de suicidios sea muy alto. Y eso ¡en un país comunista! ¡Si Karl Marx levantara la cabeza! Haz un Manifiesto Comunista para esto…

Desde luego, cualquiera con un mínimo de luces se da cuenta de que ninguna de las dos alternativas sirve. El problema para Fernando Trías de Bes es que a la hora de las soluciones se pierde en un maremágnum de cositas, interesantes cada una de ellas, pero que no plantean en su conjunto una manera alternativa de organizar la sociedad. Son recursos individuales para sobrevivir, de pequeñas comunidades que hacen trueque, uso imaginativo de las nuevas tecnologías, iniciativas emprendedoras y cosas por el estilo; pero, en el fondo, lo que impide a éste como a tantos analistas una alternativa real es que tienen un prejuicio, un dogma “religioso”, que los ata de manera ineludible. En una parte de su libro dice el autor que los préstamos (se deduce en consecuencia que los bancos, desde su óptica) son necesarios porque sin ellos no se pueden hacer grandes inversiones en industria, infraestructuras, etc. Con lo cual, tal vez sin darse cuenta, está poniendo las raíces sobre las que se asienta la usura. El autor, aparte de no fijar su atención en momento alguno en el vacío espiritual de la sociedad que está analizando, no conoce, ni parece querer conocer, las alternativas económicas que el Islam plantea y que, aunque ahora no están funcionando en ningún lugar del mundo, lo hicieron por ejemplo en el Califato otomano o en Al-Ándalus o en los primeros tiempos del Islam. Y fueron civilizaciones prósperas que permitieron avanzar a la técnica, el arte y la cultura del mundo y que daban felicidad y progreso a sus habitantes. Y hoy sería más fácil que entonces si la técnica se pusiera al servicio del ser humano y no al contrario y, además cada vez es más necesario, pues el camino que lleva la civilización tecnológica y descabellada que domina hoy el mundo es el del abismo.

No es este artículo el sitio para explicar esas alternativas. El propio periódico ISLAM HOY ha publicado varios artículos en distintos números explicándolas; a ellos me remito y a la propia historia, cuando es contada de forma objetiva e imparcial.

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